Ugo Pipitone
Japón, un peligro mundial
Japón no reencuentra el camino del crecimiento acelerado que convirtió su economía en uno de los mitos mundiales a lo largo de gran parte de la segunda mitad de este siglo. El primer ministro Ryutaro Hashimoto propuso el fin de semana pasado un paquete de medidas destinado a sacar el país de su prolongado estancamiento. Japón necesita reanimar el consumo interno y reducir su elevada tasa de ahorro que expresa ya no solamente una tradicional frugalidad, sino la sustancial incentidumbre de los consumidores acerca de sus niveles futuros de ingresos. El hecho sustantivo es que mientras en los años 80 la economía japonesa creció a una tasa media anual de 4 por ciento, en lo que va de los años 90 esa tasa se ha reducido a un promedio cercano a 1 por ciento. Y para empeorar un escenario ya sombrío, durante el año fiscal terminado, el 31 de marzo pasado el PIB japonés tuvo un retroceso de 0.3 por ciento, lo que crea la posibilidad concreta que durante este año natural esa economía experimente su primer descenso absoluto desde 1974. Una posibilidad funesta en un contexto asiático ya gravemente afectado por la crisis de muchas de las economías emergentes de la región.
Con este escenario a la vista eran evidentes las razones de preocupación tanto europeas como estadunidenses para que Japón recuperara rápidamente una senda de crecimiento capaz de conjurar los riesgos de una caída libre en los mercados asiáticos con posibles y graves consecuencias internacionales. Las medidas anunciadas hace algunos días por Hashimoto eran consideradas urgentes por una razón más. Mientras en el año fiscal recién concluido la economía japonesa retrocedía, sus exportaciones tenían, sin embargo, un importante avance. O sea, el peor de los escenarios posibles para los socios orientales de Japón, que necesitan la recuperación japonesa para alentar sus propias exportaciones hacia aquel mercado y, al mismo tiempo, necesitan restablecer importantes saldos positivos en su comercio internacional para hacer frente a presiones financieras y cambiarias adversas. Un Japón que no crece y que exporta más es la materialización de una pesadilla asiática con peligros obvios sobre la estabilidad financiera y económica regional. Y, por consiguinete, mundial.
Moraleja: el paquete japonés era urgente. En las semanas pasadas se barajaban dos opciones. La primera suponía un importante estímulo por el lado del aumento del gasto público, la segunda suponía una rebaja de la carga fiscal. Y esta última fue la opción que sustancialmente se escogió, con una reducción impositiva del orden de 2 por ciento del PIB. Una opción discutible considerando que el consumo final del gobierno constituye un porcentaje del PIB entre los más bajos del mundo desarrollado: cerca de 10 por ciento comparativamente con alrededor de 16 por ciento en Estados unidos y alrededor de 20 por ciento en los países europeos. ¿Cuáles son las principales restricciones de las medidas fiscales de reactivación económica en Japón? Fundamentalmente dos. En primer lugar el déficit presupuestal que ha llegado a un nivel record de 5.9 por ciento del PIB. En segundo lugar una deuda pública que alcanza ya el 104 por ciento del PIB. Obviamente los márgenes de maniobra no son elevadísimos en estas circunstancias.
Imposible vislumbrar desde ahora las consecuencias de las actuales medidas japonesas de estimulación de su economía. Evidentemente existe el riesgo que la reducción de los impuestos a la renta en lugar de estimular el consumo incremente el ahorro. Persiste además la incógnita cambiaria. Recordemos que en los dos últimos años el yen ha perdido más de 30 por ciento de su valor frente al dólar estadunidense, lo que explica en gran medida los éxitos exportadores recientes de Japón. Una ulterior devaluación del yen sería naturalmente un riesgo para sus principales socios comerciales además de poner más presions sobre los ya turbulentos mercados de capital japoneses. Por lo pronto ayer, lunes, la primera reacción de los mercados japoneses al paquete hashimoto fue negativa, con un retroceso de 163 puntos en el índice Nikkei de la Bolsa de Tokio.
Concluyamos. Japón es el mejor ejemplo contemporáneo de la rapidez con la cual los países pueden entrar en una crisis y la penosa lentitud que experimentan para salir de ella. Desde el estallido de la burbuja especulativa de los mercados japoneses de capitales en 1989, el país no se ha recuperado. Y ya van casi diez años. Y si esto ya era grave hasta antier, hoy, con las turbulencias asiáticas que todavía no pueden decirse bajo control, lo es obviamente mucho más.