La Jornada Semanal, 26 de abril de 1998



LO QUE FUE OCTAVIO PAZ PARA NOSOTROS

Palabra comprometida

José Pascual Buxó

En la muerte de Octavio Paz sólo quiero pensar en lo que su obra ha significado para nuestra vida. Para quienes despertamos a la literatura en la mitad exacta de este siglo, Libertad bajo palabra (1949) dio respuesta a nuestras impacientes preguntas sobre la poesía: ``contra el silencio y el bullicio, invento la Palabra''. Ni incontrolada emanación del sueño o el delirio, ni estéril esfuerzo de la conciencia lúcida, sino palabra doblemente comprometida con la visión espontánea de nuestro combate interior y con su vigilante expresión. Para mí, escindido entonces entre la fidelidad al origen y la urgente atracción de las raíces nuevas, los poemas escritos por Paz sobre la guerra civil española (``Has muerto, camarada, en el ardiente amanecer del mundo...'') me confirmaron que aquel mundo del que yo procedía podía ser perfectamente compatible con ``nuestro mundo'' mexicano: ``no hay patria, hay tierra, imágenes de tierra/ polvo y luz en el tiempo''.

Para quienes hemos ejercido la crítica literaria desde nuestra cátedra o nuestras publicaciones universitarias, para quienes nos esforzamos por tener una visión más libre y clara de nuestro pasado novohispano, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982) significó un nuevo principio: el rescate de la vida y la obra de la poetisa de ``las falsificaciones de la historia'' y su ``restitución'' a una lectura a un tiempo erudita y apasionada, es decir, viva. Desde la academia se habrá podido disentir de algunas opiniones de Paz sobre ciertos aspectos de la cultura mexicana del siglo XVII; lo que no podemos discutir es que -a partir de esa obra ejemplar- los académicos estamos obligados a concebir de manera distinta nuestro trabajo: no basta la exacta noticia de las cosas ni la cautela argumentativa, hace falta el compromiso vital con aquellos textos del pasado que son determinantes para nuestro presente. Generoso, me dedicó así su libro: ``A José Pascual Buxó, discrepancias pero, sobre todo, convergencias -y la amistad de Octavio Paz.''

Paz pasional

Julio Ortega

Una vez Octavio me dijo que Alfonso Reyes se había dedicado a los griegos para eludir la actualidad. En cambio, él cultivó y muchas veces ocupó la actualidad comoÊun escenario apasionado y vehemente. Ese fervor le hizo estar al día, demorar el presente, conducir la atención y convocar lo nuevo.

Incluso su visión del pasado estuvo actualizada por su necesidad de dirimir el presente y por el ejercicio de su juicio constante. En ello fue no sólo hombre de su tiempo sino un típico autor modernista, alguien hecho en las autoridades de la razón, y en la transparencia posible de la verdad. Tanto sus ensayos como su poesía prueban que creía en la legibilidad del mundo, que se revelaba en las palabras. Pero, a la vez, fue el más fecundo heredero del surrealismo, y no en vano Breton debe haber sido su mejor modelo. Con pasión pareja, Paz cultivó la noción matriz del grupo, y fue el centro de varios que adquirieron su identidad tanto por las inclusiones como por las exclusiones. Al modo ardoroso de los surrealistas, hizo de la polémica una práctica cultural. Fue un formidable antagonista, y, lamentablemente para él, no tuvo rival equiparable.

De la vanguardia le quedó, por lo demás, la pasión por la originalidad. Creía, no pocas veces con justicia, haber sido el primero en haber acuñado una idea u otra; y con injusticia, creía a veces que un cierto escritor se debía a otro. He llegado a sospechar que Octavio vivió en estado polémico, con una urgencia de veracidad que lo enfrentaba consigo mismo, como si estuviese poniendo a prueba no sus convicciones sino sus juicios y relecturas. Quizá porque estaba poseído por la fluidez de lo actual y el hechizo del instante, era capaz de ponerlo todo en duda, de descartar aficiones y de descubrir nuevas afinidades. Llegó a decir que su revista era ``la patria''. Vivió en el milagro y la zozobra de esa alianza.

Creo, por ahora, que su gran legado a la cultura hispánica está en este su ejemplar culto a la vivacidad del presente. Un poeta como él, que fue notablemente sensible a las epifanías del instante y de la presencia, nos ha enseñado que el escritor, al final, no se debe a la imparcialidad de los olimpos normativos y mucho menos al archivo de los orígenes, sino a las afueras del día, al espacio cambiante de una realidad que se define por lo que hagamos de ella.

Otra vez, Octavio me contó su encuentro con José Ortega y Gasset. Era él muy joven y el maestro le dijo, más o menos: ``Deje usted la poesía, no tiene eso futuro. Aprenda usted alemán y piense. ¡Piense!'' Paz no ha hecho otra cosa que pensar en voz alta, como si esclareciera no sólo los dilemas que confrontaba sino la actividad misma de discernirlos. Pensar en español el mundo que nos ha tocado, fue su pasión. Elucidarlo en las palabras, su desafío. Esa poderosa convocación a construir el sentido, creo yo, declara su fe íntima en nosotros.

