Olga Harmony
Teatro escolar en los estados

Antes de entrar en la materia de este artículo, querría hacer un par de aclaraciones al anterior, porque está muy lejos de mi criterio lanzar piedritas y esconder la mano. Cuando me refería a un rumor acerca de Teatro y Danza de la UNAM, ese rumor tenía ya cuerpo de certeza para muchos, entre otros quienes me dieron la noticia que, por cierto, nunca apareció en La Jornada. A la preocupación de que se fuera un equipo encabezado por Luis Mario Moncada que apenas empezaba a poner en práctica una política de dar cabida a variadas propuestas de la comunidad teatral, a búsquedas y felices encuentros, se sumaba la preocupación mayor de que fuera, como ya es, Antonio Crestani el responsable de ese puesto. Crestani, durante la gestión de Ignacio Solares, y como titular de Teatro se distinguió por favorecer a un pequeño grupo --que lo incluía a él-- en los espacios universitarios, cerrando las puertas a muchos productos válidos. Esperemos, como ha declarado ya el nuevo titular, que su propuesta no sea la continuidad de la anterior y que modifique los criterios con los que trabajó. El teatro en la UNAM no sólo compete a esa comunidad, sino que debe difundirse, como es su generoso proyecto, a todo un público interesado y refrendar sus características de renuevo y apertura.

Hablemos, pues, ahora del Teatro Escolar para los Estados del que ya me ocupé en su momento cuando se realizaron las primeras plenarias en otros dos estados y antes de que diera principio la temporada. Por diferentes razones el año pasado se canceló la plenaria que debería haberse llevado a cabo en Durango y no es sino hasta ahora que se dio, en el Distrito Federal, y cuando la temporada --excepto en el caso de Yucatán que estrenó aquí-- ya lleva mucho camino recorrido e incluso en algunos lugares ya terminó; vale la pena insistir en lo importante que resulta la continuidad de este programa que ya rinde muchos frutos y que es escasamente conocido en el centro del país y que todavía encuentra resistencias y dificultades en algunos estados, a pesar de que cubre algunos renglones de singular relieve. El primero, que los escolares vean un teatro bien hecho y quizá puedan conformar un público futuro más responsable y exigente, lo que es la perogrullesca vocación de todo teatro escolar. El segundo, que el centro pueda aportar al teatro de los diferentes estados recursos monetarios mediante convenios con los gobiernos de los mismos y los responsables de los edificios del IMSS en cada lugar. El tercero, que los teatristas reflexionen acerca de su quehacer y tengan aportaciones a través de las asesorías que brindan integrantes de la Casa del Teatro a los que en esta ocasión se sumaron algunos del Foro de Teatro Contemporáneo.

Fue muy interesante asistir a las escenificaciones y también a las mesas en que se analizó cada trabajo. Si bien se vieron algunos montajes muy fallidos, algunos de los directores --los más serios y solventes-- haciendo un pleno ejercicio de autocrítica aceptaron sus errores; otros no, se defendieron puerilmente o no respondieron a los cuestionamientos: unos son los verdaderos artistas, siempre ávidos de superación y los otros, como en todas partes, son los que nunca crecerán. En general el resultado fue bueno y me gustaría resaltar las escenificaciones que tuvieron mayor aceptación (lo que es un indicio de la madurez de los asistentes a la plenaria).

Está ¡Vieja el último¡, la deliciosa obra infantil de Alegría Martínez, Larry Silberman y Perla Szuchmacher, dirigida por esta última, invitada por las autoridades de Aguascalientes, y que conserva toda su gracia con los excelentes actores hidrocálidos. Los pretendientes de la posadera, adaptación de Jaime Chabaud al texto goldoniano, dirigida por Víctor Castillo para la Universidad de Guadalajara, con muy buenas actuaciones, escenografía y vestuario. Romeo y Julieta adaptada al medio rural mexicano del siglo pasado por su director, Mauricio Jiménez, con toda la imaginación y las creativas soluciones que acostumbra este teatrista. Susana y los jóvenes, un buen acercamiento al tono de Ibargüengoitia en que el sinaloense Alberto Solián y su Compañía de Teatro sin espacio de la UAS muestran un gran adelanto dentro de su trayectoria. La boda, de Bertolt Brecht, en la adaptación de Raúl Zermeño con la que el grupo La estufa, dirigido esta vez por Jorge Méndez, sufrió graves embates por la moralina presente en estratos de Coahuila. O de Chihuahua la molieresca Las mujeres sabias en dirección del experimentado Octavio Trías.

Los planteamientos acerca de repertorio y asesorías estuvieron presentes en las cinco mesas. Mario Espinosa ofreció adecuaciones al programa que, a pesar de su generosidad y sus logros, requiere ya de ajustes solicitados por los propios teatristas.