Luis González Souza
La dignidad del silencio
El gobierno dice querer la paz en Chiapas. Sin embargo, no hace gran cosa ni siquiera para comprender a los indígenas encabezados por el EZLN. Es como una promesa de matrimonio y amor eterno con alguien que ni siquiera conocemos. Peor todavía, con alguien que en el fondo despreciamos. Cosas del racismo, la demagogia y el aventurerismo.
Los estragos de ello pueden advertirse ahora mismo que se insiste en aprobar una ley (Zedillo-PAN) que, al carecer de consenso, sólo profundizará el conflicto. O ahora que, sin comprender la importancia vital para los indígenas de los municipios autónomos, se los ataca policiacamente. Así, es la guerra y no la paz la que avanza. Y seguirá avanzando mientras el grupo gobernante insista en imponer su (sub)cultura sobre la de los pueblos indios.
Lejos de entender el silencio de los zapatistas, éste es presentado como una irracional intransigencia, causante de la no reanudación de las negociaciones de paz. Con vehemencia y hasta con tono de sumo pontífice, el grupo gobernante y no pocos despistados se preguntan: ¿Qué espera el EZLN para regresar a la mesa del diálogo? ¿Quién se cree para mantener a la nación como rehén de su silencio? Si no le gustan las iniciativas de ley de Zedillo y del PAN, ¿por qué no se sienta a discutirlas? Sin faltar lo que aspira a ser la puntilla: ¿Por qué se mantiene en la posición del todo o nada? ¿Acaso no sabe que la política es negociación, y que ésta siempre supone ceder algo?
Esas preguntas pueden tener mucho sentido, pero sólo desde el mundo de la cultura no-indígena. Y en particular, desde la subcultura política del diálogo como disfraz del monólogo, de las consultas a la sociedad como simulación de sensibilidad, de los principios como carne de negociación, de la negociación como transa, de los valores como resabio premoderno, de la ética como simple estética, de la dignidad como rareza de los apolíticos, de los compromisos como papel desechable, del consenso como tropiezo pasajero del autoritarismo y, en fin, de la política como el arte del engaño.
Pero algo hemos aprendido otros de la cultura indígena, gracias a la insurrección zapatista. Y ese aprendizaje se antoja indispensable para una paz duradera. Además, se antoja muy necesario para enriquecer la cultura criolla o mestiza, lo mismo que para transitar de la simulación democrática a una democracia auténtica. Y, desde luego, para superar el reto histórico que subyace al conflicto chiapaneco: volver a construir México pero, ahora sí, como una nación deveras multicultural y pluriétnica (que es lo que, por cierto, mandata nuestra Constitución).
Con ganas de entender y aprender de la cultura indígena, no resulta inexplicable el silencio zapatista. Su lucha no es la del todo o nada, sino la del ser o no ser. Y para ser en el mundo indígena, antes que nada hay que tener palabra y dignidad. Si su posición fuese en realidad maximalista, jamás el EZLN hubiera firmado los acuerdos de San Andrés, porque éstos no recogen el total de sus demandas. Los indios mexicanos saben y supieron ceder, no sólo en San Andrés sino desde hace 500 años. Lo que no saben hacer es traicionar la palabra empeñada. En el honrar sus compromisos les va la dignidad. Y en la dignidad les va la vida.
``No tenemos miedo a la cárcel ni a la muerte. Como indígenas dignos queremos vivir con dignidad. Nos defenderemos con las armas de nuestra palabra verdadera, la razón y la dignidad como humanos que somos''. Así reza el mensaje de los pueblos de San Pedro Michoacán, en respuesta al violento desalojo del municipio autónomo de Taniperlas (La Jornada 15/IV/98). No menos aleccionador es el comunicado de los pobladores del municipio autónomo Ernesto Che Guevara: ``Vamos a seguir resistiendo, así como nuestros abuelos mayas nos enseñaron. No vamos a permitir que destruyan nuestros pueblos ni nuestra cultura (...) El mal gobierno no es más que un mentiroso y asesino, porque no cumple con su palabra. Nuestro pueblo no va a esperar otros 500 años para ser libre'' (Idem 16/IV/98).
En esos valores, lidereados por la dignidad, radica la fuerza del movimiento zapatista. Y por defenderlos sin titubeos, su fuerza ya es mundial. Pedirle al EZLN que vuelva a negociar lo ya firmado en San Andrés, equivale a exigirle la autoinmolación político-moral (para ellos, política y moral siempre van juntos). Y esto es justamente lo que debe evitar cualquier intento serio de paz.
El silencio zapatista tal vez sólo se romperá cuando surja una propuesta que no implique una traición a la palabra empeñada. La paz nada ganará con burlas y reproches a ese silencio. Mejor aprendamos a respetarlo. Y de preferencia, aprendamos a ser dignos también nosotros, los no indígenas. Entonces sí ganaría no sólo la paz, sino la democracia y la nueva cultura política que tanto nos urge.