La Jornada 21 de abril de 1998

En Bellas Artes, la palabra consternada se volvió silencio

Pablo Espinosa Ť Hay instantes que estallan y son astros. Instantáneas noticias del mundo: murió el poeta. Lo sabe el mundo y su representación, el mundo, se congrega bajo el sol, bajo la sombra, en la solombra que cobija un ataúd puntual: los

restos mortales del poeta entran en hombros al Palacio de Bellas Artes a las 13:30 horas del lunes 20 de abril y el mundo está representado por poetas, políticos y personas comunes que desfilan, durante un par de horas, frente al féretro que adornan de rosas rojas los dolientes, depositadas al paso con la misma devoción que el sol se pone y sale a diario.

El mediodía alza en vilo al mundo. Desde el mediodía, la palabra consternada toma forma de mujer, de niños, de jóvenes cuya mirada circunda la plaza álbea del palacio de marmomerengue, que es una palabra -marmomerengue- que nació, al igual que neblumo, solombra y entre versos como los dedicados en homenaje a Claudio Ptolomeo, de la escritura del poeta: ``Soy hombre: duro poco/ y es enorme la noche./ Pero miro hacia arriba:/ las estrellas escriben./ Sin entender comprendo:/ también soy escritura/ y en este mismo instante/ alguien me deletrea''.

En el corazón del mediodía, el silencio álbeo de una poderosa muchedumbre deletrea al poeta: los cabellos largos de un jovencito de unos veinte años de edad ondean al viento y éste mueve las cortinas de su cabellera dejando ver intermitentemente el lomo lapizlázuli, inconfundible, de Obra poética (1935-1988), la voluminosa edición de Seix Barral, bajo su brazo. Gesto conmovedor similar al de una muchacha en la flor de la vida cuyos ojos bellos se miran tristes: ella traza líneas tan finas como sus dedos en una libretita, arranca la hoja y la deposita sobre el féretro, mientras monta guardia de honor en Bellas Artes: ``¡Gracias, poeta!'', dice el mensaje escrito.

Es el mediodía agrio y a la vez soleado del 20 de abril y una carroza fúnebre frena sus neumáticos que dejan dibujadas en el piso, álbeo, otros crespones de luto como los que penden de la terraza de las marmóreas musas. Ondean las negras banderolas. El aire se hubiera roto en pedazos si alguien hubiera gritado ¡¿quién vive?! La ondulación serpentina de los crespones largos cobija aplausos, salvas. ``¡Salve, poeta!'', ``¡Que viva Octavio Paz!'', grita la gente al paso del cortejo. Ya vino el cortejo. Marie José Paz camina al lado del poeta, que llega en hombros. Alejandro Rossi, Ramón Xirau, Teodoro González de León, Fernando del Paso, unas cuantas personas que escoltaron la carroza desde Coyoacán hasta el corazón de la ciudad.

Palacio adentro se desarrolla una breve pero intensa ceremonia mientras palacio afuera el mundo hierve en forma de personas de carne y hueso bajo el sol incandescente. Palacio adentro, Enrique Krauze abre el don de la palabra: ``Este país desmemoriado suele ser cruel con sus mejores hombres, por eso importa combatir el olvido, por eso importa recordar. Fue ante todo un poeta, así se definía. Un poeta del amor y de la poesía''. Palacio afuera la multitud lo deletreaba, juntaba rosas rojas de no sé dónde mientras Gonzalo Rojas, palacio adentro, nos recordaba que ``nosotros hemos perdido, sin perderlo, a nuestro Octavio, porque los poetas no mueren, quedan encantados''.

Ni vida ni muerte son soledad: miles convierten un palacio en mausoleo y miles hacen de un entorno fúnebre motivo de emoción vertida como la llama azul del cobalto, como el ámbar quemado, como los tallos verdes de las rosas. Verde como recién salido del mar.

