Masiosare, domingo 26 de abril de 1998
CUANDO ORIVE ENSEÑABA TEOLOGIA DE LA LIBERACION
En esta primera carta de Torreón a San Cristóbal -escrita por Orive en noviembre de aquel año- los norteños piden a la gente de la diócesis aceptar que padece una ``enfermedad ideológica'' y ofrecen su experiencia ``para quitarle al enemigo fundamental (que es el Gobierno, los burgueses más poderosos y el Imperialismo) un aliado poderoso, como lo es la Iglesia''.
En estas líneas se revela que los norteños buscaban la ``integración'' con los cuadros de la diócesis en el campo chiapaneco y que fueron rechazados al ofrecérseles ``una simple relación de amistad''.
Más de 20 años después, el autor de esta carta mantiene su malestar y sigue empeñado en dar consejos a la diócesis.
A mediados de septiembre de este año, llegamos a Chiapas cinco compañeros de Torreón enviados por el pueblo que, en aquella región, lucha organizada e independientemente, con objeto de integrarnos a las luchas del pueblo de este estado, intercambiar experiencias y ayudar a eslabonar los procesos populares de todo el país hasta formar una gran cadena indestructible.
Nos entrevistamos con su Obispo, a quien habíamos conocido hace un año en La Laguna durante nuestras luchas por sacar de la cárcel a unos compañeros sacerdotes presos y por evitar que el gobierno aprehendiera también al párroco de Francisco I. Madero.
El, dando muestras de democracia y altura de miras, propuso una discusión con su Asamblea Representativa para acordar los términos de nuestra relación. Se llevó a cabo el 3 y 4 de octubre y después de una plática vasta y profunda de dos horas se acordó trabajar conjuntamente, en particular en algunos de los equipos de la Diócesis.
El 5 de octubre tuvimos una sesión con el Consejo Coordinador Diocesano para precisar los términos y los lugares de nuestro trabajo conjunto.
El 13 de octubre, sin una discusión previa en la cual nosotros participáramos, uno de los miembros del Consejo de Coordinación Diocesano nos comunicó que en lugar de integración se había acordado que la relación con nosotros fuera simplemente de coordinación.
Ahora, a mediados de noviembre, se nos ha madando decir, también, sin haberlo discutido con nosotros, que mejor sea una simple relación de amistad.
Nosotros no pensamos mal porque se haya determinado que la relación sea nada más de amistad y ya no de integración, sino porque en esa determinación no se nos permitió ni siquiera opinar y porque, peor aún, en el mes que ha transcurrido, se ha promovido unilateralmente a todos los niveles supuesta información sobre nosotros sin antes habermos dado la oportunidad de aclarar dudas o discutir diferencias.
Ya que no pudimos hacerlo verbalmente, decidimos escribirles una carta con objeto de que todos ustedes conozcan nuestra posición.
Con ésta, son dos las ocasiones que nos hemos visto relacionados formalmente con la Iglesia como tal. La anterior, en octubre del año pasado, cuando el Gobierno aprehendió a compañeros sacerdotes presos y amenazó a otro, publicamos un documento que en uno de sus párrafos decía: ``En la actualidad, la Iglesia no es del pueblo, es de los ricos y del Gobierno... debemos por lo tanto luchar para que la Iglesia cambie de bando, para quitarle al enemigo fundamental (que es el Gobierno, los burgueses más poderosos y el Imperialismo) un aliado poderoso -como lo es la Iglesia- para que se convierta en una Iglesia del pueblo''. Decíamos también que éramos conscientes de que las contradicciones en las que se movía la Iglesia ``sólo se pueden resolver, en su conjunto, cuando a la larga el pueblo le haya quitado la Iglesia a los ricos y al Gobierno y la haya hecho suya, mediante un proceso prolongado de lucha ideológica permanente... Esta lucha es en dos frentes: el convencer a los miembros de la Iglesia en lo particular y el ganarse a la Iglesia en su conjunto, transformándola. Y por supuesto, es el pueblo el que enseñará el camino, a los miembros en particular y a la Iglesia en su conjunto, porque el pueblo sabe que una Iglesia humilde le puede servir, en el sentido más amplio del término, a su emancipación''.
