Bárbara Jacobs
Pasarse de educado

Llevo años acumulando expresiones de un lenguaje que suele llamarse naco. Cuando de tiempo en tiempo leo las listas, su contenido caótico invariablemente me hace sonreír. No he pasado de recoger frases, por más que a la vez crezca mi angustia ante qué hacer con ellas o cómo ordenarlas. Puedo empezar por decir que, al caracterizarlo, prueban que el naco existe, pero definirlo es más delicado. A ciencia cierta, sé que de la naturaleza sólo el hombre y lo que éste hace puede ser naco, y porque lo motiva una aspiración válida, por más cómico o chocante que resulte para quien no es naco, éste nunca es despreciable porque lo sea.

Lo ubico en esa capa de la sociedad no del todo educada que, sin embargo, quiere ser educada; sólo que no sabe cómo. De hecho, algunos llegan a una capa con mayor educación pero, al pretender desenvolverse en ella, precisamente su lenguaje los delata y les impide, no quedar donde están y ni siquiera subir, pero sí integrarse de veras a la capa desde siempre educada. El lenguaje naco marca a quien lo usa, y mientras no se desprenda de él lo mantiene en la frontera entre ser y parecer una personas con educación.

En mis listas he reunido expresiones del lenguaje naco de la ciudad de México, lo cual no restringe la existencia de nacos a este lugar ni reduce las cosas a que los nacos se definan exclusivamente por el lenguaje que usan. Hay peinados nacos, anteojos nacos, gestos nacos; hay decoración y moda nacas. Hay, es innegable, infinidad de formas culturales nacas, de la manera de comer al estilo de bailar. Hay cine, música, literatura y arte en general naco, lo cual no va a llevarnos a establecer su calidad de falso o verdadero, bueno, mediocre o malo, porque, hoy por hoy, quiero limitarme al lenguaje, a señalar muy de pasada, el lenguaje naco; tampoco me interesa juzgarlo. Hay actitudes, hay teorías, hay conflictos nacos. En gente no naca, hay zonas en que se aprecia algo naco.

En tanto que es humano ver la paja en el ojo ajeno, hay nacos que hablan de lo naco como si ellos no lo fueran, y me da curiosidad imaginar qué piensan ellos que es la naquería, lo naco, la naquez. Al principio creía que entre ellos no usaban el lenguaje naco, pero me bastó oír a una empleada lamentarse con su compañera: ``Aquí el patrón la regaña a una'', para convencerme de lo contrario. Me divertía calificar a los nacos brillantes como nacarados, por más que a un naco, aun nacarado, no le pareciera graciosa mi observación.

No era naco el que se tocaba el ala del sombrero para agradecer la amabilidad de quien le cediera el paso; y será porque ya no se usa sombrero, pero, en idéntica situación, doblar el brazo y con una gesticulación rápida y rígida mostrar el dorso de la mano es definitivamente naco. Igual que lo es decir ``grasss'', por gracias, o ``porfa'', por por favor. Aquí es naco preferir la palabra carro a la palabra coche; escuela a colegio; cabello a pelo; como lo es preguntar a tu compañera de trabajo: ``¿En dónde adquiriste tu conjunto?'', en lugar de: ``¿Dónde compraste ese traje?''

Para el naco, la llaneza en el lenguaje no corresponde al mundo educado al que aspira a pertenecer. El naco usa palabras o formas correctas; tal vez exageradamente correctas. O la incorrección que introduce en ellas parece correcta, es una incorrección en todo caso involuntaria, como cuando la empleada avisa a su compañera: ``Voy al sanitario a cambearme de ropa''. El naco dice: ``Le genero la factura'', ``realizó un gol'', ``le brindo un consejo''. Pregunta: ``¿Qué fragancia gusta la damita?'', ``¿Desea que le elabore el recibo?'' El giro particular que toman las expresiones del naco conmueve porque implica esmero en el trato con los demás.

El naco suele sentir que no merece ser atendido; de ahí que, en su esfuerzo por imponerse a su propia fragilidad, no pida, sino que exija, incluso con malos modos. Y al ser atendido se sorprende tanto que no da las gracias; no sonríe, más bien rigidiza sus facciones y da la espalda. Los nacos no pierden nada: lo extravían. No se tardan en llegar: se dilatan. No van: acuden. Quieren hacer énfasis en una diferencia inexistente respecto de sus iguales, de modo que insisten y, al hacerlo, refuerzan lo que los identifica. ``Perdone, disculpe, ¿le molesto?'', y cuando el increpado por fin reacciona, se explica: ``No le escuchaba''.

Pecan por amabilidad, formalidad o corrección. No son procaces; y al no ser eufemísticos, tampoco ``hacen popó''; ellos obran, evacuan. Para ellos, ``el evento inicia'', o ``da inicio''; nunca ``el espectáculo (o la conferencia o lo que sea) se inicia'', que quién sabe por qué les suena pobre. Antes de saludar, tantean: ``¿Ya son tardes?''; si comprueban que sí, se regodean: ``Tardes ya''. Ellos laboran en una empresa; observan el filme; no sabrían decirle; retiran la taza; proporcionan un vaso con agua; se encuentran extraveados; recolectan orina; conservan enseres.

Para perforar tu cinturón una talla más, una talla menos, si eres hombre te preguntan: ``¿Requiere orificio, caballero?'', si eres mujer, en cambio, no se animan a ofrecer perforación ninguna y evaden el término orificio francamente sonrojados.