Angeles González Gamio
El mercado de San Juan

Todos los amantes del buen comer conocen o han oído del mercado de San Juan, en donde venden las más selectas exquisiteces marinas y de garantizada frescura: langostinos, camarones, percebes, almejas, langostas, manos de cangrejo, ostiones y cuanta cosa se le ocurra. También hay complementos para cocinar una comida de fábula, como espárragos, alcachofas, salsifís, hongos de varias clases, extravagancias como caviar o paté de ganso y toda clase de verduras y frutas de primera.

En realidad este mercado esta constituido por varios, ya que en sus alrededores se encuentran uno de artesanías, otro de comestibles en general y uno de arreglos florales. Así es que para quedar bien en un compromiso, si es de los que practican esa finura, allí encuentra toda clase de arreglos a los mejores precios. En el rumbo también hay pollerías y tiendas de abarrotes con buena latería y bebidas espirituosas.

Pocos saben que este mercado de mercados es de origen muy antiguo. En la época prehispánica allí estaba uno de los cuatro barrios que conformaban la majestuosa México-Tenochtitlan: Moyotlan, mismo que tras la Conquista sería bautizado como San Juan. En ese sitio hubo siempre un tianguis importante, que en el siglo pasado se convirtió en uno de los primeros mercados modernos.

En 1849 el arquitecto francés Enrique Griffon diseñó el proyecto del que habría de llamarse Mercado Iturbide. Al año se estrenaba el flamante edificio, que por la descripción que acompañaba el plano era elegantísimo, pues tenía pisos y rodapié de recinto, cajones de ladrillo recubiertos de aplanado y con marcos de cantera en las puertas, techos con viguería, fuentes de chiluca y ``toda la parte de la plazuela con un plantío de árboles y una cerca de vigas al derredor para impedir el tránsito de animales''.

La innovación más relevante que Griffon aportó al que finalmente se conoció como mercado de San Juan, fue la utilización de estructuras de hierro, con lo que logró techar la parte central, que antes había sido plaza o patio, modificando el concepto arquitectónico del espacio del mercado, lo que ha perdurado hasta la fecha.

Esta interesante información nos la brinda la arquitecta María de la Luz Velázquez en su libro Evolución de los mercados en la ciudad de México hasta 1850, de venta en las librerías Pórtico de Eje Central 24 y Pasaje Zócalo-Pino Suárez, especializadas en la capital.

El arquitecto Griffon, de origen francés, compitió en la ciudad de México con otro ilustre arquitecto, éste de ascendencia española: Lorenzo de la Hidalga. Ambos traían las últimas ideas del Movimiento Moderno de La Arquitectura en Europa, aunque Griffon era más avanzado dentro del racionalismo pues favorecía la utilización del hierro y el cristal, mientras que De la Hidalga la asocia con la arquitectura clásica, sin dejar de lado el funcionalismo.

El mercado de San Juan fue sin duda una construcción de avanzada y muy bello, según lo muestran litografías de la época; desafortundamente fue destruido para hacer el sin gracia que ahora existe, cuyo encanto está únicamente en el contenido. Hay que destacar que además fue el primero en contar con un reglamento propio, que se publicó en 1850, verdaderamente eficiente y completo, que bien podría estar vigente.

Otra ventaja de estos mercados --cada uno tendrá su crónica-- es que en las cercanías continúa funcionando la Casa Valencia (López 60), fundada en la época de la guerra civil española, que anuncia en la entrada, en dialecto valenciano: ``si eres gent pav y amant de la libertat passa qu estas en ta casa''. Sigue sirviendo su abundante paella, los pulpos a la gallega y la tortilla de papas. Además ofrece un menú cotidiano generoso y económico.