El resultado de las primeras elecciones primarias del Partido Socialista Obrero Espa- ñol (PSOE) representa un vuelco político para España. En ellas fue derrotado de forma contundente el secretario general, Joaquín Almunia, apoyado ardientemente por Felipe González y por todos los barones del partido y, gracias a la voluntad de renovación y de democracia interna de los militantes socialistas, el triunfo correspondió a José Borrell, un catalán defensor de la unidad española, un ex secretario de Hacienda que había combatido contra el neoliberalismo militante de las autoridades financie- ras felipistas y un ex ministro de Obras Públicas que luchó para que el Estado compensase, con éstas, la desocupación y los efectos nocivos del libre juego del mercado.
La figura de Borrell, un hombre ``de abajo'' que conoce las diferencias sociales, marca una fuerte contraste con Felipe González y su entorno de tecnócratas, muy afectados políticamente por el desempleo récord que afecta a España, por los escándalos de corrupción y por los asesinatos perpetrados por los GAL, grupo parapolicial presuntamente auspiciado por el gobierno de González. Con la victoria de la base partidaria, el ocaso de González se torna evidente, se debilita el ala más moderada y neoliberal del PSOE --la que siempre ligó su suerte a la derecha alemana de la Internacional Socialista-- y aparece un nuevo liderazgo del partido, más inclinado a la izquierda y que podría atraer a otros sectores de las izquierdas españolas a una candidatura común que derrote, en las elecciones generales del 2000, al Partido Popular del presidente José María Aznar.
La base militante del Partido Socialista Obrero Español rechazó la suposición de que para derrotar a los conservadores que gobiernan había que presentar como candidatos a otros conservadores, técnicos y administradores, como Almunia.
Comprendiendo que antes de poder gobernar hay que desatar los entusiasmos necesarios para ganar las elecciones y tener la base popular indispensable para sostenerse en el poder, los militantes socialistas votaron abrumadoramente por Borrell y rechazaron la candidatura del delfín de González, Almunia, quien anunció que, de salir derrotado, renunciaría a la secretaría general del partido.
De este cambio se desprenden una conclusión y una posible consecuencia. La primera es que, con las elecciones primarias --muestra de un amplio ejercicio democrático-- los militantes de los partidos pueden sobreponerse a los aparatos de los mismos y filtrar la presión social en favor de una mayor democratización y de un cambio social. La segunda es que con el fortalecimiento del PSOE y la posible derrota del conservador democristiano Helmuth Kohl en las próximas elecciones generales en Alemania, podría crearse un nuevo eje socialista europeo entre los socialistas meridionales (de Francia, Italia y España) sobre la base de una política con ribetes sociales, dirigida contra el desempleo que se generaliza, contra la derecha racista y contra la idea de que el mercado lo es todo y la solidaridad social, nada.
Por supuesto, de la victoria en las primarias del Partido Socialista Obrero Español a una victoria de las izquierdas (unidas o no) en las elecciones generales hay un largo paso, pero España parece haber entrado en la ``hora francesa'' y Borrell podría ser su Jospin, circunstancia que condicionaría también, a nivel continental, a los moderados alemanes capitaneados por Gerhardt Schroeder.