Algunos entre quienes lo conocieron de cerca coinciden en que Octavio Paz (1914-1998) no fue ni un gran conocedor ni un gran amante de la música. No importa: su vasta, numerosa obra poética está llena de la mejor música que pueda asociarse con nuestra lengua y nuestro tiempo. Y si bien sería relativamente fácil establecer en lo general los vasos comunicantes que hay entre la poesía de Paz y algunos parámetros musicales, más complejo sería intentar realizar un análisis específico de alguna de sus obras bajo esta óptica. Tal empresa rebasa mi propia capacidad y la de este espacio, de modo que prefiero en cambio hacer una reflexión en la que con el pretexto de conectar a Paz con la música me refiero a otra cosa.
Un número apreciable de compositores mexicanos han escrito obras inspiradas en el trabajo poético de Octavio Paz; su simple enumeración no sería de mucha utilidad, sobre todo por el hecho de que la mayoría no están grabadas en ningún formato públicamente accesible. Tres de estas obras, sin embargo, merecen una especial mención, por dos razones: la primera y más importante, porque se trata de buenas obras musicales; la segunda, porque fueron protagonistas, a pesar de sus compositores, de un triste y desafortunado episodio de nuestra vida cultural reciente, que demuestra que el feo rostro de la intolerancia, arma de filos múltiples, puede asomarse en los sitios y momentos menos esperados. Era 1984, y el poeta cumplía 70 años de edad. Con ese motivo, el Festival Internacional Cervantino incluyó en su programación de ese año un Homenaje a Octavio Paz, un concierto sinfónico-vocal en el que se estrenarían tres obras encargadas para la ocasión a tres importantes compositores mexicanos y basadas en poemas suyos.
Los encargos dieron como resultado Manantial de soles, de Manuel Enríquez (1926-1994), Hacia el comienzo, de Mario Lavista (1943), y Mariposa de obsidiana, de Daniel Catán (1949). Nadie ponía en duda que este homenaje era más que merecido, y nadie dudaba tampoco que los encargos iban a producir obras de un sólido nivel musical. Sucedió, sin embargo, que poco antes del inicio del festival, a Octavio Paz se le ocurrió ejercer su inalienable derecho de expresar sus opiniones sobre la situación política en Nicaragua y sobre el gobierno sandinista. Sí, sus palabras resultaron incendiarias, y algunos de los conceptos en ellas vertidos se prestaban a la polémica. En un país civilizado (éste, claramente, no lo es) el curso normal de las cosas hubiera llevado a los detractores de Paz a cuestionarlo por medio de la letra, la palabra, el debate y el diálogo informado. En cambio, dada la postura gubernamental oficial y la moda política del momento, el asunto se transformó en una cena de negros, y las autoridades del Cervantino de entonces decidieron degradar al poeta, y lo que iba a ser el Homenaje a Octavio Paz quedó simplemente, por ``instrucciones superiores'', en La música y la obra de Octavio Paz.
Finalmente, el resultado musical fue exactamente el mismo, pero la decisión mezquina y pusilánime quedó ahí, públicamente exhibida para oprobio de sus promotores. No puedo decir que estuve ahí, pero me imagino la escena: un cónclave vergonzante, un misérrimo cenáculo de funcionarios menores, intelectuales alineados y políticos ínfimos, decidiendo en secreto, por las peores razones imaginables, que los 70 años del poeta ya no eran asunto digno de homenaje. Dicho de otra manera: los responsables de este sainete optaron por el zarpazo marrullero en vez del diálogo de altura, cosa que no sirvió sino para exhibirlos como lo que son.
Como herencia verdaderamente valiosa del asunto quedaron las partituras de Catán, Enríquez y Lavista, que desde su estreno en aquel menguado homenaje Cervantino de 1984 probaron ser obras de muy buen nivel, de estilos y lenguajes bien distintos entre sí, cada una con una visión muy singular de los alcances musicales de la poesía de Paz.
Manantial de soles y Mariposa de obsidiana pueden ser escuchadas en disco compacto, mientras que, por el momento, Hacia el comienzo existe sólo en grabaciones de concierto. Años después de ocurrido este asunto, Daniel Catán se aproximó de nuevo a la obra de Octavio Paz para componer una obra mucho más ambiciosa, la ópera La hija de Rappaccini, cuya grabación integral (dirigida por Eduardo Diazmuñoz) ha sido recién puesta en el mercado por un sello estadunidense.