Nayarit: decenas de indígenas jornaleros, presas de plaguicidas
Matilde Pérez U., enviada /I, Santiago Ixcuintla, Nay. Ť Puntual, como cada temporada desde hace 30 años, llegó Alfonso con su familia desde la comunidad huichola de Santa Catarina, Jalisco, a los campos tabacaleros del municipio de Santiago Ixcuintla. Todos, excepto los menores de cinco años, trabajan en el cuidado, corte y sarta (ensartar las hojas de la solanácea en hilos de cinco metros) de la planta que llega a alcanzar hasta dos metros de alto.
Al igual que Alfonso, cientos de familias huicholas de las comunidades de San Sebastián Teponahuaxtlán y San Andrés Cohamiata, Jalisco; del Nayar, la Yesca y Huajicori, Nayarit; y de Durango, así como las familias de tepehuanes y coras, cada año llegan a la región costera nayarita para ser parte de los 4.7 millones de jornaleros que se ocupan en el cultivo del tabaco.
Agrupados por lugar de origen, estos jornaleros indígenas duermen, comen y ensartan las grandes hojas semiovaladas y como punta de lanza en espacios de entre 40 y 60 metros cuadrados libres entre los zurcos.
Allí, con varas y raquíticas ramas secas de palmeras improvisan sus ``viviendas'' para protegerse de los rayos del sol y del ambiente. Cuatro pequeñas piedras para formar el fogón, una olla de barro y tres grandes garrafones donde almacenan su agua, es lo único que integra la cocina. En varas cuelgan pequeñas bolsas donde guardan su ropa.
En ese lugar pemanecen toda la semana, menos las tardes del sábado y el domingo, días que utilizan para comprar comida y pasear por el pueblo. Esta es la rutina de vida de enero a mayo.
Su comida -atún, galletas, frijol y algunas veces huevo y mazorcas del maíz que sembraron a la orilla de los surcos de tabaco- la preparan al ras del suelo, entre ásperos olores de la hoja del tabaco -que van colgando entre los palos para que se seque y que provoca ardor en los labios y picazón en boca y garganta- y el ácido de los agroquímicos utilizados para combatir plagas y enfermedades de la planta.
El mayor número de familias indígenas empezó a llegar desde enero; otros, los más jóvenes, arribaron en diciembre para participar en el rocío de los agroquímicos, tarea en la que como única protección usan un paliacate.
No protestan para mantener el trabajo
Ignorantes del tipo de veneno que aplican y de las enfermedades que podría causarles, los jóvenes indígenas sólo saben que deben hacerlo por la mañana, cuando no hay viento, y que después de las ocho horas continuas de trabajo tienen que bañarse en el canal de riego.
Un traductor huichol apoya en la plática con los jornaleros; en los campos de tabacales los indígenas se quejan de dolores de cabeza, pecho, agruras, sensación de asfixia, pérdida paulatina de fortaleza física y muestran fuertes irritaciones de la piel, sobre todo quienes tienen contacto directo con los plaguicidas.
Parcos en sus respuestas y recelosos por el peligro de perder el trabajo, huicholes, coras, tepehuanes, mexicaneros y campesinos mestizos dan explicaciones simples a sus malestares y, como si fuera una advertencia de sus patrones, evitan relacionarlos directamente con los agroquímicos. Francisco, quien tiene nueve años de trabajar en los tabacales, dice: ``A mi mujer se le comenzó a hinchar la cabeza luego de empezar en la sarta y es que el tabaco es muy caliente. A mí a veces me arden las manos y antes yo no tenía ese problema. ¿Los médicos?, no le atinan, no saben qué tiene mi esposa''.
Maximino, originario de San Andrés Coahamiata, comenta que tiene seis años de trabajar sólo en el corte y sarta pero cada año, dice, le duele más el pecho, sobre todo cuando entra a los campos. A sus 20 años y sólo seis de salir de su comunidad cora cada temporada agrícola-tabacalera, Isidro relata: ``Desde que trabajo en esto me duele el corazón y el cuerpo, me falta aire, tengo comezones y salen manchas en la piel''. Agrega que sus males ``se hacen más fuertes'' cuando rocía los fertilizantes. José, originario de Tejala, en Ixtlán del Río, se queja de persistentes ardores en la piel. Sin embargo, aclara: ``No me pongo nada, ni en la cara, cuando me toca rociar líquidos (agroquímicos). Si son muy fuertes, me da dolor de cabeza''.
Por sus 20 horas diarias de trabajo cotidiano ganarán al final de la temporada entre 5 y 7 mil pesos. Sus ingresos mensuales no alcanzan ni un salario mínimo. ``Apenas vivimos a medio comer'', resume Evaristo.
Saben que sus ingresos dependen del número de sartas que logren, por eso desde que cae la tarde y hasta la madrugada del siguiente día, alumbrados únicamente por un mechero de gasolina y durante cinco meses, niños, mujeres y hombres pinchan cientos de hojas verdes de tabaco que pasan a los hilos que cuelgan entre los palos de sus viviendas, en donde su color se irá tornando en café oscuro.
