En memoria de Octavio Paz y Linda Schele
Unas pocas horas antes que Octavio Paz, murió Linda Schele de una enfermedad semejante, pero con muchos años menos que él. Sus trabajos, ya clásicos, todavía esperan su traducción al español, pero su relevancia fue dada a conocer al público mexicano por el Maestro. Esta mayista estadunidense conocía mejor la lengua de los antiguos palencanos que la de Cervantes, pero, en una memorable emisión televisada, esta invitada de Octavio Paz nos conmovió a todos: regla en mano para indicar cada uno de los glifos del siglo VII de nuestra era, grabados en la piedra caliza, improvisó ante la pantalla, en castellano vacilante, una traducción del gran tablero del Templo del Sol.
No había estudiado epigrafía; se había graduado en historia del arte hasta que, todavía en los menesteres de su maestría, descubrió con su esposo la belleza maya de Palenque, quedando impactada. En otro viaje, se mezcló con la selecta y docta asamblea de las estrellas académicas de las recurrentes ``mesas redondas de Palenque'', los escuchó, se puso a estudiar y regresó con una doble intuición.
La primera, que la belleza tiene lenguaje y mensaje y que, por tanto, sería tan estúpido maravillarse ante el arte maya fuera de este contenido (para entonces oculto) como admirar la pintura o la escultura griega sin saber de la Ilíada o de la Odisea, de la mitología o de la historia allí plasmadas. Entonces emitió la hipótesis de que el arte maya también tenía a su Homero, y lo encontró en el Popol Vuh.
La segunda le nació cuando los brillantes académicos de las mesas redondas regresaban a su hotel. En vez de seguirlos, se quedó en las ruinas; se percató que después de la hora en que los turistas reembarcan en sus autobuses, entran los choles, se acercan a las pirámides, encienden velas y se ponen a rezar. Eso, pensó ella, no se ve ni en Egipto ni en Atenas; probablemente, supuso, porque son culturas muertas que no viven sino en la memoria. Lo que había observado tenía para ella una sola explicación: la cultura y la lengua de Palenque no habían muerto, estaban vivas en los indios choles y por supuesto habían evolucionado pese a los golpes y heridas de 500 años de humillación.
Con estos dos presupuestos, se puso a trabajar. Estudió el Popol Vuh y el chol, y se dio el milagro: los jeroglíficos empezaron a hablarle. Platicó con gloto y arqueolingüistas ante las estelas. Uno de ellos, Kauffman, reconstituyó para ella y demás especialistas un vocabulario y una gramática del proto-chol, y Palenque soltó su misterio. 800 glifos fueron identificados, tanto los logogramas que expresan conceptos como los silábicos que indican cómo se pronuncian y el lugar o función que tienen en la frase. Con otros epigrafistas (que la cuestionaron severamente) y con sus estudiantes, se inicio el desciframiento.
Hasta entonces se pensaba que las estelas y demás inscripciones no eran sino sofisticados cálculos y fechas relacionados con la astronomía y la agricultura. Pero Linda Schele leía cosas más interesantes. Según ella, registraban los ritos y ceremonias celebrados ante su pueblo por auténticos reyes --no sólo sacerdotes como se creía antes--, para motivarlo o retroalimentarlo con la palabra antigua del Popol Vuh cuando sucedía algo importante, o ante una lucha que se iba planeando (tal como lo relata en The Blood of kings,La sangre de los reyes). Encontró los nombres de estos monarcas, las grandes fechas y la duración de sus reinados, y documentó una dinastía de nueve reyes en Palenque.
Ante este éxito, se reeditó la hazaña en Copán, Honduras, con otras dinastías de 14 soberanos (y una soberana originaria de Palenque), lo mismo que para varias ciudades antiguas. Estos datos, sumados y ordenados por Schele nos valieron ``la historia nunca contada de los mayas'' que ella llamó A Forest of kings (Una selva de reyes) porque los glifos de tantos monumentos erguidos para celebrar y recordar a los próceres (estelas y árboles eran una misma palabra en esa lengua) habían sido lo que Octavio Paz para Elena Poniatowska: ``las palabras del árbol''.
El método y los descubrimientos de Linda Schele desencadenaron polémicas, no extintas todavía entre mayistas, como suele suceder a pioneros. Uno de los muchos méritos de Octavio Paz ha sido el de socializar sus resultados (oralmente en español y por escrito en francés) es decir lo que queda después de las controversias, el espacio nuevo abierto más allá de ellas.
Gracias a Schele, ahora conocemos por dentro a los mayas de nuestra trágica zona norte, la chol: la lengua de las pirámides (por supuesto en su estado arcaico) es la que hablan los mayas de hoy; éstos, ayer forjadores de un complejo sistema de escritura, no son los analfabetas de una vergonzosa exclusión, sino los desalfabetizados por ``los 500 años del moderno sistema mundial'' como diría Wallenstein (cuyos sinónimos son liberalismo o capitalismo); no son los ``lejanos descendientes de los prestigiosos mayas'' sino los mismos, es decir, los actores de una historia iniciada hace tres mil años, hoy en resistencia. Tienen historia y siguen haciendo historia, tal como lo vemos cada día en Chiapas.