El acuerdo de paz firmado el 10 de abril por el primer ministro británico, Tony Blair, el primer ministro irlandés, Bertie Ahren, el presidente del Sinn Fein, fuerza política del Ejército Republicano Irlandés, Gerry Adams, y las principales formaciones políticas protestantes y católicas del Ulster, ocho en total, pone fin al desgarrador conflicto que se extendió durante más de treinta años y que costó la vida a 3 mil 200 irlandeses y británicos, católicos y protestantes.
El acuerdo del Ulster es un logro histórico que vislumbra la perspectiva del fin de la amarga lucha que ha dividido y afligido al pueblo de Irlanda del Norte.
Con su firma termina la ocupación militar británica del Ulster, cuyos orígenes se remontan a principios de siglo, y se inicia un proceso en el que los ciudadanos de Irlanda del Norte podrán decidir a través de referéndums el destino de su nación.
Los gobiernos de Irlanda y de Gran Bretaña se comprometieron a suspender de inmediato su apoyo a los grupos paramilitares protestantes que actuaban en el Ulster. Por su parte, el Sinn Fein y el ERI adoptaron el compromiso de iniciar su desarme militar y emprender el camino de su transformación en una fuerza estrictamente política, dedicada a luchar por la democracia, el bienestar y la soberanía de Irlanda del Norte.
Se logró lo que hace unos cuantos años parecía imposible.
Treinta años de violencia y muerte, que no sólo cercenaron la vida pública de Irlanda del Norte, sino que conmovieron al mundo entero, llegan a su fin superando las terribles heridas, los agravios indecibles, que las partes involucradas en el conflicto se infligieron mutuamente.
El profundo anhelo de paz tanto de los protestantes como de los católicos, su innegable valentía, la conciencia de que la escalada de odio sólo trae más odio consigo, impuso sus designios sobre las instituciones públicas de Gran Bretaña, Irlanda e Irlanda del Norte.
El proceso de negociación fue arduo. Involucró a todos los protagonistas reales del conflicto, sin excluir a ninguno de ellos. Fue abrupto y accidentado, pero su éxito fue posible gracias a la voluntad compartida de negociar una paz definitiva y duradera.
Todas las partes tuvieron finalmente que ceder. Esa es la máxima fundamental de toda negociación auténticamente democrática y política. La imparcial y eficaz intermediación internacional, procurada por el ex senador estadunidense George Mitchell, facilitó el proceso de distención y acercamiento.
El resultado ha sido lo que en política es quizá lo más difícil de lograr: la construcción de un clima de confianza mutua, el afan de ver en el otro no a un enemigo, sino a un adversario legítimo en la lid democrática.
Es preciso estudiar la lección de Irlanda, aprender de ella. La guerra siempre ha sido un infierno, pero la guerra civil moderna, con sus terribles armas de destrucción, es un infierno aún mayor. Nada la justifica, nada la legitima.
No nos queda más que felicitar los incansables esfuerzos de quienes trabajaron tan arduamente para hacer posible la paz y mostrar que el respeto y el reconocimiento del otro, con todas sus diferencias, puede ser más fuerte que la división y el encono.
La tenacidad de Tony Blair y Bertie Ahren, la sensatez y la coherencia de Gerry Adams, son un modelo para la comunidad internacional.
La paz en Irlanda del Norte honra a todos aquellos que están convencidos en la supremacía del diálogo y la negociación por encima del uso de las armas.
Pero, sobre todo, es una paz que honra al continente europeo.
*Texto leído por el senador Carlos Payán ante el Senado, que dio origen a la aprobación de un punto de acuerdo en esa cámara para reconocer y felicitar el acuerdo de paz para Irlanda del Norte.