Miles han formado filas serpentinas a los costados del palacio; se mueve la fila y roza el ataúd: ¿de dónde vienen todas esas rosas rojas que manos sudorosas depositan a los pies del poeta fallecido? De algún lugar similar donde se guardan en casa las palabras del poeta: hojas, flores, frutos de un jardín, al alcance de la mano:

``un sauce de cristal, un chopo de agua,/ un alto surtidor que el viento arquea,/ un árbol bien plantado mas danzante...''

Palacio adentro, el historiador Enrique Florescano, fundador de la revista Nexos: ``Yo en este momento lo único que puedo decir es que Octavio Paz fue una de las luces más radiantes de nuestro siglo. Una luz creativa, una luz creadora, una luz crítica, una luz que iluminó todos los rincones donde su mirada se puso y que nos enriqueció a los mexicanos''.

Palacio afuera, dos muchachas parten la plaza álbea con un destello rojo incandescente que trazan desde la antorcha que sale de sus manos: un manojo de rosas rojísimas que portan incendiando el diámetro que trazan a su paso, palacio adentro, donde Gonzalo Rojas le dice al oído a su amigo que está ``sin más tinta que esta respiración para escribir tu nombre más allá de las nubes de México ciego/ hasta, ¿cómo decirlo? el otro México que somos todos/ cuando la aorta del amanecer abre ritual el ritmo de las violetas carnales de la poesía''.

Versos carnales se agolpan en fila y se ciernen sobre las puertas de Bellas Artes: los cuerpos de los habitantes del moderno Tenochtitlán, carne de una piedra de sol multiplicada en miles de músculos que se mueven mármoles adentro para cerrar los ojos en el momento en que montan guardia, para abrir los ojos cuando pasan frente al féretro cubierto por el lábaro. La bandera nacional envuelve el cuerpo de madera que envuelve los restos mortales del poeta que pidió antes de morir que no hubiera música en la hora de su muerte más que la del Himno Nacional.

Dice el filósofo José María Pérez Gay palacio adentro: ``Tiene mucha razón Enrique Krauze en que Occidente ha sido especialmente injusto con los grandes ensayistas de habla hispana. Paz ha sobresaltado al género ensayo con una enorme inquietud y con un enorme entusiasmo y, desde luego, siendo el poeta como es en Paz, conviven de una manera muy armoniosa su imaginación artística y su imaginación intelectual.

Eso no se da muchas veces, son pocos los artistas y los pensadores que pueden hablar en función de su imaginación crítica y de su imaginación intelectual de una manera tan completa como Octavio Paz, quien es un maestro de la crítica, entendida aquí crítica como la más astuta y la más bella de las bellas artes. Ahí es donde la crítica se convierte en literatura. Paz es un crítico pero antes es un escritor que hace literatura''.

La muchedumbre se sabe poderosa porque le ha sido dado el poder de la palabra. La portan en el libro de Octavio Paz que muchos -como símbolo de vida y muerte unidas- tienen bajo el brazo, en el verso que tienen tatuado e invisible en la frente, en los gestos, la mirada, en el acto de cortar una flor del aire, una rosa roja salida del ventrículo derecho y depositada al pie del féretro, mientras desfilan los cuerpos como versos en cascada que se ciernen en acongojada procesión frente a los restos mortales del poeta, el que les otorgó el don de la palabra.

A las cuatro y media de la tarde parte el cortejo hacia el Panteón Español, donde los restos mortales son cremados. En la capilla, allá, María Félix acompaña a Marie José. ``Esto es muy triste y muy cruel -dice La Doña-. El país entero está triste porque perdimos algo muy bueno y muy bello que teníamos: un poeta; él hizo de la palabra una belleza.''

A las siete de la noche sale el último cortejo, íntimo, hacia la casa de los Paz en Coyoacán. Cenizas.

``un sauce de cristal, un chopo de agua,/ un alto surtidor que el viento arquea,/ un árbol bien plantado mas danzante...''

Una piedra de sol cruzó el umbral.