Masiosare, domingo 19 de abril de 1998



Lejos del


PRAGMATISMO


José G. Zamarripa de la Peña


En su reciente congreso, el PRD ``decidió profundizar su política que le ha rendido dividendos en el último año y medio. Esto es, establecer la articulación de las políticas y prácticas democráticas en espacios específicos como los Congresos, en nuestras acciones de gobierno; así como el desarrollo propio del perfil que distinga e identifique al partido''. Se trata de ``un esfuerzo político que se aleja del supuesto pragmatismo que, se dice, ha marcado la acción reciente del partido''.



Ha escrito Carlos Fuentes en su Nuevo Tiempo Mexicano, siguiendo a Héctor Aguilar Camín, que ``quien sepa organizar la nueva relación entre la sociedad y el Estado sobre bases democráticas, habrá encontrado la clave para organizar a México durante el siglo XXI''.

Desde mi punto de vista allí podemos medir la dimensión del reto que el Partido de la Revolución Democrática tiene que encarar hoy y en el futuro inmediato. En ese espejo es donde debe mirarse el PRD a la hora de diseñar su estrategia. Ese es el tamaño del reto de toda una generación que ha decidido confluir bajo el emblema del sol azteca, con la firme voluntad de contribuir al cambio de régimen y de coadyuvar a la construcción de la democracia.

Evidentemente, el cuarto Congreso Nacional del PRD no fue convocado, de manera explícita, para atender ese desafío, aunque, y eso es cierto también, en las preocupaciones de sus integrantes, en las deliberaciones y en los acuerdos, se pueden encontrar las nuevas respuestas que el PRD ofrece a la nación.

Por lo demás, el congreso perredista ha dejado abierto un conjunto de inquietudes e interrogantes que debería abordar el partido, de cara a la compleja trama nacional y a la exigencia política de concluir positivamente la transición a la democracia.

Habrá que decir, además, que no fueron sólo palabras y papeles los que estuvieron de por medio en el congreso perredista. Recurriendo a los discursos, a los escritos, a los documentos, las y los perredistas decidieron avanzar por el camino de la política democrática, que implica el deseo de convencer y la disposición a ser convencido, para refrendar los acuerdos que han permitido a un partido plural y diverso no solamente sobrevivir, sino ser una alternativa real para un gran número de mexicanas y mexicanos.

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A su cuarto congreso, el PRD llegó con una situación interna, una presencia pública, un estado de ánimo, un ejercicio dirigente distintos a los existentes antes del tercer congreso. Por fortuna, en el PRD han disminuido sensiblemente las disputas internas, se comienzan a diluir los grupos de interés de carácter nacional, tienen cada vez menos peso las decisiones unipersonales y el ejercicio discrecional de la actividad dirigente: se comienza a construir una relación abierta entre el partido y los espacios de gobierno en donde participamos. Se está, para decirlo de otra manera, en una nueva situación, con un doble desafío que incluye redoblar el esfuerzo en favor de la construcción de la democracia en toda la nación y la consolidación de un partido abierto, tolerante, plural y democrático.

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El entorno descrito se reflejó en los documentos de discusión del congreso. En particular en el denominado Perspectiva y estrategia. Rumbo al 2000, en donde se hace la radiografía de la situación política nacional y del papel del PRD en ella. Se habla, y con razón, de un partido en ascenso, con responsabilidades de gobierno, con cambios en sus órganos dirigentes y una renovación creciente de su militancia de base.

Sin embargo, el congreso fue cuidadoso y logró hacerse cargo de algo que puede parecer una obviedad: el PRD no puede hacer política con una fotografía.

Hubo una amplia coincidencia en torno a la importancia de los resultados de la elección federal del pasado 6 de julio, como también el reconocimiento de los cambios y, particularmente, de las resistencias que desde el lado oficial y el campo conservador se han hecho patentes una vez concluida la elección del verano anterior.

Sin ilusiones ni quimeras, el congreso del PRD decidió hacerse cargo del debate a que fue convocado y entre todas y todos sus delegados definió los matices y las nuevas aportaciones a sus definiciones políticas, con el propósito de consolidar su vocación democrática, justiciera y pacifista.

Así, ante la estrategia gubernamental en marcha, ante la cerrazón autoritaria, el PRD decidió profundizar su política que le ha rendido dividendos en el último año y medio, la cual representa la síntesis del gran esfuerzo político que se ha emprendido en la última década, y que ha sido ampliamente compartida por el perredismo en su conjunto. Esto es, establecer la articulación de las políticas y prácticas democráticas en espacios específicos: en el Congreso de la Unión y en los Congresos locales, en nuestras acciones de gobierno, en el Distrito Federal y en los 300 municipios de toda la nación; así como el desarrollo propio del perfil que distinga e identifique al partido, puesto que para el PRD aún no ha terminado la batalla por instaurar la democracia y una verdadera República representativa y federal. Es decir, un esfuerzo político que se aleja del supuesto pragmatismo que, se dice, ha marcado la acción reciente del partido.

