Entre las miles de películas que se exhiben en el Festival de San Francisco se ofrecen varias de los países ex socialistas. En un breve corto de la ex Yugoslavia (no sé quién lo hizo) la cámara sigue el recorrido en apariencia banal de varios hombres que desprenden de un promontorio una gran estrella roja, símbolo caduco del pasado. Objeto inservible colocado en una camioneta, mientras su trayecto es observado en silencio por los transeúntes. Los hombres del camión se dirigen a un almacén donde depositan a la estrella como si fuera basura. La siguiente escena muestra a un hombre ya viejo con una pistola al cinto que la recupera, la lleva a su casa y la protege. Pasan algunos meses, ya es invierno, y el hombre, acompañado de otros hombres, más o menos de su edad, y de algunos jóvenes, desandan el trayecto y reinstalan la estrella en el lugar donde durante muchos años estuvo colocada. El viejo pronuncia un discurso nostálgico, dispara con su escopeta tiros al aire y recuerda los viejos tiempos del socialismo, los logros de la ``patria'', el significado simbólico de la estrella, como si el mundo sólo pudiera reconstruirse al revés, en la nostalgia.
El amigo del difunto, de Viatcheslav Krichtofovich --coproducción franco-ucraniana-- es una radiografía del mundo socialista después de la guerra fría, ahora muy caliente, con las mafias, el desempleo, los asesinatos, la pérdida absoluta de valores morales y una salvaje dolarización.
Un fin de milenio absolutamente inconcebible, el de los países ``libres'' que la caída del socialismo ha engendrado, por ejemplo, el nacionalismo brutal de Bosnia o la violencia soterrada en Ucrania.
En el cine Castro, parecido al viejo cine Alameda --¡de nuevo la nostalgia! ¡todo tiempo pasado fue mejor!-- con su cielo estrellado, sus estucos dorados, su balcón antediluviano, las lámparas decó y un órgano que se levanta del piso con todo y organista, música retro en le intermedio, aplausos y la presentación de una película de John Berry, actor de teatro neoyorquino, llegado a Hollywood gracias a la influencia de Orson Welles y desplazado desde los años cincuenta por el macartismo. La película se llama Heran all the way y tiene un formidable reparto encabezado por John Garfield y Shelley Winters, así como el guionista Dalton Trumbo encarcelado por no denunciar a sus amigos liberales. La película apenas se exhibió, se borraron los nombres del director y del guionista y Berry se exilió en Francia.
Esta es una película bien delineada por el tema y por la fotografía, en blanco y negro, de James Wong Howe, y una música que marca con perfección el ritmo y la actuación maravillosa de todos los actores. Un obrero descarriado pero robusto --John Garfield-- mata a un policía, huye y se refugia en una piscina de Long Beach donde encuentra a una joven, también robusta, vestida con un traje de baño desesperadamente anticuado y mirada implorante. Garfield la enamora, ese Garfield que enamoraba a rubias en el cine, magnífico actor y que afortunadamente quizá murió en 1952 de un ataque al corazón, poco tiempo después de iniciado el macartismo. El filme despliega su violencia cuando Garfield se instala en la casa y ejerce su poder sobre lo doméstico, ¿paralelismos entre esta cinta y la ucraniana? un efecto casi impalpable pero certero sobre lo cotidiano que marca las relaciones familiares. ¿El mismo tipo de represión desplegado de manera semejante en los dos continentes, con Stalin y con McCarthy?
John Berry, ahora de más de 80 años, sube con lentitud exagerada los escalones del Castro, donde, emocionado, ¿cómo podría ser de otra manera?, recuerda las peripecias de su vida y de su película, habla de su amor a la ``patria'', advierte que tiene muchas ideas y guiones y que sólo le falta el dinero para volver a hacer una película en Hollywood. Este actor, director, escritor sigue actuando, dirigiendo, escribiendo y hasta boxeando, y acaba de tener éxito en Cannes con A captive in the land y por ello se dispone a continuar su carrera en Estados Unidos, su ``país''. A la pregunta de que si se ha rehabilitado a los perseguidos por el macartismo, contesta: ``No creo que el asunto se haya resuelto o que nos hayan perdonado, pero no me interesa que me perdonen... No, quiero otro tipo de reconocimiento... los alemanes también se disculparon, y eso, ¿a quién benefició?, ¿acaso resucitaron a alguien? Se destruyó a la gente con las listas negras y sus carreras se acabaron. Y lo peor de todo es que se cometió un agravio terrible a lo que este país siempre ha representado y esa mancha es imposible de borrar''.