Después de cuatro años de haberse realizado la primera Cumbre, 34 jefes de Estado volvieron a reunirse para continuar un esfuerzo sin precedentes, debido a las enormes diferencias que hay entre cada uno de los países de la región.
Los temas económicos y de libre comercio fueron sin duda los que mayor peso tuvieron en la primera cumbre y volvieron a tener en la segunda, lo cual habla de la innegable prioridad que tiene para los países, incluidos los más ricos, relanzar la economía regional en momentos en que la globalidad económica plantea nuevos e inéditos desafíos para todos.
Muy pocos avances pueden apreciarse del 94 a la fecha, por lo menos en la respuesta a los grandes problemas que entonces se definieron. La creación de riqueza y su traducción en bienestar social, ha sido un proceso sobre el que puede decirse que se ha deteriorado, lo que ha producido cambios al interior de cada uno de los países que nuevamente se dieron cita, cada vez más conscientes de la necesidad de buscar soluciones que, antes de la cooperación internacional o la aceptación a ultranza de la globalidad económica, enfaticen las necesidades específicas de cada sociedad y la manera de enfrentarlas.
La mejor prueba de ello estuvo no en la oposición de alguna economía de poca monta o carente de experiencia acerca de las ventajas del liberalismo económico, sino justamente en el país que ha hecho de ella el paradigma que busca que sea reconocido por todos. En Miami, el presidente Clinton ofreció algo que en la de Santiago no puede cumplir: el Area de Libre Comercio de América (ALCA), debido a que su Congreso no le autorizó la tan famosa ``vía rápida'' que, en su momento, permitió las condiciones --no sin tensiones y angustia durante los meses previos a la votación-- para la firma del Tratado Trilateral de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, en 1993.
Y curiosamente por esa imposibilidad de cumplir lo ofrecido en Miami, es que se incluyó, con gran relevancia, en la agenda de Chile el tema de la educación, ``como piedra angular del desarrollo''. Junto con ella, la agenda se propuso atender el perfeccionamiento de la democracia, la eliminación de la pobreza y la discriminación, el combate a las drogas y, naturalmente, un nuevo intento para acelerar la liberación comercial.
Al interior de cada país, Canadá propuso un pronunciamiento contra las minas personales; Colombia, una nueva manera para luchar contra el narcotráfico; los seis países centroamericanos, un trato más justo para quienes buscan trabajo en Estados Unidos; Venezuela, sobre el mejor uso de los energéticos.
La guerra, la discriminación, la antidemocracia, la pobreza, el despilfarro, la destrucción ecológica, las adicciones, la injusticia, la violencia, la improductividad, ¿no son todos problemas con una parte esencialmente educativa?
Quizá tengamos que reconocer que un efecto positivo de las decisiones del cada vez más autárquico Congreso norteamericano propició que, por primera vez, se abordara el verdadero problema de todos los países de América, desde Estados Unidos hasta Haití y que determina al resto: la situación de la educación y la creciente inutilidad de los sistemas educativos del continente para hacer frente a los rezagos de ayer y los enormes retos del mañana.
Si los mandatarios reunidos en el Cono Sur se comprometieron a promover mayores recursos para el sector educativo, fortalecer los programas de capacitación de profesores y garantizar la educación primaria para el 100 por ciento de los niños, y secundaria para el 75 por ciento en el año 2010, corresponde a nuestras sociedades exigir que los acuerdos diplomáticos multilaterales se traduzcan en decisiones concretas; vigilar la aplicación de los recursos (porque no basta que los presupuestos aumenten, sino la transparencia con que se manejen y el destino que se les dé) y contribuir mediante la participación democrática a que esos objetivos se cumplan.
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