Miguel Concha
Mártir por los derechos humanos

El pasado domingo fue salvajemente asesinado monseñor Juan Gerardi Conedera, obispo auxiliar de la arquidiócesis de Guatemala, coordinador general de la Oficina de Derechos Humanos de ese Arzobispado y principal impulsor del Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi), propuesto por monseñor Próspero Penados del Barrio para investigar la suerte de los desaparecidos durante la época de la guerra. Su sacrificio no puede verse desvinculado de su lucha por los derechos humanos, pues se produce dos días después de que da a conocer en la Catedral Metropolitana de Guatemala los cuatro tomos del informe Nunca más, que por medio de entrevistas y un trabajo de campo recoge más de 6 mil testimonios sobre 37 mil hechos de violencia contra 55 mil víctimas, durante los 36 años del conflicto armado, y en el que se señala al ejército como el responsable de 80 por ciento de los casos.

Paradójicamente, su martirio tiene lugar también después de tres semanas de que los gobiernos --incluido México-- aceptaron en el seno de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU un Proyecto de Declaración sobre la Protección a los Defensores de Derechos Humanos, y luego de que, a pesar de que muchos sectores de la sociedad civil se pronunciaran en contra, se eliminó el 14 de abril la mención especial sobre Guatemala en Naciones Unidas. Como expresa la Conferencia de Religiosas y Religiosos de Guatemala, su muerte está orientada a sembrar nuevamente el terror, hacer retroceder la paz y amedrentar a los miembros de la Comisión de Esclarecimiento Histórico, en el que participan muchos especialistas y defensores de derechos humanos, y cuya seguridad hay que demandar ahora con renovada insistencia al gobierno guate- malteco y a las autoridades de la ONU.

El servicio como pastor de monseñor Gerardi al pueblo de Dios estuvo siempre marcado por la valentía, como dicen los obispos de Guatemala. Su misión como obispo, continuador profético de la obra de Jesucristo, se concretó primeramente en las Verapaces, al servicio de los pueblos kekchí, achí y pocomchí; y luego en El Quiché, al servicio de los pueblos quiché, ixil y uspanteco, donde tuvo que enfrentar la época de mayor violencia contra la población civil, y de donde en 1980 escapó de un primer atentado contra su vida, en una emboscada. Por el acoso de los militares contra la Iglesia, y a causa del asesinato de varios sacerdotes y catequistas, ese mismo año tuvo que cerrarse la diócesis. Al negarle las autoridades su reingreso al país, luego de otro atentado en los alrededores del aeropuerto La Aurora, cuando era presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Gerardi tuvo que permanecer dos años en el exilio forzoso en Costa Rica. Desde 1984 era obispo auxiliar de la arquidiócesis de Guatemala, donde a principios de los años 90 fue delegado por la Conferencia Episcopal para acompañar, junto con monseñor Quezada Toruño, el proceso de paz. Fue el principal impulsor del trabajo del Remhi desde sus comienzos en 1995.

Las comunidades que viven en las áreas marginales y populares de la ciudad de Guatemala expresaron, en un comunicado, que como obispo-pastor estuvo siempre a su lado: ``Visitó nuestras colonias y barrancos, participó en nuestros encuentros, nos apoyó en la elaboración del Plan de Areas Marginales y Populares, e hizo su presentación. Animó constantemente el compromiso de los laicos con la realidad histórica, impulsó la pastoral de conjunto en orden a una mayor unidad y organicidad de la Iglesia arquidiocesana, estuvo siempre al lado de las víctimas y de los marginados, promovió el rescate de la verdad en el país, silenciada durante mucho tiempo, y defendió la dignidad de todo hombre y mujer como eje de toda acción pastoral''.

Su funeral el pasado miércoles, en medio de un minuto de aplausos, estuvo enmarcado en el grito multitudinario de ``Guatemala, nunca más'', que significa un enorme clamor popular contra este crimen y todos los horrendos asesinatos del pasado. Monseñor Gerardo Flores, obispo de Alta Verapaz, calificó con razón en su homilía a monseñor Gerardi como un activo defensor de los derechos humanos, pues ``luchó por la paz auténtica, no mentirosa, por la paz que se funda en la justicia y la verdad; por eso dio su vida y por eso quisieron acallar su voz, que hoy suena mucho más de lo que había hecho antes''.