Hace un año nos dimos cuenta de dos contradicciones que obstaculizaban la participación de la gente de Iglesia en las luchas populares: su concepción de la obediencia ciega a la jerarquía eclesiástica y sus actitudes paternalistas para con el pueblo. Así lo dijimos en el documento que publicamos.
Conociéndoles a ustedes, vemos el esfuerzo tan grande que están haciendo desde la última Asamblea Diocesana para combatir la obediencia ciega y construir organismos democráticos que rijan su vida interna. Es una experiencia única en México y quizá en toda América Latina. Cualquier persona interesada en la transformación de esta sociedad tiene que luchar junto con ustedes para ayudarlos a fortalecer este proceso, para impedir que los enemigos del pueblo lo aplasten, no sólo por lo que implica para Chiapas sino como precedente para todo el país. Somos muy conscientes de ésto y queremos actuar en forma correspondiente.
Sin embargo pensamos que sigue habiendo mucho paternalismo respecto al pueblo en algunos casos y con toda sinceridad y respeto lo manifestamos en la Asamblea Representativa del 3 y 4 de octubre. Esperamos que nos den oportunidad en otra carta de expresar nuestras opiniones al respecto.
Pero en este último mes, a un año de la lucha de La Laguna, nos damos cuenta que hay una tercera contradicción, más peligrosa porque no es explícita, que obstaculiza, en esta Diócesis, el trabajo de la gente de Iglesia por el poder popular, que es explícitamente su línea pastoral. Nos referimos a las actitudes y al estilo de hacer política de algunos de sus miembros. Veamos por qué.
I. La actividad política no es entendida como una práctica social sino personal. En lugar de haber discutido nuestros planteamientos ideológicos -que están publicados- y de haber investigado nuestra práctica política, que está a la vista de todo el mundo en Torreón (como bien se sabía), pensaron que sacaban más información sobre nuestra posición de clase aprendiéndose las placas de la Combi que traíamos, los números de teléfono de las personas a las que hablábamos, el nombre y oficio de nuestros padres y esposas, etc.
En lugar de promover una discusión franca y abierta de ambas partes que aclarara dudas y malos entendidos ya sea en el Consejo Coordinador o, mejor aún, en la Asamblea Representativa, se habló a nuestras espaldas, en secreto, de oído a oído, a base de lo que llaman ``grilla personal''.
En lugar de ir a investigar concretamente en Torreón sobre nuestra situación, se difundieron mentiras y se nos difamó. Se dijo que estábamos en Chiapas como resultado de nuestro rotundo fracaso en el Norte, cuando en realidad nunca antes hemos estado tan fuertes; y pretendíamos hacer de la Iglesia una cobertura, un parapeto -con el peligro de generar varios Rodolfos Aguilares-, cuando no sólo nunca lo hemos hecho en los siete años de relación con la Iglesia sino que fuimos nosotros quienes, mediante nuestras movilizaciones, sacamos a nuestros compañeros sacerdotes de la cárcel hace un año y evitamos que cayera otro.
En lugar de promover un trato de respeto y amistad, se ha desatado un ambiente de histeria macartista donde cualquiera que disiente es motejado de agente de Torreón Algunos compañeros agentes de pastoral no quieren ser vistos con nosotros en la calle, otros ya no nos invitan a sus reuniones y los más nos saludan apenas y muy fríamente.
No hemos escuchado una sola crítica de frente, con criterio político o sobre nuestras relaciones con el pueblo, todas son de naturaleza personal y basadas en criterios supuestamente éticos.
