Paz: el hombre actual debe recordar que está hecho de tiempo
Esta conversación, cuya primera parte publicamos hoy, tuvo lugar en octubre de 1993. El texto fue revisado por el poeta.
PALABRAS COMO SEMILLAS
Héctor Tajonar /I Ť El Fondo de Cultura Económica ha empezado a publicar en México sus obras completas. ¿Qué significa para un autor la publicación de sus obras completas?
--Una pregunta difícil. En primer lugar, lo más obvio: es una suerte de testamento, unas obras, unos escritos que se dejan a un legatario no expreso, al contrario, a una comunidad dispersa; la comunidad de nuestra lengua y de nuestra patria, pero también esta comunidad es una comunidad sin rostro. Las obras completas son un testamento dirigido a una posteridad, y ¿qué es la posteridad? La posteridad es el tiempo, de modo que las obras son en cierto modo un desafío al tiempo, el tiempo es en realidad como el viento, el viento que corre por las calles, dispersa las hojas, las revuelve, rompe muchas, otras las avienta, no se sabe adónde irán a parar y finalmente unas pocas, muy pocas, van a dar a las manos y a los ojos de un muchacho que se pone a leerlas, y ese muchacho tiene de pronto una cara, es nuestro lector futuro. Ese muchacho es la posteridad. No estoy pensando en muchos lectores, estoy pensando en unos pocos lectores. Creo que todos los escritores hemos soñado siempre con un lector, nuestro lector futuro, que es un poco nuestro hijo y un poco nuestro hermano y también nuestro padre, porque gracias a él vamos a volver a vivir. Así es que realmente publicar las obras completas, dije al principio que era como un testamento, creo que me equivoqué. Publicar unas obras completas se parece a sembrar; el sembrador va echando las semillas, cada escritor es un sembrador, un sembrador de palabras, de ideas, de imágenes; siembras en el tiempo y, claro, el cómplice es el viento, el viento que selecciona las obras y deja, de todo lo que escribimos, unas cuantas páginas. De modo que también publicar unas obras completas no es tanto un acto de osadía, de orgullo, sino más bien de humildad; escojan entre lo que he hecho lo que más les guste.
-Usted no quiere que le sobrevivan el recuerdo de su persona o de toda su obra, sino solamente unos cuantos poemas, ¿no es así?
-Exactamente. Yo siempre he pensado en algunos poetas que han dejado tres, cuatro, un solo poema. Eso es lo que cuenta. Además, yo creo que la obra es importante porque finalmente se disuelve. Uno escribe por necesidad, para expresarse, para comunicar algo que lleva dentro. Y también, claro, está la necesidad de expresarse; es una necesidad de comunión o, de un modo más simple, de reconocimiento. Queremos comunicar algo que creemos que es único, casi no lo es realmente, porque queremos también que se nos reconozca. Así es que hay en este elemento de la literatura, en la acción de escribir, varios elementos: el deseo de expresarse, el deseo de comunicarse y también la obra bien hecha. Lo que uno quisiera es tener una obra bien hecha capaz de resistir al tiempo, capaz de luchar un poco contra la muerte. De modo que también en la literatura, aparte del deseo de comunión, aparte del deseo de expresión, hay también el deseo de inmortalidad. Todos los hombres tenemos deseo de inmortalidad. Por eso tenemos hijos, y por eso, decía Plantón, tenemos ``hijos del alma''. Es decir, escribimos, pintamos, descubrimos, hacemos política, en fin, una gran cantidad de actividades que los hombres hacemos para vencer a la muerte. Deseo de inmortalidad: hijos de alma o hijos de carne. Claro, nada de eso va a durar eternamente. Las obras de los hombres son perecederas. Esto hay que recordárselo mucho ahora a los hombres, a nuestros contemporáneos, que con frecuencia olvidan esto: que están hechos de tiempo. Pero no importa, yo creo que la voz de un poeta, cuando deja un solo poema o muchos poemas, no importa cuántos, esa voz se funde en el gran río anónimo de las voces. Es la historia, es la tradición. De modo que también publicar obras completas o un poema es, en cierto modo, deseo de fundirse a la gran tradición humana, a los hombres que hemos inventado el lenguaje y que con el lenguaje nos hemos enfrentado al tiempo.
-A lo largo de toda su obra, la creación poética ha estado unida a la reflexión sobre la poesía. Su más reciente ensayo acerca de la poesía en el mundo contemporáneo se titula La otra voz. ¿Cuál es esa otra voz?
