La Jornada Semanal, 26 de abril de 1998
Recibí la noticia de la muerte del poeta llegando a Irlanda. En Los
çngeles, sin dar explicación, habían retenido la salida del vuelo tres
horas.
Me asignaron asiento entre una mujer enorme y un hombre pequeño, que
estiraba las piernas haciendo parecer gigante la ratonera del
avión. Leía detrás de gruesos lentes, que lo ocultaban, invistiéndolo
con una máscara de oh mercy...
Ella no tenía edad, sino peso, y él rayaba los setenta.
Ella era ilógicamente inmensa, él absurdamente reducido.
Todo perdía su cuerda dimensión.
Los nidos debieron desprenderse de las ramas de los árboles, aunque no
soplara el viento.
La cabina de pasajeros olía a orines.
La enorme de mi lado me acarició con joven y triste mirada vacuna: su
cuerpo comprimido prendía y apagaba la luz, sin que un dios pudiera
controlarla.
A cada instante era noche o día.
El pequeño viejo se movió con holgura, casi bailando en su magno
asiento envidiable, dándome la espalda: su cuello de toro revelaba al
asesino.
Para esto eran los lentes, esconder la bayoneta, el par de botas, el
lodo, la trinchera, el alambre de púas.
El diminuto jamás abrió en todo el vuelo la boca.
Habría dicho: ``Era casi un niño/a los 13 me enviaron a la guerra/
maté/ soy Mambrú.''
Quise reducir la velocidad del sinsentido. Temí que en la isla los
borregos tuvieran cinco patas y cinco ojos, que el gaélico hubiera
roto en ruido.
Me serené recordando a los amigos, alrededor de una mesa a la hora de
la cena, recitando Piedra de Sol, hacía tres en Irvine.
La gigante y el perro imperturbables repetían su rutina.
Los lentes sin bayoneta, bajo el fragor de la sombra confundida, leían
su libro, en letras doradas crimen y olvidando la palabra castigo: a
esa hora en México moría el poeta.
Encerrada en el panal de orín, gigantes y enanos, en turbulencias y el
zumbido del motor de la noche participé en su despedida. Lo dijo hace
años Paz: el poeta es quien regresa el orden al mundo, el sentido a
las cosas, la dimensión, y la luz a la luz.
Leí un poema de él, ``Primero de enero'', en versión de Elizabeth
Bishop, en el Writer's Center de Dublín. Volví a leerlo al día
siguiente en Gallway.
Lo leeré mañana en Cork, sin enanos ni gigantes, la sombra y las
tinieblas divididas.
Descanse el poeta, que vivan por siempre sus poemas.
Brillan como monedas las hojas del otoño
en el penúltimo peldaño de
la escalera
que lleva al mar de polvo o de ceniza.
Llegan de un
cielo muy lejano, encendidas
por la pasión de la eternidad, las
palabras
de Octavio Paz esculpidas
ahora en mi corazón:
abre
la mano, coge esta riqueza,
corta los frutos, come
de la vida,
tiéndete al pie del árbol, bebe el agua.
Y el agua
está podrida. El tiempo
está vacío. Los recuerdos se
extinguen
en la cueva. Arrastra el viento
las sombras de la
vida. Gime
el silencio en la laguna. Sí: el cielo
es otro
abismo más alto. Los peldaños
se pierden en la bruma.
Las
hojas del otoño, como monedas
o palabras, permanecen ajenas
al
dolor, reposan en la luz. Sí:
ver duele. Y la ausencia
duele.
Las manos del poeta
que encendía palabras en la
noche
para recobrar la ignorancia
buscan temblorosas la
llave
que brilla ciegamente
en un mar de ceniza. Ya nada
queda
sólo andrajos y comida de insectos y sopor
bajo el
mediodía impío como cacique de oro.
Brillan las palabras
como
días estériles en la escalera
del tiempo
y, sí, el viento del
mar
delira en voz alta por las azoteas.
Alguien con mi rostro se incorpora, escucha
por la piel del aire. Hay otro sitio en alguien
donde llueve un mundo ya inmovilizado.
que otro extiende al
alba su nación de sombras;
alguien toma un trozo de papel y
escribe
de mi puño, sella su derrota o fluye
que apunta en mi
nombre una palabra, un signo
de neblina. Escucho sus pisadas,
veo
su lámpara vaga contra la ventana
Alguien cede al tacto de la
luz mis ojos
y el contorno inútil de un espejo de agua.
Alguien
enmudece. Yo murmuro. l canta.
La conciencia se llamó dolor,
La conciencia fue la herida
La luz del cielo es otorgada,
y dar a luz fue así
porque somos
tierra
y la tierra no acata sin la herida.
Le surgieron ojos al
desastre
y algo que parece un alma
y ganas de pies y
brazos
para libertades nuevas.
pero también el ala
que se
desprendió del desastre.
no sé por qué en la tierra
nos
cuesta un sacrificio,
como si tuviera que nacerse,
salir de las
entrañas nuevamente,
afirmada en el espacio de lo interno
cual
si tuviera que inventarse
-no existiera.
El fuego nos
despoja,
y el águila tan alta lastima nuestra entraña,
Y llevar
fuego adentro
o ser águila en algún cielo
exige la
renuncia
de lo que no es luz ni vuelo.