La Jornada viernes 24 de abril de 1998

Jaime Martínez Veloz
¿Y dónde está el Congreso?

En memoria de Octavio Paz; por su imaginación, por su talento

El 30 de abril concluirá un periodo más de sesiones del Congreso de la Unión, sin que al parecer haya logrado mayor atención pública la actividad de nuestros senadores y diputados.

Los medios de comunicación han dedicado poco espacio a difundir el trabajo que llevan a cabo los legisladores. En cambio, han destinado profusas crónicas a las sesiones de box camaral; los torneos verbales escenificados en los ascensores, en los pasillos y en la tribuna; la desafortunada chapuza de la comisión que investiga el 68, durante su entrevista con el ex presidente Luis Echeverría, y los paseos del gobernador Madrazo, secundados por el diputado Núñez y otras decenas de personas, a las que no se les ha comunicado que ya no vivimos en 1958.

Es muy grave para la vida democrática de una nación que la verdadera actividad del Poder Legislativo pase desapercibida y no así sus ``escándalos''. Esto, por supuesto, no es culpa de los medios de comunicación sino de los propios representantes populares y de los partidos. En este sentido, lo que sucede en el Congreso de la Unión es fiel reflejo de lo que pasa afuera, en el sistema político.

La oposición junta todos los rencores acumulados y trata de cobrárselos en cada sesión. El PRI persiste en una actitud defensiva a rajatabla, rechazando casi por sistema las propuestas y críticas que no vienen por los canales usuales, es decir, dede el Ejecutivo federal.

La anécdota que vende diarios y balconea personalidades a veces no permite notar la gravedad del hecho de que el Poder Legislativo no cumpla su tarea esencial, tanto la política como legislativa. La primera, se refiere a su capacidad de convertirse en la instancia desde la cual se impulse y acuerde la transición democrática y, la segunda, a su carácter de ser el escenario desde la cual se acuerden las iniciativas para hacer leyes.

En lo político y con miras al 2000, los partidos se juegan mucho en su representación camaral. Las oposiciones tienen la oportunidad de ser mayoría sin caer en el desgobierno ni en el enfrentamiento innecesario. El PRI se juega la posibilidad de dejar de ser sólo un brazo del gobierno para asumir el papel de partido con vida propia. Todas las fuerzas políticas deben recordar que más allá de deberse a sus siglas partidarias, se deben a una ciudadanía que los eligió.

Al respecto, sería conveniente que diputados y senadores empezaran a tomar los disensos cotidianos como una oportunidad de enriquecer los debates y no como una forma de denostación y descalificación de los contrarios. Urge que los partidos representados en el Legislativo pongan en práctica un método de trabajo que permita avanzar en la responsabilidad que tienen encomendada.

Cuando se conocieron los nombres de los diputados elegidos durante los comicios de julio se abrió una expectativa. Abogados talentosos, figuras con una larga experiencia política o administrativa, académicos sólidos, personajes ligados a la transición democrática y luchadores sociales hacían prever una de las más brillantes legislaturas. Huelga decir que la expectativa no se cumplió.

Hay un cúmulo de iniciativas que deben ser discutidas, perfeccionadas y, en su caso, aprobadas, pero esto no está sucediendo, ¿por qué?

La respuesta puede ser amplia, pero hay que decir que lo que está pasando en el Congreso de la Unión no es por irresponsabilidad ni falta de trabajo, sino por un conjunto de razones en las que debemos reflexionar como sociedad y empezar a poner los remedios. Hay que partir del principio de que la imagen de una Cámara de Diputados que en un periodo de sesiones aprobaba una veintena de iniciativas no es ideal, es decir, debe evitarse un Congreso que se dedique al caporazo legislativo. En el pasado y durante décadas, la mayor parte de las veces se aprobaban iniciativas sin contar con la información suficiente y, lo más grave, sin el convencimiento necesario de que lo que se dejaba pasar era adecuado ciento por ciento.

En este punto, un Congreso que pide más tiempo para evaluar y aprobar las leyes que impactarán la vida de millones de personas nos habla de una nueva actitud que debe ser reconocida. Asimismo, tampoco la rudeza del debate y la confrontación debe extrañarnos ni asustarnos en un país que guarda tantos agravios en su memoria.

Lo que preocupa es que a ocho meses de iniciada la actual legislatura no se observa ni un método de trabajo adecuado ni la intención de convertirse en la instancia que esperábamos aquellos que votamos en julio por una nueva y mejor manera de hacer la política.

Senadores y diputados deberán reflexionar que los intereses partidarios están por debajo de los reclamos de una ciudadanía que hoy ve al Congreso como una torre de marfil.