El sentimiento crítico de la vida

Josu Landa

El hombre es el animal que guarda a sus muertos. Es conciencia de la muerte siempre dispuesta a negar la muerte. Vencimiento de la vida y victoria del tiempo, cuando se trata de la vida y del tiempo propios, la muerte debe ser victoria de la vida y vencimiento del tiempo, cuando se trata de la muerte ajena. A escala individual, puede ser verdadera -al menos, es un consuelo- la idea epicúrea de que el morir es ajeno al vivir. En el ámbito comunitario, sin embargo, hacemos todo lo posible por que el inevitable deceso de cada quien sirva de algún modo a nuestra existencia. Los alcances de esta verdad son tanto más grandes cuanto mayor sea la significación humana de quien se adentra en ese misterio absoluto, fondo sin fondo de todos los misterios, que es la muerte.

A un hombre del relieve espiritual y moral de Octavio Paz le queda demasiado corto el sayo del intelectual, aunque haya asumido como nadie esa figura capital de los tiempos modernos. Las categorías son como cercos invisibles para acorralar, acosar y entrampar lo que vemos y sentimos. Por eso hay que cuidarse de ellas, aunque sea imposible hacerlas a un lado. Paz tuvo lo suyo de ``espiritual'' y también hay un Paz humanista, en el sentido clásico y renacentista del adjetivo, junto con un Paz que encarna en toda su radicalidad el ideal fáustico del hombre y de la vida. En definitiva, es menester aceptar que el talento portentoso de quien pudo componer El arco y la lira y Blanco no cabe en ninguna palabra. Ciertamente, la palabra justa es una pasión inútil, pero estamos obligados a procurarle el debido cumplimiento, a sabiendas de su inviabilidad. Esa es la condena y la redención del extraño ser-de-la-palabra que es el ser humano.

``Sentimiento crítico'': tal vez sea este el término que da cuenta con mayor justeza del genio poliédrico de Octavio Paz. No la fría disposición de una mente entrenada para el análisis. Tampoco la fatua brillantez del sofista y el erudito. Más bien, el fervor de quien siente la vida, la existencia en todas sus expresiones, como el fluir de la diferencia. El fuego heraclíteo que fragua al otro en el alma propia. La luz que alumbra y engendra lo siempre otro en el poema y en las intuiciones que pueblan el ensayo, el tratado riguroso, la disputación y la confesión. La inmensa obra poética y ensayística de Paz es realización sin fin de la diferencia: celebración del deseo en la forma siempre abierta a ser otra. Esto es lo que explica la permanente vocación de modernidad de la obra de Paz. Es lo que permite entender la voluntad de búsqueda y experimentación que la sustenta. Es también lo que da cuenta de la crítica como una forma de vida en el caso de Paz.

Vivir la diferencia, vivir en la diferencia: esta es la divisa práctica de quien reconoce con escepticismo los límites de la razón y, a la vez, apuesta por un hombre sin dioses, inmerso en esa soledad que llamamos libertad. Junto a la escritura prodigiosa de Paz está esa otra obra que conviene rescatar como referencia: el alma del poeta siempre crítico, la morada interior habitada de pasiones y razones, el ethos del hombre que en su insatisfacción perenne celebra el mundo. Es, pues, el sentimiento crítico de la vida lo que permite comprender las luminosas aunque controvertidas previsiones, visiones y revisiones de Paz en torno a la política mexicana, las grandes ideologías del siglo, los nuevos fundamentalismos y tantos otros temas.

La grandeza, intensidad y libertad de ese sentimiento crítico de la vida en Paz es lo que, seguramente, da pie a las ambivalencias ante su avasalladora personalidad. Se le admira y se le teme por lo que tiene de valiente y luminoso, se le envidia y odia por poner en evidencia la pequeñez de nuestras almas. De ahora en adelante, quienes seguimos en estos reinos del ser tenemos el reto de leer y releer la obra escrita de Paz a la luz de ese fuego crítico, ese ethos de la insatisfacción que le dio forma, cuerpo y valor.

La mejor -por no decir la única- forma de hacer que Paz continúe siendo la llama viviente que ha cautivado a las almas sensibles del mundo es ejercer ese sentimiento crítico de la vida con el arrojo y la libertad con que él mismo lo hizo. Asumir ese fuego que arde en el sentir lo mismo que en el saber como la tierra en que broten los frutos de la diferencia. Darle cauce siempre a ese fragor, esa ``corriente alterna'' que es el diálogo crítico, incluso y en primer lugar con el legado escrito del gran poeta. Nunca la estéril, mortal servidumbre del epígono.