Cuando nosotros llegamos a Chiapas, recabamos mucha información, pero toda de índoles ideológica y política, de la forma en que se llevaban las relaciones con el pueblo, nunca, en ningún caso se hizo una investigación de tipo personal.
Suponemos que quien pretendió investigar nuestras personas como tales, pensaban desenmascararnos. Hace un año le dijimos al Obispo de Torreón que nuestras prácticas se hacen a la luz del día, son abiertas para quien quiera tomarse la molestia de ir a La Laguna. No tenemos máscara que investigación alguna pueda quitarnos. En cambio, quizá, hasta en los estilos de investigar salga a relucir la naturaleza de clase de quienes la realizan.
II. Se actúa como si fueran dueños de todos los procesos sociales al interior de la Diócesis. Se ha dicho que no sólo se corre el riesgo de que los usemos de parapeto sino que los procesos mismos peligran. ¿Si se tuviera realmente confianza en el pueblo, si no hubiera quien se creyera su dueño o tutor, su Fray Bartolomé, no sería más correcto que fuera el propio pueblo quien dijera si se corre peligro con nuestra integración, con nuestros métodos y ritmos?
Cuando se está realmente integrado con el pueblo, cuando se tiene confianza en él, cuando se tiene la línea ideológica justa, no se teme la llegada de nadie, no se le rehuye a la lucha ideológica, se deja que el pueblo decida. No basta con proclamar como objetivo el poder popular, la naturaleza de clase de la política que se hace no se determina por las declaraciones sino por los hechos por lo que uno hace y cómo lo hace.
La Iglesia no es la única fuerza social en esta región de Chiapas. Hay otras fuerzas sociales en presencia. Y si algunas de las gentes de Iglesia no se creyeran los dueños o tutores del pueblo o de esta Diócesis, no tienen por qué pretender regir nuestras relaciones con cualquier otra fuerza social. Por eso la integración propuesta con la Iglesia no implicaba de ninguna manera que cualquier movimiento que nosotros hiciéramos por estos rumbos, que cualquier relación que nosotros estableciéramos tenía que ser acordada previamente con ustedes. La integración con la Iglesia significa acordar todo movimiento o actividad que involucre a los agentes de pastoral como tales y a nosotros en relación con esos agentes. Pero eso no puede implicar el regir nuestras relaciones con otras fuerzas sociales como nosotros jamás hubiéramos pretendido regir sus relaciones con una tercera fuerza social. Por esta razón es falso decir que nosotros no respetamos el acuerdo establecido con la Iglesia cuando algunos de nosotros visitamos zonas al margen de los agentes de pastoral.
III. Se practica, en casos muy distinguidos, una política desde afuera y desde arriba de las masas. ¿Se puede sinceramente afirmar que respetan al pueblo y a sus procesos, quienes desde San Cristóbal pretenden dirigirlos, con formas caudillezcas, mandando aviones a traer campesinos destacados para encerrarlos en salones y ``darles línea''? ¿No sería más honesto, más conforme a los métodos del pueblo, más humilde, menos pretencioso, mantener posiciones abiertas, de cara al sol y con la voz a los cuatro vientos, no entre cuatro muros o dirigida en susurro al oído del de junto? ¿Si hay diferencias ideológicas o políticas con otros, no es más correcto discutirlos en el seno de las Asambleas en las que participa el pueblo o sus delegados en lugar de encerrar en un salón de San Cristóbal a algunos de los dirigentes para hacerles planteamientos unilaterales, en ausencia de los otros y a espaldas del pueblo?
Se podría alegar que hay quienes haciendo política abierta con el pueblo corren peligro personal. La experiencia de siglos muestra que, cuando realmente se pretende servir al pueblo, cuando no se quiere ser su caudillo dirigiendo desde afuera y desde arriba, no hay lugar más seguro que en el seno de las masas.
