Muy poco he leído la poesía de Octavio Paz. Algo más de sus ensayos. Debo confesar que me sorprendió la concesión de los premios Cervantes y Nobel de Literatura porque, en esencia, Paz era historiador y ensayista pero difícilmente escribidor de novelas o cuentos. Claro está que sus valores son absolutos y que en eso de los premios las rigideces no llevan a ninguna parte. Los merecía y los obtuvo.
Reconozco que otros escritores me han llamado más la atención. Por mencionar a algunos ¡y qué algunos! Martín Luis Guzmán, que por mi naturaleza escondida de historiador frustrado cumplió cabalmente los requisitos para mi admiración absoluta. Por supuesto que también José Vasconcelos, aunque tardé en arrancar su Ulises criollo, con dos salidas falsas, por excesivamente yoísta en sus inicios. Tal vez también en sus medios y finales, pero ya para entonces apasionante. Y Carlos Fuentes, presente siempre, a veces difícil de leer y en ocasiones, en cosas aparentemente sin importancia como Gringo viejo, un insuperable narrador. O La región más transparente o Cristóbal nonato, entre muchas otras cosas, que incluyen discursos, artículos, conferencias que no se olvidan. Y no olvido tampoco a Elena Poniatowska.
Pero Paz tuvo, sobre su obra impresionante de trabajo continuo, hormiguero, inspirado, meditado, modélico, una actitud personal en pedazos de su historia que no se puede olvidar. Perdónenme mi parcialidad, pero destaco con enorme emoción originaria su presencia juvenil en el Congreso de Intelectuales en la España en guerra. Y la renuncia a la embajada en la India y antes, mucho antes, su mano tendida al exilio español, con el que trabajó intensamente.
Se dice ahora que en sus últimos años olvidó los impulsos juveniles por la revolución social, que no le eran ajenos sino heredados. Y que se manifestó contrario a cualquier forma de rebeldía, probablemente angustiado por el fracaso político de ese socialismo real que no lo fue tanto. Yo reconozco que aún ahora para mí, Stalin no deja de ser el autor de una frase inolvidable dicha durante la guerra civil española: ``La causa de España es la causa de la humanidad progresista y avanzada''. Y con esa frase como deuda viví muchos años. Y también reconozco que mis impulsos juveniles para ser soldado de la justicia que llamamos social no se han apagado, mantiene su fuego. ¡Afortunadamente! Pero en eso, y tal vez en otras muchas cosas, soy un bicho raro.
Ahora se dice que Paz no ha muerto, que vive en su obra. Como viven otros mexicanos insuperables: Lázaro Cárdenas en la política; Ignacio Chávez en la ciencia y Diego Rivera en el arte. Y lo curioso es que ese lugar común es cierto. Ahora podremos disfrutar a un Octavio Paz que ya no hay que comparar con sus declaraciones finales, antes de la tragedia inconmensurable de su biblioteca quemada, o con el Paz de la censura a Vargas Llosa. Ese ha desaparecido física y espiritualmente. Quedan sus libros, que son lecciones de historia y psicoanálisis de una nación.
Es cierto que en ese trabajo de escribir, de pintar, de investigar los misterios de las ciencias naturales o de inventar la política de un país, el hombre modela sensible o insensiblemente su propia inmortalidad. Que es lo trascendente. Porque ahora, sin la menor duda, también está vivo y muy vivo Miguel de Cervantes, cuya muerte física se ubica precisamente en el pasado día 23 de este mismo abril, hace exactamente 382 años.
Me gustaría suponer, a pesar de que no creo en la otra vida ni en otras muchas cosas que todos creen, que ahora charlan, muertos de risa (y muertos de todo, en realidad), Lázaro Cárdenas e Ignacio Chávez, los dos paisanos, con el guanajuatense universal, Diego Rivera y el recién llegado Octavio Paz. ¡Qué no les contará nuestro poeta de ese México que ellos dejaron ya hace muchos años!
El problema es que Paz no rendirá buenas cuentas de lo que entre todos estamos haciendo de México. Aunque sí creo en una obra importante: la generosa donación presidencial a Octavio Paz de su última casa. Que habrá sido, en rigor, su última envoltura terrenal: libros, recuerdos, una mujer bella, papeles de escribir, tinta, dedos manchados y la mirada brillante e inspirada. Y, además, una hermosa barba blanca...