La convocatoria que Pablo González Casanova ha hecho al Congreso de la Unión merece especial atención. El maestro universitario ha dicho el lunes pasado, tanto en San Lázaro (en la mañana) como en la Universidad Iberoamericana (en la tarde) que al Congreso de la Unión le corresponde una responsabilidad histórica, semejante a la que tuvo el Constituyente de 1917 cuando decidió el futuro del país.
En estos momentos tal responsabilidad de diputados y senadores, independientemente del partido al que pertenezcan, está referida a los derechos de los indios que, como todos sabemos, quedaron fuera, en su especificidad, de las consideraciones constitucionales. Lo que los indios están demandando no es el poder, sino ser incluidos como tales en el derecho público y lo que esto significa. De aquí que González Casanova dijera que lo que está en juego es el propio proyecto civilizatorio de estos pueblos (La Jornada, 28/4/98); es decir la aceptación de que son --o deben ser-- entes jurídicos con plenos derechos como indios, como comunidades, como pueblos.
Se desprende de lo anterior, interpreto, que la responsabilidad del Congreso de la Unión no es sólo como poder autónomo en/de la República, es decir autónomo del poder Ejecutivo, sino la responsabilidad de subsanar una vieja omisión motivada por la influencia de las ideas liberales del siglo XIX que, viniendo de Francia, Inglaterra y Estados Unidos (donde, por cierto, los indios sólo fueron reconocidos como muertos o en reservaciones), planteaban la igualdad de los ciudadanos en el esquema de esas mismas ideas y no en el de las diferencias de cultura y tradiciones. Se impuso la visión de los conquistadores, a fin de cuentas: con ideas libertarias y de igualdad, sí, pero sólo para ellos y no para los conquistados.
En otras palabras, el Congreso de la Unión, la actual legislatura, tiene enfrente de sí la enorme responsabilidad de mantener el estado de cosas o de reivindicar en la ley los derechos de los indios y a los indios como sujetos de derecho con sus propias tradiciones y formas de organización. El Congreso de la Unión tiene que decidir, por sí mismo y no bajo la influencia de un gobierno preocupado más por quedar bien con el extranjero que con los mexicanos, si mantiene criterios discriminatorios (bajo el argumento de que la única civilización que vale es la de los blancos) o si reivindica la naturaleza pluriétnica y pluricultural de México, negada por siglos salvo en los museos de artesanías.
Ha sido tradición de los gobiernos, tanto populistas como tecnocráticos, no escuchar al pueblo, sino interpretarlo. Ha sido tradición de diputados y senadores, con honrosas excepciones, sólo escuchar al Presidente de la República (como lo demostrarían las muy pocas leyes emanadas del propio Congreso de la Unión a lo largo de nuestra historia posrevolucionaria). Pero estas tradiciones deben cambiar, no por ser tradiciones, sino porque han sido antidemocráticas; y la prepotencia y el autoritarismo, antítesis de la democracia, ya no están de moda. Lo que los pueblos exigen, aquí y en Estados Unidos, en Argentina y en Rusia, es democracia. Y en México democracia quiere decir, entre tantas cosas que significa, oír al pueblo, atender sus demandas, gobernar para los más, actuar como verdaderos representantes de quienes los eligieron y, ¿por qué no?, de quienes les pagan sus salarios.
Diputados y senadores son representantes populares, al menos esto dice la Constitución. Forman parte de un poder independiente de los otros poderes. Son los responsables de evitar que el poder unipersonal del Ejecutivo sea el que decida los destinos del país, de la nación. Son, también, portadores de las banderas del cambio y del futuro del país. En sus conciencias está la capacidad de optar por México, con sus indios, o por las políticas que están enajenando nuestro país, poniendo en serio riesgo nuestra soberanía y marginando a los indios. Es la disyuntiva que tienen los diputados y los senadores. Más grave aún: en sus conciencias y en la opción que escojan en esta coyuntura histórica, está la paz o la inestabilidad que provoquen sus decisiones en contra de los pueblos indios, pues éstos ya dijeron ``basta'' y aunque no quieren la guerra no desistirán.