IV. Se tiene una visión localista de la realidad. Hay quienes dicen que el sur es distinto al norte, que Chiapas no es Torreón y que los indígenas son completamente diferentes a cualquier otro campesino. Por supuesto que hay particularidades, que si no se toman en cuenta no se puede hacer política acertadamente. Pero cuando esas particularidades son usadas como pretexto para el inmovilismo o, peor aún, para decir que sólo quién lleva aquí muchos años tiene derecho a opinar correctamente, entonces está cayendo en el localismo y se está obstruyendo la lucha del pueblo en general y el intercambio de experiencias en particular.
Cuando se dice que estamos imponiendo esquemas salidos de las luchas en Torreón, se está dudando, de hecho, de la capacidad de los pueblos para asimilar las experiencias de otros y no tener que repetir cada quien, por lo tanto, todo el proceso histórico.
Cuando se manifiesta no querer relacionarse con nosotros sino hasta que por su propia cuenta hayan adquirido una experiencia y organización análoga, cuando no se quieren aprender las experiencias modestas -positivas y negativas- de Torreón, ¿realmente se está pensando en el mejor provecho del pueblo de Chiapas o en un mal entendido personal?
V. Conclusión. Analizándola con objetividad, la política anterior más parece una combinación de métodos maquiavélicos y palaciegos de la época oscura de la Iglesia con tintes paternalistas y caudillezcos de la era burguesa, que una política que pretende promover y servir al poder popular. Queremos creer que no se trata de deseos personales de poder. Pensamos que es la herencia secular de prácticas ideológicas y políticas feudales y burguesas en unos pocos agentes de pastoral. Es, en esa medida, una enfermedad ideológica que hay que erradicar para salvar a quien la padece y para evitar que haya contagios. Las personas en particular no son las malas, es la enfermedad, es decir, las actitudes y las formas de hacer política. Estas son las que hay que curar. Como en el caso de cualquier enfermedad, el primer requisito es reconocer su existencia. Quisiéramos que esta carta contribuyera a ello. Como publicamos el 26 de octubre de 1976, la lucha en La Laguna ese mes nos permitió ``sacar a la luz cuál es la contradicción en la que se mueve la Iglesia, cuáles los términos de la lucha para ganarla para el pueblo y cuál es la posición en este momento de cada uno de sus miembros''.
La carta, como nuestra intervención en la Asamblea Representativa del 3 y 4 de octubre, violenta muchos pensamientos, pero desgraciadamente así es la lucha de clases, así es la vida de los explotados y los oprimidos. Si queremos participar en un lado, tendremos que olvidar la paz cómoda de los corazones que se aislan entre cuatro paredes y salir a sufrir, con ellos, las violencias de la naturaleza y un sistema social de explotación.
En la medida en que algunos han decidido en nombre de ustedes dejar sólo una relación de amistad con nosotros y ya no trabajar conjuntamente, queremos recurrir a la comunicación escrita sistemática, iniciando con la presente una serie de cartas que permita intercambiar experiencias y dar lucha de ideas que redunden en beneficio de los procesos populares y de quienes participamos en ellos. Quisiéramos aportar nuestras ideas, producto no de procesos especulativos sino de experiencias populares, para tratar de evitar que actitudes y prácticas paternalistas arruinen los procesos del pueblo y para poner nuestro granito de arena en la erradicación de enfermedades feudales o burguesas y en quitarles, a los ricos y al gobierno, el aparato ideológico que es la Iglesia y que debe pertenecer al pueblo.
Quisiéramos que nos permitieran, aunque sea por este conducto, pasarles lo que modestamente hayamos podido asimilar de teoría y que les pudiera servir en sus intentos de hacer política popular.
Y por último, aunque no lo menos importante, pretendemos trabajar con todos aquellos de ustedes que, en forma particular, estén dispuestos a intercambiar experiencias y ayudarse mutuamente en servir al pueblo mejor.
Primera Carta, 18 de noviembre de 1977.