La Jornada 21 de abril de 1998

La tristeza se encerró con los íntimos en la casa de Coyoacán

Renato Ravelo Ť En la antigua Casa de Alvarado, en Coyoacán, comenzó el luto por la muerte de Octavio Paz. Discreto, íntimo, liberador. Nada que ver con el acto público del Palacio de Bellas Artes. Uno de los privilegiados participantes alcanzó a describirlo como una ``sombra pesada que flotaba y contagiaba el ánimo''.

Era un acto que Marie Jose Pramini había decidido fuera de tristeza estrictamente personal, antes de que se desencadenara la ausencia del Paz histórico, del poeta Nobel, del riguroso mexicano universal.

Ahí en la casa donde descansarán sus cenizas, en espera de su traslado a la Rotonda de los Hombres Ilustres, la mañana del adiós del poeta comenzó extraña, como si el siglo estuviera por concluir, como si una piedra de sol girara lúcida y solitaria, como si fuera un lunes. Desde las nueve y media de la mañana empezaron a llegar amigos, curiosos y periodistas, para congestionar la calle y ser testigos de una tristeza encerrada.

Vinieron como 80 personas, calculó uno de los vigilantes. Como veinte se dejaron ver, entre ellos: Carlos Monsiváis, Ramón Xirau, Cristina Pacheco, Eduardo Lizalde, Teodoro González de León, Fernando del Paso, Alejandro Rossi, Rafael y Guillermo Tovar y de Teresa, José Luis Cuevas, Marco Antonio Montes de Oca, Adolfo Castañón, Alfredo Guati Rojo, Celia García Terrés, quien fue una de las primeras administradoras de la revista Vuelta.

De la intimidad deseada se le hizo saber a Héctor Azar y Enrique Semo: el cuerpo del poeta recibiría los honores públicos en el Palacio de Bellas Artes. O bien la voz se corrió o toda la difusión radial de su traslado desanimó a que llegaran más integrantes de la comunidad intelectual. Parecía que estrictamente llegaban aquellos cercanos por quienes empezara a circular un desasosiego incompartible.

A todos, invariablemente, la pregunta de los reporteros en busca de la reacción, de la declaración que llenara los múltiples vacíos que la muerte del Premio Nobel generaría en radio, prensa y televisión. La trascendencia pública medida en frases dichas a punto del fusilamiento de un batallón de grabadoras. Para quienes salían de la Casa de Alvarado, sin embargo, era también una manera de shock que rompía la silenciosa pesadez de la muerte.

Paz transformó por su decisión de rigor

Inaccesibles los personajes menores cercanos a la muerte del poeta. A las 8 de la mañana se había llevado a cabo el cambio de turno, tanto para los dos enfermeros que lo atendían en la planta baja de la casa, así como para el grupo de vigilantes que resguardaban la intimidad del inmueble, que la Presidencia de la República había dispuesto para Paz y para que funcionara como sede de la fundación que lleva su nombre.

Tocaba perseguir a Cuauhtémoc Cárdenas para que contestara que el Distrito Federal se unirá a los actos para recordar al poeta, quien tuvo ``en la creación cultural la parte más importante de su vida, que es sin duda uno de los valores más destacados de la época contemporánea''.

No faltó quien abordara a Carlos Monsiváis con afán de inventar efemérides: Hace un año se murió Cantinflas... Monsiváis la tomó al vuelo y no dejó que la pregunta y la extraña comparación se formulara: ``Octavio Paz transformó la literatura por su decisión de rigor, decisión que le viene de una tradición. Octavio no fundó la tradición pero desde luego es su mejor representante. Hay que leer a Alfonso Reyes para enterarse del rigor y de la fuerza que existía ahí. Lo que tiene Paz es que sobre todo le agrega su dimensión, búsqueda de lo literario, examen de lo poético''.

Como amigo, refirió Monsiváis, ``Octavio Paz era imprevisible, muy generoso siempre, muy dispuesto a criticar, nada proclive a los elogios. Muy exigente y muy dispuesto a discutir los puntos de vista de los amigos, que tomaba muy en serio para discutirlos y rebatirlos. Ser su amigo era estar pendiente al debate''.

A la pregunta de rigor señaló: ``Ese vacío no se llena, está colmado de sus libros''.

Homenaje en Televisa

Rafael Tovar y de Teresa sería el primero en confirmar lo que habría revelado previo a su entrada Cristina Pacheco: los restos del Premio Nobel 1990 serían cremados, en espera de que luego de un año -que marca la ley- se depositen en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

De la casa con el número 383 de la calle de Francisco Sosa, quizá la única persona que salió sin pertenecer al grupo de amigos o conocidos cercanos fue Emilio Azcárraga Jean, a quien, cuenta la leyenda, Paz nalgueaba mientras hablaba con El Tigre Azcárraga:

``Es el escritor más importante que ha dado México, creo que es una pérdida de un activo del país muy importante, que deja un hueco libre. Yo le debo dos cosas a Octavio, como la figura que es en el país y por la amistad que tuvo con mi padre''. Así, con esa naturalidad, se refirió el joven magnate antes de abordar su Mercedez 600, no sin antes asegurar que Televisa le brindará un homenaje a su manera. (La retransmisión de Los privilegios de la vista no sería una mala idea).

Discreto adiós a lo íntimo

Entre el correr de periodistas de la puerta de Francisco Sosa a la de la calle de Salvador Novo, una camioneta de Gayosso marcó el inicio del último acto que daría por terminado el íntimo adiós, para dar paso a la vorágine exterior de semblanzas, declaraciones y fotografías.

Los periodistas gráficos disparaban por los resquicios de la Casa Alvarado que se mostraban entre las puertas, que finalmente empezaron a abrirse por la calle de Novo para que entraran dos camionetas y dos carros. Alguien de la casa terminó por convencerlos de que se formaran en valla.

Cuando la carroza negra salió, cortó el aliento a los reporteros y disparó los obturadores; por primera ocasión en lo que iba del día, a las 11 con 53 minutos, una evidencia física lo confirmaba: Octavio Paz había muerto.

Marie Jose, como un espectro, pasó enseguida en una de las camionetas, sin molestarse en taparse a las cámaras, como mirando el vacío de un lunes sin Octavio.