-La otra voz es imposible de definir. A veces siento la tentación de decir que la otra voz es la que no le pertenece al escritor, la que no le pertenece al poeta. Puede ser la voz la historia, la voz de Dios, la voz de la musa. Yo diría que es la voz de la tradición. Es el elemento ajeno que interviene en la creación literaria, es lo inesperado y que tiene a veces el nombre de inspiración, las ocurrencias. Uno empieza a escribir y de pronto se le ocurre algo que desvía comple- tamente el plan que uno se había trazado al comenzar. Esta desviación, esta ocurrencia, la llamamos inspiración y es algo que viene de fuera, no sabemos de dónde viene; viene de lo más remoto, viene del lenguaje mismo, pero también viene de lo más profundo de nosotros mismos y que tenemos, y cada mujer es muchos hombres y muchas mujeres, y dialogar con nosotros mismos, incluso vernos en el espejo, es siempre dialogar con otra persona que es al mismo tiempo nuestro yo y algo que no es nuestro y que, sin embargo, es nuestro. Es difícil explicarlo pero es la única manera que tengo de decirlo.
-Decía Baudelaire que la ruina universal no se va a manifestar en las instituciones políticas, sino en la ruina de las almas. ¿Ha llegado ese momento? ¿Cree usted que la poesía es un antídoto contra ello? ¿Cuál sería la función de la poesía en este fin de siglo?
-Yo creo que la poesía desde hace cerca de un siglo, justamente más o menos en la época de Baudelaire, entra en las catacumbas, entra en el subsuelo. Antes la poesía estaba en la superficie de la sociedad, de pronto entra en el subsuelo; esto que puede ser malo en apariencia, en realidad está bien, porque yo creo que las semillas también entran en el subsuelo y después reaparecen en forma de plantas, de tallos, de frutos, de trigo, de tantas cosas, de maíz. Así que la poesía está en el subsuelo, es una fuerza oculta, ha desaparecido casi totalmente de la vida pública. Los editores muchas veces se resisten a publicar poemas, prefieren otras formas literarias; la novela o el reportaje o los libros de viajes, todos géneros respetables; pero yo creo que la poesía tiene entre tantas limitaciones, una gran ventaja sobre las otras formas literarias: su forma. En primer lugar la poesía, moderna sobre todo, es reducida; no son muchas páginas, no son miles y miles de páginas. Un libro de poemas, por lo general es un libro pequeño formado por poemas y cada poema tiene una unidad; es como un fruto completo. Aparte de esto la poesía resiste más al tiempo. Voy a citar a un escritor que admiro muchísimo, a Marcel Proust. Es muy difícil leer dos veces en la vida a Marcel Proust, hay que tener mucho tiempo libre para leerlo; pero para leer un pequeño poema de Bécquer o de Baudelaire mismo, eso en un cuarto de hora se lee. De modo que lo que es importante es que en esta época de prisa, la poesía nos enseña que andar despacio es la mejor manera de llegar a tiempo.
-¿Son muchos los lectores de poesía o le basta a usted con la ``inmensa minoría'' de Juan Ramón Jiménez?
-No sabemos exactamente. Yo creo que se lee más poesía ahora que hace cien años porque hay más lectores, pero quizá la proporción sea menor. En esto de la lectura de poemas es muy paradójico que poetas que fueron muy populares en su época se lean muy poco ahora; en cambio, poetas minoritarios se leen mucho ahora. Vivimos obsesionados con la idea de la producción en masa, de las grandes ventas, el best-seller; pero el best-seller es una ilusión, estoy seguro que nadie, o muy pocos, pueden recordar quiénes fueron los best-sellers de hace veinte años o incluso del año pasado. Los best-sellers son producto de la cultura del consumo, de la civilización moderna y duran poco. Lo que distingue al hombre moderno, y que yo creo que es una de las grandes fallas de nuestra civilización de las civilizaciones antiguas, es ésta: los antiguos construían para durar, los modernos fabrican objetos para que sean consumidos rápidamente. Mi idea de la civilización es la contraria. Creo que lo mejor es crear, como decía el utopista Fourier, objetos perdurables que duran mucho tiempo y que sean casi perfectos. Esa es la aspiración de cada poeta, crear un pequeño poema que dure mucho tiempo y que pueda pasar de mano en mano, de boca en boca sin alterarse y renovándose continuamente a través de sucesivas lecturas. Lo contrario de lo que ocurre ahora.