El 9 de marzo de 1997, el periódico Opciones, cuyo eslogan dice ``semanario financiero, comercial y turístico de Cuba'', invitaba en su primera plana al baile más largo del mundo. Aquel baile, si pretendía en serio ser tan largo, necesitaba también de la canción más larga del mundo, que sería, porque todo estaba debidamente conspirado de antemano, un son.
El 9 de marzo el periódico Granma, debajo de una efeméride que decía ``Año del treinta aniversario de la caída del guerrillero heroico y sus compañeros'', anunciaba que hasta la hora del cierre no se había roto todavía el récord del son más largo del mundo, que consistía, según el registro acreditado en el libro Guiness, en tocar un son durante 30 horas sin interrupciones, con músicos que se habían ido turnando para recuperar el aliento y a sus mujeres, que llevaban horas bailando encantadas con hombres desconocidos.
Aquel récord que se intentaba superar había sido impuesto en la discoteca Antilla Cosmopolita, en Barcelona, por extraño que parezca. Pero el planteamiento del son que batiría el récord mundial escondía mejores extrañezas; había sido ideado, armado y puesto en escena por un español que aunque era del sur venía de Barcelona, de nombre Francis Cabezas. Francis sostenía, con toda razón cartográfica, que ese récord debería romperse en la tierra del son, que es Cuba; pero antes de esta empresa marca Guiness, el empresario español ya había estado a punto de poner en jaque a la industria del futbol en su país. Había llegado originalmente a la isla para diversificar su fortuna con un proyecto heroico: contratar un mánager de beisbol para introducir ese deporte en España. Por desgracia no hay datos escritos sobre este proyecto que confesó Francis en una comida, rociada y vuelta a rociar con ron añejo de edad incalculable, en su casa de La Habana. Lo cierto es que los que estábamos ahí concluimos, cada quien por su lado y sin decirlo, que si ese titán de las empresas descabelladas, que había hecho una fortuna en Barcelona sin ser barcelonés ni hablar ni ``c'' de catalán, hubiera llegado con su mánager a España, hoy el Bara y el Real Madrid lamentarían la fuga de sus fanáticos hacia las gradas del beisbol.
Por una de esas jugarretas genéticas que juega a veces el historial íntimo de cada quien, a Francis se le activó, ante la exuberancia de los ritmos cubanos, la vena musical de sus ancestros y en vez de contratar al mánager, invirtió 3 millones de dólares en la fundación de una compañía disquera de nombre Magic Music.
El son más largo del mundo arrancó el pasado 8 de marzo a las diez de la noche. Los Van Van fueron los encargados de abrir ese concierto de calibre planetario, en el escenario de La Tropical, un salón de baile a cielo abierto donde caben casi cuatro mil personas en contoneo cubano total, y uno de esos sitios curiosos en donde los blancos son los negros y son mandados a un apartado especial para que practiquen sin inhibiciones sus pasos de baile pálidos, arrítmicos y decadentes. Más de 70 orquestas, más espontáneos que se entusiasmaban, se fueron turnando en el escenario. Unos días después, la revista Newsweek, que suele arrojar cifras cuya contundencia se confunde a veces con la exactitud, reveló que durante los cuatro días y las cinco noches que duró la canción, tocaron 1800 musicos y bailaron más de 40 mil personas, en un flujo que entraba y salía permanentemente. Este son de locura terminó en la madrugada del 13 de marzo con la actuación del grupo estrella La Charanga Habanera. Algunos colaboradores cercanos aseguran que el empresario español permaneció las cinco noches con sus días vigilando el buen curso de su récord.
En aquella comida en La Habana, rociada y vuelta a rociar de ron, ninguno de los comensales se atrevió a preguntar por el siguiente proyecto, que era adivinable, tomando en cuenta las dimensiones imposibles de los proyectos de Francis: un CD, de cuatro días y medio de duración, que contenga el son más largo del mundo.