La Jornada Semanal, 26 de abril de 1998
La puesta en duda de la realidad es tal vez la constante más clara de la poesía de Octavio Paz. La realidad, ``eso'', seudoconcreción o entidad objetivo real, se cuestiona en la poesía de Paz como un marco referencial más, pero no como el contrario de la materia textual. En efecto, el texto no es una vía de acceso a esa instancia que podríamos considerar como una de las manifestaciones de esa otredad tan cara en el pensamiento del poeta mexicano. El problema adquiere fuerza porque el texto también está puesto en duda, al menos desde la perspectiva del núcleo central del poema o hablante. Desde esta perspectiva puede decirse que el cuestionamiento sistemático del hablante en la categoría de ``voz'', yo lírico o de ``el que emite'', coloca a Octavio Paz dentro de la tradición romántica planteada por John Keats respecto de la identidad poética como aquella ``identidad negativa''. Keats sitúa al poeta como alguien que, lisa y simplemente, no tiene identidad porque, en justicia, puede tenerlas todas. En el poema puede ir de una identidad referencial a otra, encarnarse en cada una. Esta política de devenires esbozada teóricamente por Keats se vuelve zona de evidencia en la obra de Paz. Si hay una característica constante en la poesía lírica del siglo XX, es la evidenciación que los poetas hacen de intuiciones que hasta el siglo pasado se manifestaban como contenido latente, como zonas veladas. El problema de la identidad del poeta, como llama Keats a toda voz que habla ahí adentro, es una de las evidencias. La otra es la contaminación que sufre el texto todo de esa no-titularidad que termina convirtiendo al texto en un espacio de neutralidad. La neutralidad u homologación de los elementos textuales, donde ninguno prima sobre otro, se desactiva ante la realidad o mundo, donde el poema juega como un elemento de doble caracterización: por un lado, tiene naturaleza propia y diferente de todo objeto creado porque se integra a una noción mítico-simbólica (el poeta representaría a una potencia más allá de sí mismo); por otro lado, es también un objeto creado por integrarse a la realidad técnica. Un poco más acá de la consideración griega del poeta como ``poseso'' o ``hablado'', la concepción del sustrato lírico del Occidente moderno, la lírica trovadoresca, hace un lugar para el mito en la consideración etimológica del arte poético: ``encontrar'' (trovar) es lo que hace el poeta, no crear en el sentido de asumir la titularidad fabril del objeto. Ese desprendimiento aparente de la titularidad poética no es un acto de filantropía cósmica: es un re-envío del poema y de la poesía a un territorio más amplio, simbólico, se diría, una devolución del poema a un estatuto y a un orden mayores cuyas reglas apenas atisba el ser humano. La noción de pertenencia a una secuencia, a una ``cadena'' que obedece a una lógica ausente se altera en dos momentos clave de la lírica occidental: durante el periodo barroco de los siglos XVI y XVII (John Donne y Góngora, especialmente) y durante el periodo romántico de fines del siglo XVIII (Novalis) y del siglo XIX (Keats, Hlderlin). La interferencia del siglo XVIII actúa en un sentido ideológico contundente por el escamoteo del mito que representa el auge de la razón instrumental (Cf. T.W. Adorno y M. Horheimer: Dialéctica del iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires). La razón práctica del poema romántico no busca el re-ordenamiento simbólico del mundo por la conciencia de esa sustracción fundamental sino por la lucha con el fantasma de la Industrialización que pone en crisis el dominio de la subjetividad entera (Cf. Roland Barthes, El grado cero de la escritura, Siglo XXI, México). El último intento de re-envío de Mallarmé, pero asumido en la doble dimensión simbólico-técnica, está presente en un ``Un coup de dés n'abolira l'azar'', último poema de Mallarmé y último intento de la tradición lírica occidental considerada desde el punto de vista de un legado. Este poema de Mallarmé, precisamente, es valorado en especial por el Paz teórico de Los signos de rotación y por el Paz poeta experimental de Blanco. Son muchos los factores que merecen la atención de Paz sobre el poema mallarmeano. Pero, prioritariamente, lo seduce la fragmentación del texto donde es palpable la ruptura del verso como secuencialidad rítmico-formal que permite una multiplicidad de lecturas. Pero, especialmente, lo seduce el ``nadismo'' en profundidad que el poema sugiere, la perspectiva de vacío que la ruptura sintáctica sugiere al hacer entrar en contacto con la blancura matérica que es identificada por Mallarmé, en un nivel, con la página donde el texto actúa. La identificación, fenoménica al fin, de ``nada'' y página es la ecuación última que permite la reflexión sobre el poema de Mallarmé, un poema hegeliano si los hay, en cuanto a la consideración del filósofo alemán de que ``en el futuro la reflexión sobre la obra de arte será más importante que el arte mismo''. Otra noción cara a Paz que presenta el poema de Mallarmé: la noción objetual, de cosa activa por sí misma que el poema sostiene, identificable con la concepción de identidad negativa que caracteriza al poeta para Keats.
