Roberto López Moreno
Los octubres de Octavio Paz*
En este mes de octubre, hace justamente 27 años, el poeta Octavio Paz dio una lección de dignidad al medio intelectual del país y a la sociedad en general al protestar, con su renuncia, al puesto diplomático que sustentaba en la India, por el descomunal crimen que se había cometido en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, en donde la inerme víctima había sido la juventud mexicana.
Crimen fue aquel que sacudió al planeta. La conciencia mundial quedó anonadada ante el impacto provocado por aquella brutalidad que llevaba a la tumba a cientos de estudiantes y a la prisión a intelectuales de tan intachable conducta como José Revueltas y otros de ese corte.
El panorama de aquellos días de octubre era trágico. Los derechos ciudadanos habían sido pisoteados violentamente, la vida humana hollada por el filo asesino, por todos lados cundía la persecución policiaca y el terror que de ella derivaba. México estaba a merced de los signos funestos.
Fue en ese precario momento de la nación que se levantó la voz del poeta, si no para denunciar el crimen ante el mundo, porque éste ya había recorrido todas las geografías en textos e imágenes de periodistas nacionales e internacionales, sí para reprobar el hecho y contribuir a dejar una marca indeleble en la frente de los criminales, a los que según sus palabras de tiranos no les cabía el odio porque la injuria no les llegaba, pero que habían dejado ya un rastro de sangre que jamás se iba a borrar en la historia del país.
Hace 27 años la voz del poeta Octavio Paz se levantó vertical, poderosa, entera y marcó con su fuego un hecho abominable que negaba de tajo cualquier proyecto de sociedad moderna, que escamoteaba la historia a un pueblo joven que exigía justicia. Entonces Paz se elevó en la decisión y en la palabra.
Ahora, justo a los 27 años de aquel episodio, el mismo poeta Octavio Paz, ya investido con el Premio Nobel de Literatura, con el Premio Nacional de Letras, en México, autor de libros fundamentales para comprender desde la óptica de la inteligencia el desarrollo de nuestra política y de nuestra cultura, nos vuelve a dar otra valiosa y valerosa lección al declinar la Medalla Belisario Domínguez, que hace apenas unos cuantos días le ofreciera el Senado de la República.
Como chiapanecos, orgullosos de nuestra historia y de nuestros prohombres, este hecho nos debe llevar a una profunda reflexión. Qué significación tuvo y cuál tiene el senador Belisario Domínguez para nuestro país. De qué manera ha sido utilizada su imagen, la presencia de un hombre íntegro que desde la fuerza de un verbo comprometido únicamente con el honor y la justicia se alzó llama que sólo cesó con el asesinato de que fue víctima en el panteón de Coyoacán, en la ciudad de México.
Belisario Domínguez es el ejemplo más cumplido de nuestra lucha por la libertad de expresión. La acción cívica, el trabajo de los comunicadores, la misma actividad política encuentran en su imagen y en su acción sustento; se trata de un símbolo de nuestros tiempos; no sólo es un ejemplo a seguir como ciudadanos, sino que asienta un precedente histórico que fortalece nuestras estructuras como nación. Su importancia es vital para estos momentos en los que la sociedad urge a una necesaria democratización del país.
De esa manera, a Belisario Domínguez lo encontramos en la necesidad de la tribuna política, en el menester de la plana periodística, en el requerimiento de los espacios electrónicos, en el ansia de un pueblo al que le urge hablar.
Desde esta visión que tenemos del héroe y de su significación pública, queda claro que al instituirse una medalla con el nombre se invocaba en ello a los más altos valores del hombre. En un acto de integración nacional se loaba también a un hombre del sur de México, de ese sur sempiternamente olvidado por un centro ciego y sordo, en la mayoría de los casos insensible a la suerte de un trópico abandonado entre plagas y epidemias, entre males y despojos.
Está claro que la instauración de la Medalla Belisario Domínguez no se hacía para premiar a quienes hubieran alcanzado alguna celebridad por su buen desempeño en la política, en la ciencia o en las artes. Una presea de ese orden debería ir más allá de aquel capaz de escribir un buen poema o pronunciar un buen discurso desde la tribuna pública. El asunto era más profundo. Se trataba de honrar a quienes con su vida han defendido los derechos humanos, a los generosos que han erigido su existencia misma en la lucha por la justicia. No se trataba de soliviantar egos, sino de honrar a los que han tenido la capacidad y la generosidad de morir en ellos para vivir en todos.
Sin embargo, en un momento de su existencia, la Medalla Belisario Domínguez y lo que representaba fueron agredidos con inconcebible violencia cuando la presea fue otorgada a uno de los personajes más lamentables de la política mexicana. Se usaba la imagen del doctor Domínguez para distinguir a uno de los más genuinos representantes de nuestra picaresca, Fidel Velázquez. La Medalla Belisario Domínguez quedaba así degradada de la forma más lamentable.
Desde ese desdichado momento, ofensa a los chiapanecos y ofensa a lo bien nacido, la presea quedó disminuida y debiera ser más afrenta que orgullo recibirla en tales condiciones, a menos que se tenga la decisión de jugar papel de complicidad con realidades que el país debe erradicar para siempre.
Resulta que ahora, en este 1995, a 27 años de que el poeta Octavio Paz puso de pie la conciencia nacional al protestar por la afrenta a la humanidad que significó aquel 2 de octubre, nos vuelve a dar una lección de dignidad al declinar la propuesta del Senado para asignarle la Medalla Belisario Domínguez de este año. Esa es una nueva lección que debemos tener presente en el momento de iniciar la lucha por un México con verdadero futuro de grandeza.
Frente a la vertical posición del poeta y en defensa de la imagen de un héroe nacido en nuestro sur inmortal, propongo que este cuarto Festival de Escritores Chiapanecos se manifieste en favor de una salutación al poeta Octavio Paz por la leal actitud asumida también en esta ocasión. Este otro octubre de Paz requiere nuevamente de nuestra adhesión, su actitud nos honra como mexicanos y a nosotros en especial como chiapanecos.
Quiero señalar de que en caso de que el festival tuviera alguna reticencia ante esta propuesta, en lo individual la sostengo y pido que de cualquier manera quede asentada como expresión personal de mi participación en este encuentro de escritores.
México es grande en sus poetas también, queda en nosotros fortalecerlo mayormente y alcanzar juntos el futuro que todos merecemos en esta grande y luminosa América nuestra.
* Discurso pronunciado en la clausura del cuarto Festival de Escritores Chiapanecos realizado en octubre de 1995 en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.