Ugo Pipitone
La II cumbre americana: algunas dudas

A Octavio Paz, que se adelanta, como de costumbre.

Hasta anteayer la fórmula perentoria para salir del atraso era la industrialización. Hoy la fórmula definitiva es el libre comercio. Y bajo el signo de esta nueva propuesta taumatúrgica se concluyó el domingo pasado la II Cumbre de las Américas.

Habrá que reconocer que el argumento no es débil. Estar afuera de los grandes juegos comerciales del mundo mientras seguimos entre las olas encrespadas de esta revolución tecnológica que crea productos y tecnologías nuevas a cada paso sería, obviamente, un suicidio. Como lo hubiera sido desconocer la importancia del ferrocarril hace un siglo y medio. Sería autolesionista aislarse de los comercios mundiales cuando estos comercios se han convertido en el factor más dinámico del crecimiento. El año pasado, tanto para entendernos, el PIB mundial creció 3 por ciento mientras las exportaciones mundiales de mercancías aumentaban en 9.5 por ciento. Se ha vuelto ya muy común que el comercio mundial crezca dos o tres veces más que la producción mundial. Estar fuera de esta masa de riqueza que circula por el mundo sería para cualquier país, y para muchas empresas, una estricta locura.

El problema que se plantea es, sin embargo, si sea mejor para los países de América consolidar los esquemas de integración subregional, que tanto éxito han mostrado en los últimos años o lanzarse hacia un gran acuerdo continental de libre comercio. Mi humilde opinión es que el primer camino es el más sensato. Y esto por dos razones centrales.

La primera es que un acuerdo de libre comercio hemisférico corre el riesgo de levantar en Estados Unidos resistencias poderosas, sobre todo considerando los costos que este país ya ha tenido que pagar frente al TLC y en relación con México. Pedir una extensión al resto de América Latina podría alimentar una reacción negativa productora de contragolpes serios sobre los avances que en los últimos años se han dado en la liberalización del comercio a escala hemisférica.

La segunda razón es, tal vez, más importante. Los éxitos comerciales de varios países latinoamericanos en años recientes están construidos sobre un modelo de crecimiento que está lejos de poder demostrar su solidez en el largo plazo. América Latina, en general, aún no encuentra un rumbo hacia mejoras sustantivas de las tasas de ahorro y de inversión, las segmentaciones tradicionales de las economías regionales se conservan a nivel sectorial, social y territorial, mientras la pobreza alcanza en la actualidad cerca de 40 por ciento de la población al sur del río Bravo. Lanzarse en estas condiciones de fragilidad estratégica a un ambiciosísimo proyecto hemisférico de libre comercio, parece una aventura más aconsejada por las seguridades ideológicas del momento que por una fría observación de la situación real y de sus riesgos potenciales.

El Mercosur, el Grupo Andino, el TLC de América del Norte, no están trabajando mál. ¿Por qué no insistir en este rumbo? y dejar para un momento posterior un libre comercio continental que podría desarrollarse sobre la base de acuerdos mutuos entre las subregiones actualmente en proceso de consolidación. Aquello que América Latina necesita en la actualidad es una conferencia hemisférica para discutir estrategias globales de desarrollo y fortalecer esquemas de cooperación tecnoló- gica, financiera, etcétera. Convertir el libre comercio en clave maestra es un error. El libre comercio no es, ni puede ser, un sustituto de estrategias hemisférica de desarrollo y de cooperación que en gran medida permanecen ausentes.

¿Qué hacer con una agricultura que en gran medida sigue siendo una zona de desastre en gran parte de América? ¿Qué hacer con administraciones públicas costosas, de baja calidad y menor credibilidad? ¿Qué hacer con pequeñas y medianas empresas forzadas a vivir a salto de mata? ¿Qué hacer con una pobreza que traba el desarrollo de los mercados y amenaza a la democracia con sus inevitables tensiones? A estas preguntas no se puede responder con libre comercio de una parte y con declaraciones altisonantes por el otro.