En estos días, la Escuela Nacional de Música (ENM) ha recibido, con particular orgullo, la donación espléndida de los archivos del compositor Manuel María Ponce por parte del pianista Carlos Vázquez --su heredero universal a la muerte de Clema, la viuda de Ponce--, quien ha sido, a lo largo de una larga vida, profesor de piano en la UNAM. El gesto, noble y generoso --en parte debido a la inteligente influencia del maestro Paulo Melo sobre el heredero--, marca una vez más una fórmula deseable: la del tránsito de archivos familiares o privados a una de las instituciones mexicanas más sólidas, eso que José Sarukhán definió, en su toma de posesión como rector, como ``el proyecto más importante de la sociedad mexicana del siglo XX''.
Ponce fue el músico más notable que haya dirigido la ENM desde su fundación, en 1929, y parece en cierta manera lógico que sus archivos personales pasen hoy a formar parte de esa dependencia, que, sin él, no habría gozado de la misma alcurnia musical. La escuela, originalmente facultad, se formó por la fractura causada al dividirse el Conservatorio Nacional entre un grupo de conservadores y vanguardistas, teniendo por cabezas, respectivamente, a Ponce y a Carlos Chávez. La escisión, por paradójico que resulte, propició que se diera en la música mexicana el proyecto arriba señalado: el de integrarla a un medio de reflexión ajeno a todo intento de dogmatizar el saber, algo que sabemos ocurre con las instituciones conservatorianas desde su creación, por decreto de Napoleón I, al cabo de la Revolución Francesa.
La obra musical de Ponce, olvidada después de su efervescencia durante la primera mitad de este siglo, comenzará a ser investigada al interior de un medio propicio y con recursos humanos como los de aquel ``músico universitario'' idealizado por el propio Ponce desde la fundación de la ENM. Justa vuelta a sus orígenes de una producción que surgió del primer investigador universitario de que se tenga noticia en México.
Sin embargo, la tarea apenas comienza si se considera la existencia en México de muchos más archivos musicales importantes; por ejemplo, el del instrumental del periodo del prehispánico mesoamericano --en su mayoría en manos de coleccionistas privados--; el de las partituras de los compositores religiosos y profanos de la Colonia --en su mayoría en manos de la Iglesia católica--; los de compositores laicos del siglo XIX --José M. Aldama, por ejemplo--; los de compositores de la primera mitad del siglo XX --Silvestre Revueltas, entre otros-- y los de quienes alcanzaron a vivir hasta la segunda mitad del siglo XX --Julián Carrillo, Carlos Chávez, Rodolfo Halffter, Candelario Huizar, Carlos J. Mabarak o José Pomar, entre tantos otros.
Hoy, el rector Francisco Barnés expresa su decidido apoyo a un vasto proyecto editorial de la obra de Ponce. A éste se unen otros proyectos que, iniciados con anterioridad, marcan la importancia de la iniciativa universitaria en el campo musical: la ENM tiene a su cargo un proyecto no menos relevante, encabezado por Roberto Kolb, quien edita la obra completa de Silvestre Revueltas y da a conocer una amplia colección de obras que permanecían inéditas. (La reciente muerte de Rosaura Revueltas, hermana de Silvestre, permitió que los archivos pasaran a las manos menos celosas de Eugenia Revueltas, hija del compositor). El Instituto de Investigaciones Estéticas, depositario del archivo del compositor ruso-mexicano Jacobo Kostakowsky --suegro de Luis Cardoza y padre de Lya--, prepara a su vez un catálogo completo de la obra y un disco con obras del compositor ejecutadas por músicos rusos residentes en México.
De mantenernos sólo en la música de este siglo, múltiples archivos quedan aún en manos de familiares que, celosos de guardar con cuidado un bien precioso, aíslan al músico de toda posibilidad de ser estudiado con esmero. Algunos ejemplos: doña Dolores Carrillo, hija del creador del Sonido 13, murió recientemente y los archivos en partituras e instrumentales de su padre quedan sin la protección debida. (Recuérdese que Carrillo fue auspiciado por la UNAM durante años para llevar a cabo su obra de investigación). Los archivos de don Augusto Novaro, creador de instrumentales y de teorías musicales, han quedado en manos de familiares nada empeñosos en propiciar la investigación.
La desconfianza hacia las instituciones ha sido una señal, no injustificada, que marca la historia de los archivos musicales de país. La Iglesia no confía en el Estado y los particulares menos, incluso en la universidad, cuando se trata de guardar con celo el bien familiar. Tómese como último ejemplo el de la familia de Conlon Nancarrow, que preferió salvar los archivos del genial compositor mexicano-estadunidense en la Fundación Sacher de Basilea, donde están a buen resguardo, en compañía de Stravinsky o Webern, por ejemplo.
El empeño de proteger la producción musical del país debe ser un proyecto tomado seriamente a largo plazo, para lo cual deberá estar acompañado de una reglamentación precisa en la materia. Toca a la UNAM dar los pasos para romper con desconfianzas y decepciones que han sido, hasta ahora, la tónica, para recibir con mayor legitimidad varios archivos musicales que aguardan pacientemente, no el momento más propicio, sino las condiciones justas que garanticen el éxito de la empresa histórica.