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Es una estrategia que no se desentiende de lo cotidiano, máxime cuando los hechos que se abordan reflejan la crisis política nacional. En la actividad reciente del PRD, que va desde su dirección nacional hasta abajo, ha estado presente con gran fuerza el drama chiapaneco, y en la exigencia de justicia, paz y autonomía indígena el PRD no ha escatimado nada. No habría por qué sorprenderse de que este fuera un tema particularmente importante en las deliberaciones y acuerdos del partido, como lo fue también el caso del estado de Morelos.

Allí se han compartido responsabilidades y acciones con un gran movimiento ciudadano y pluripartidista que aboga por el retorno de la seguridad pública, la convivencia civilizada y la gobernabilidad a esa entidad, en donde se han impulsado mecanismos de participación ciudadana, como el plebiscito del pasado 8 de marzo, el cual ha representado el primer acto exitoso que se puede identificar como la voluntad cívica en favor de la revocación del mandato de Jorge Carrillo Olea.

La gravedad del conflicto morelense nos habla de asuntos que el PRD ha comenzado a esbozar en sus definiciones políticas, aunque hace falta mucho más, como la posibilidad de construir gobiernos plurales o la lucha contra la asociación entre el narcotráfico y los grupos políticos tradicionales.

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Adicionalmente, y esto fue explícito en por lo menos dos mesas de trabajo, las y los congresistas se propusieron precisar el perfil del partido, superando la indefinición que comenzaba a convertirse en lastre.

Buscando conciliar las diversas historias con la vocación política, distante de la histeria conservadora que lo quiere ubicar como el nuevo PRI, el cuarto congreso, sin rubor alguno, resolvió hacer patente que el PRD es un partido de izquierda, algo que los electores y la ciudadanía han sabido siempre.

Es una izquierda partidista que se reconoce e identifica por su programa y principios, que asume el carácter democrático de su organización y que hace de la lucha por la democracia su objetivo principal, que entiende su pluralidad interna como una condición básica de la existencia del partido, que busca crear las condiciones para el desarrollo regional, pero que entiende y asume la necesidad de un partido unido a nivel nacional.

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El cuarto congreso refrendó, como parte de la estrategia, el propósito de ampliar la presencia electoral del PRD, la implantación orgánica del partido en toda la República, pues se sabe que sin estas dos condiciones no es posible definir una ruta de nuevos triunfos electorales, previos a la sucesión presidencial del fin de siglo. En el tipo de partido que necesitamos habrá que poner el acento, y así lo resolvió el congreso mismo, como una organización que forma hombres y mujeres libres para la democracia.

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Otro tema importante fue la acción legislativa. El cuarto congreso ubicó en perspectiva la lucha por un verdadero equilibrio de poderes y la existencia de un Poder Legislativo digno de ese nombre, asumiendo que en la coyuntura se han hecho presentes, en el Congreso de la Unión, no sólo la cerrazón autoritaria sino también el miedo conservador. Este último exhibe la opinión del Partido Acción Nacional, que ubica al PRD como su principal adversario, y enseña las inconsistencias de ese partido a la hora de abogar por el equilibrio de poderes.

En el PRD se sabe que la lucha por un Poder Legislativo autónomo, como contrapeso real y eficaz de los otros poderes, no es una ilusión, es una necesidad política y parte del esfuerzo democrático en favor de un nuevo entramado institucional para el país. Por eso, como parte de su estrategia, se ubica la búsqueda de acuerdos con todos aquellos grupos parlamentarios y legisladores interesados en dignificar a ese poder.

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Finalmente, el PRD resolvió refrendar su política de alianzas. Por supuesto, el caso de Ignacio Morales Lechuga ilustra fielmente los límites existentes, que el propio partido ha decidido establecer. Pero no sólo eso, deja pendiente y abierta una discusión que es preciso resolver: cómo lograr ampliar el abanico de fuerzas, personalidades, líderes políticos, dirigentes, partidos y movimientos que están en favor de construir la democracia. Esta es una necesidad política que se acrecienta ante la cerrazón autoritaria.

Y en este caso no se puede olvidar que el PRD heredó acciones de congruencia que lo prestigian. En los ochenta, la izquierda mexicana decidió hacerse cargo, con visión estratégica, de su papel en el país, de allí la declinación de Heberto Castillo a su candidatura presidencial. Esa generosidad, esa conducta ética, de actuar en función de los objetivos políticos antes que obedecer a las razones de partido, son parte del patrimonio que la izquierda le brindó al PRD.

Hoy el PRD no debe de olvidar que, si quiere ser una de las fuerzas que eduque, forme y construya la democracia, tiene que reconocer que los asuntos de la nación, las decisiones de la política democrática, no están reservados, no tienen la exclusividad ni el logo del sol azteca.

El PRD hace política en función de un interés nacional y, por ende, el destino de su cuarto congreso lo definirá la sociedad misma, quien evaluará nuestros hechos, nuestras razones, nuestras propuestas, no el dictamen de unos cuantos.