Cada familia logra entre 15 a 20 sartas; en esta temporada por cada una de ellas recibirá un pago que fluctúa entre los 3.50 y 4 pesos. Para estos jornaleros indígenas lo más importante es participar en el cultivo del tabaco, pues sólo algunos cuantos se quedarán para sembrar jitomate o maíz.
Ya no quieren hablar de sus problemas de salud y menos de las condiciones de trabajo. ``Piensan que están acusando a las empresas tabacaleras, gracias a las cuales hay trabajo y movimiento en el campo'', comenta el huichol Mariano Valadez, director del Centro Huichol AC, adonde acuden los indígenas de este pueblo en busca de medicinas y alimentos.
Del uso que dan los huicholes a los recipientes vacíos de los agroquímicos -para beber agua, guardar la manteca o para las semillas-, explica: ``Lo hacen porque son mejores que los de venta en el mercado'', y por ello manifiesta su preocupación por la salud de los indígenas, la cual, dice, no muestra avances.
Aunque en esta temporada casi no se han presentado intoxicaciones, entre los huicholes aumentaron los problemas en la piel, ``les están saliendo manchas negras, como hongos'', dice, y agrega que también hay más quejas por los ``dolores de pecho, como si se les acabara la respiración''.
Menos apoyo médico por la crisis
Señala que desde hace dos años, el IMSS y la Ssa sólo atienden a los indígenas cuando los casos son muy graves. En el caso del Centro -donde cada domingo acuden 45 indígenas en promedio en busca de alivio médico- el apoyo también se ha reducido ``porque tenemos una crisis económica y además las autoridades de salud ya no quieren brindar el apoyo médico que nos proporcionaban'', señala.
Jorge Hernández Suzawa, director de la unidad médica del IMSS en Santiago Ixcuintla, justifica la decisión: ``Hace una década, los jornaleros caían como moscas, diario había de dos a tres intoxicados graves, morían porque no acudían a curarse. De cinco años a la fecha, sólo se atienden de dos a tres casos por temporada, pues las nuevas empresas tabacaleras tienen más cuidado durante las fumigaciones''.
Médico y también productor de tabaco, Hernández Suzawa reitera: ``A la fecha no ha habido intoxicados por organofosforados, componente químico presente en algunos plaguicidas; las sustancias utilizadas para combatir plagas y enfermedades de la planta son menos agresivos. Además, cada día se utiliza menos mano de obra al aplicar los agroquímicos''.
Opinión contraria expuso Alfredo Delgado Iriarte, jefe del Departamento de Salud Ambiental de la Dirección General de Toxicología de los Servicios de Salud de Nayarit: las intoxicaciones por plaguicidas son un problema de salud pública porque constituyen una urgencia médica y son de especial relevancia económica, ya que 45 por ciento de la población económicamente activa se ubica dentro del sector agrícola.
En 1996, ocho personas fallecieron por envenenamiento por plaguicidas, un año después ocurrieron sólo tres muertes por esa causa. Pero entre el personal médico tanto del IMSS como de la Ssa persisten dudas: ``hay subregistros'' porque no se tiene una cobertura adecuada.
Ante la dimensión del problema, en 1996 las autoridades de salud decidieron instalar un centro de toxicología en el estado. A partir de entonces los registros por envenenamiento con plaguicidas son semanales aunque, reconoce, falta profundizar en las investigaciones y monitorear los casos. Hasta la fecha la información se refiere a los síntomas más comunes: mareos, visión borrosa, malestar general que puede llegar hasta una crisis de tipo epiléptico; en síntesis, afectan todo lo relacionado con el sistema nervioso.
En 1996, 860 casos de intoxicación
Nayarit sigue entre los primeros lugares por número de casos de intoxicación por plaguicidas; el año pasado se registraron 752 mientras que en 1996 fueron 860. Ocupa el primer lugar por tasa, es decir, por cada 100 mil habitantes se presentaron 79.5 casos, de los cuales el IMSS atendió 48 por ciento y 38 la Ssa. De enero a marzo de este año ocurrieron 135 casos, 35 por ciento menos en relación con el mismo periodo de 1997.
De acuerdo con estadísticas, en los municipios de Santiago Ixcuintla, Compostela y en la capital del estado hay el mayor número de casos de intoxicación por agroquímicos, de los cuales 73 por ciento son por percances laborales, 16 accidental, 9 intencional y 1 por ciento desconocido. Del total de casos, 80 por ciento fue por insecticidas, 6 por raticidas, 5 por herbicidas, 4 debido a fungicidas y 5 por ciento por causas desconocidas.
Los hombres son los más afectados por los agroquímicos -88 por ciento de los casos-; 50 por ciento de ellos tienen entre 15 a 24 años y el resto de 25 a 44 años.
Esto revela que ``el problema es grande y requiere de la capacitación de los campesinos y del personal de salud para que disminuyan los riesgos generados por el empleo de plaguicidas'', subrayó el jefe del Departamento de Salud Ambiental.
En tono de burla, los ejidatarios comentan la situación: ``La muerte es por hechizo''.
Un informe de la firma de consultores Allan Woodburn Associated -publicado en el boletín número 17 de la Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas en México- pronostica que el mercado global de agroquímicos aumentará un promedio de 1.6 por ciento anual en términos reales hasta alcanzar aproximadamente 33 mil 150 millones de dólares en el año 2001.