La lectura de Mallarmé que realiza Paz parece estar mediada por una realidad estética capital en nuestro siglo: la separación del repertorio de formas creado por las vanguardias históricas (fragmentación, experimentación, autorreferencialidad, ``cosificación'' del poema) de los contenidos contextuales, reales e históricos a los que las vanguardias aludían con su teleología conceptual pero también esencialmente pragmática. El efecto de introspección o de ``mismidad'' que se manifieseta en la poesía contemporánea en relación con la materia poética parece ligado, en un nivel ideológico, a la pérdida de fe en la dimensión utópica o, puesto en otros términos, a la consideración del poema como el único territorio donde la libertad se ejerce y donde la justicia es activa. Fuera de ahí campea un ``no lugar'' extenso o un lugar posible de ser formulado en la concepción amplia y vaga de los espacios imaginarios. La hiperconciencia formulada en la poesía de Paz relativa al verdadero autor del poema, a la verdadera realidad que se alterna entre los referentes del mundo y las palabras genera un espacio donde todo se virtualiza. Piedra de sol parecería que señala el último intento de diálogo directo con la historia (un diálogo retomado en forma menos violenta en Vuelta, pero también más serenamente ideológica: ``la historia es el error''). Blanco, Topoemas, El mono gramático, actúan como confirmación de que el espectro de la realidad ya no toma en cuenta a la historia más que como referente negativo. Si la realidad es relativa como manifestación y la historia es otra trampa, toda noción de otredad o bien circula libremente por los intersticios de la fenomenología poética o bien se sitúa en un más allá extremo cuyo punto de apoyo parece estar en el concepto de otredad mismo. El recurso de la metáfora y de la imagen son transportes entre realidades virtuales pero tienen la tendencia de actuar como valores en sí mismos, suficientemente legitimados por la poética de la materialidad significante y no como vínculos entre realidades diferentes. La otredad adquiere cuerpo cuando se traduce en amor, cuando el otro se presenta como elemento clave de la identificación. Sin embargo, el amor no actúa para devolver el orden al cosmos ni tampoco para reducir la inquietud sobre la realidad del mundo. Si fuera así, la poética de Paz suscribiría la política de re-envío de la creación poética al territorio del mito por la gracia del amor. La poética de Paz nunca deja de estar tocada por un alto grado de secularización que se vuelve irrenunciable luego del ejercicio de la autoconciencia escritural llevada al extremo. Lo que sí produce el amor es la suspensión del tiempo, la creación de otro tiempo. Es la noción más cercana a una consideración epifánica en la poética de Paz. Cuando el amor entra en juego, aunque sea en la consideración restringida de la naturaleza amorosa como vínculo yo-tú, la poesía de Paz gana altura sorprendente y el poema escapa de la lógica que intenta conducir a todos sus elementos como materia tematizable.