Al inicio de este artículo muchos recuerdos vienen a mi mente; desde los alegres, como el crecimiento de Alejandra, Estefanía, Luis o Jorge, quienes fueron adoptados después de haber sido abandonados en hospitales, unos, en la banca de algún parque o jardín, otros; sobrevivientes de las ratas o perros del basurero y que hoy viven felizmente. Me alegra también saber que la adopción plena finalmente será una realidad en nuestra ciudad (espero que los diputados la aprueben pronto), con lo cual los menores adoptados adquieren plenos derechos y, también, los trámites y tiempo que dura una adopción se reducen. Hay tantos niños sin padres y tantos padres sin niños. También recuerdo los rostros de tantos niños de la calle, quienes no tenían nombre, y la alegría que les daba contar con uno --el de ellos--, a través de un papel que finalmente habían conseguido. Por supuesto que los nombres que elegían no eran raros, podían llamarse Juan o Pedro, pero eso además de darles una identidad, los hacía ser alguien en la vida.
Otros recuerdos no son alegres. También se asoman el de la pequeña Mariana, de apenas unos meses de edad, a quien su madre le cortó los dedos; o Mario, a quien su padre quemaba con cigarros y golpeaba de tal manera que hubo que practicarle varias operaciones para que no perdiera su ojo; o el de las 2 pequeñas de cinco y siete años a quien el padrastro golpe y violó, y a pesar del daño físico y psicológico el juez ordenó cuatro exámenes ginecológicos para ``no violentar los derechos del inculpado''; o el sufrimiento de padres y niños cuando los jueces ordenaban los careos con los agresores (careos que hasta la fecha se siguen practicando), porque por encima del interés del menor están los intereses del inculpado.
En su calidad de infractor al menor con regularidad se le violan sus derechos humanos, y peor aún en calidad de víctima, donde aquellos sencillamente no existen. Por supuesto que la mayor parte de nuestros servidores públicos desconocen los derechos del menor, en particular la Convención sobre los Derechos del Niño, y en consecuencia no los aplican. Si ser víctima en el drama penal es terrible, para el menor víctima resulta tormentoso; el sistema de justicia --por desgracia-- es particularmente injusto con ellos.
Al respecto, existe un estudio comparativo de la convención y las leyes vigentes en la ciudad, que está en la Asamblea Legislativa. Ojalá y nuestros diputados la tomaran en cuenta y se hicieran un hueco en sus apretadas agendas para legislar en la materia.
Para fortuna de esta ciudad también está el rostro humano, el trabajo de instituciones gubernamentales como el DIF, Procuraduría y delegaciones, y el de decenas de instituciones privadas, que con muy pocos recursos hacen milagros. Cómo no reconocer el trabajo de PACO, IAP, dirigido por sor María del Carmen Fuentes, quien todos los días se enfrenta a la tarea de dar de comer a cientos de niños, educarlos, vestirlos. La mayoría de ellos son hijos de las hoy llamadas sexo servidoras, algunas de las cuales nunca más regresan por ellos.
O el trabajo de Cruz Blanca, quien atiende a niños con diversos grados de desnutrición --que por desgracia padecen miles de niños--; orienta y enseña a los padres a cuidar la salud de sus hijos, o los tiene durante semanas o meses hasta que logra salvarlos. Esperanza Brito la dirige, pues ella optó hacer de su vida un continuo servicio social. O Ser Humano, que atiende a menores víctimas de sida, dándoles el amor y los cuidados que merecen; o Casa Alianza, que defiende y atiende a menores de la calle; o Fundación Humana, que se ocupa directamente de menores víctimas de violencia sexual; o Ministerio de Amor; o tantas otras que procuran a menores con discapacitados con la entrega de Carmelina Ortiz Monasterio, por mencionar sólo algunos.
Ojalá y el Día del Niño nos sirva para reflexionar que la tarea de todos, gobierno y sociedad, es hacer de la ciudad de México un lugar donde los niños sean respetados.