Para mi Marcelita, por sus tres aguerridos años de vida
Es indudable que el aumento de la pobreza y la aplicación de políticas neoliberales han coincidido en el último cuarto de siglo. El gran debate político, ideológico, teórico y aun técnico, se ha centrado en discutir sobre la relación causal entre ellas, en términos de establecer si la pobreza es la consecuencia de la aplicación de las medidas neoliberales o si, por el contrario, son éstas las que tratan de combatir la pobreza.
Si bien las medidas específicas que establece ese enfoque difieren en intensidad y modalidad entre países de distinto grado de desarrollo y aun entre economías similares, la constante básica es que tratan de atender los problemas que comenzaron a surgir a principios de los años 70, a partir de un nuevo programa de gobierno y de dirección y organización de la sociedad. Destacan dos aspectos centrales; por un lado quitar al máximo los controles y las intervenciones omnímodas del Estado keynesiano de la segunda posguerra, al tiempo de estimular --o aun forzar-- a todos los agentes económicos para que actúen de manera estrictamente racional, de acuerdo a los principios de la elección que establece la teoría microeconómica. Se trata, en todo caso, de que los mercados sean cada vez más eficientes y, por tanto, que generen bienestar y que el Estado disminuya sus grados de ineficiencia y de desperdicio de los recursos productivos generados por el resto de la sociedad.
En síntesis, la propuesta consiste en que ahora los mercados --espacio natural en el que prevalece el interés y el desempeño óptimo de los agentes privados-- asignen el rumbo de la economía, y que el Estado deje de ser el gran asignador y el motor de la economía.
Las críticas --más que a este razonamiento, a sus resultados-- son múltiples, pero quizás las mayores y más evidentes se refieren a que este programa de gobierno en lo que lleva de operación no ha logrado los resultados que advierte en la teoría, sino que ha ampliado las diferencias sociales que pretendía resolver. Incluso no son pocos los que le atribuyen capacidades de destrucción del orden y de la sociedad mundial.
Ante este argumento, los partidarios del neoliberalismo ofrecen una batería de respuestas múltiples y reiteradas. Entre ellas están: a) no se han logrado todavía los mejores resultados, debido a la gran problemática que dejó el keynesianismo después de haber operado por más de 30 años; b) no se ha podido desmantelar en forma suficiente la estructura proteccionista y de bienestar de esa fase, por lo que los mercados todavía no pueden funcionar tal como lo establece la teoría; c) no ha habido el tiempo suficiente para que el programa opere a cabalidad y genere resultados adecuados; d) sigue habiendo proteccionismo en algunos países, sobre todo de los desarrollados, que impide la obtención y difusión del bienestar que necesariamente debe acarrear el libre comercio y la integración económica mundial; e) ha habido una mala, e incluso insuficiente, aplicación de las medidas de reforma estructural, como ahora se le llaman; y f) a la par de ello, persisten por momentos los rasgos populistas y proteccionistas del pasado, lo cual no sólo distorsiona las señales de mercado, sino que contraviene la esencia del enfoque.
En principio, ¿quién puede estar en contra de que funcionen los mercados y de que el Estado reduzca su ineficiencia? ¿Por necesidad esto debe generar pobreza o por el contrario, puede combatirla?
Alrededor de estas preguntas y más aún de sus posibles respuestas, se ha dado el gran debate contemporáneo de la política económica: ¿cuánto Estado y cuánto mercado, cómo combinarlos virtuosamente?