Para los historiadores del ya próximo milenio será difícil encontrar un ámbito del acontecer nacional en el cual Octavio Paz no haya dejado una huella. El poeta, fallecido anteayer, era un hombre universal, no sólo por su presencia, su acción y su inspiración planetarias, sino además por sus trayectorias en las más diversas ocupaciones: la poesía y la literatura en general, por supuesto, pero también la diplomacia, la academia, la historia, la reflexión social, la crítica política, el pensamiento estético, el periodismo, la televisión, la animación cultural. En todas ellas el trabajo de Paz fue punto de referencia, espejo, piedra de polémica, terreno de confluencias y divergencias, voz convocante o discordante, aventura del pensamiento y de la creación. El luto por su muerte, en consecuencia, no corresponde únicamente al ámbito de las letras mexicanas, sino al país entero.
El valor de la obra poética y literaria de Octavio Paz está justamente reconocido, aquí y en el mundo, por hechos más significativos incluso que el premio Nobel -que recibió merecidamente en 1990- y otras distinciones de primer nivel: los versos de Paz son lectura difundida y germinal para millones de personas que encuentran en ellos una voz inagotable y diversa, esclarecedora, en la cual se conjuntan la lucidez y la angustia.
Como pensador de los temas más diversos, Paz es -sigue siendo- un autor que no deja indiferente a casi nadie con su escritura esclarecedora, provocadora, hermosa, felizmente contradictoria, luminosa hasta en sus errores.
En otro sentido, Paz fue un editor, un periodista y un divulgador durante largas décadas, y sus revistas -desde Taller, a fines de los treinta, hasta Plural, en los setenta, y Vuelta, que aún perdura- dejaron una honda huella en la cultura y en el pensamiento político del país. No ha de quedar sin mención el hecho de que, si bien Paz no siempre coincidió con la línea editorial de La Jornada, ello no impidió que colaborara en forma generosa en las páginas de este diario.
Ningún otro mexicano de este siglo vivió, en forma tan completa y apasionada como él, los dramas y las esperanzas seculares, desde la guerra civil española hasta la guerra fría y el derrumbe del bloque oriental, y esa vivencia lo llevó a posiciones polémicas pero siempre esclarecedoras.
Finalmente, el tiempo hará perder importancia a los debates siempre encendidos que Paz suscitó o en los que participó. Pero su obra, su aportación a la poesía, al pensamiento y al conocimiento, estarán siempre entre nosotros.