José Cueli
Curro Romero, abroncado en Sevilla

El ruedo sevillano, con las figuras de la leyenda, esclavas de la Feria, vibraba en el momento musical del paseíllo en este Domingo de Resurrección, iluminado por el sol primaveral del atardecer transparente. Curro Romero partía plaza nuevamente, a los 65 años de edad, al igual que hace 40 años, cansado, pero con el fulgor de la gracia andaluza y la picardía sevillana.

Sevilla se engalana y sus calles típicas parecen soñar con los cascabeles de los caballos en medio del olor a la manzanilla, las mujeres de carnes alabastrinas y rítmicas pisadas, como si estructuraran una faena perfecta gritando ¡olés! a los toreros y reclamando de los contempladores una colaboración intensa e imaginativa, cual corresponde a la Sevilla torera.

Sevilla deja que la fantasía del que la mira se pierda en su interior y parte de ese interior es la Real Maestranza de Caballería, que desde 1254 y por orden de Alfonso X El Sabio, celebra en el mes de abril la feria para que se realice el milagro de construir la imagen más cercana al deseo, enlazada a la intuición.

Sevilla se transforma al ser vista desde dentro en poesía. La imaginación en la plaza espoleada por la cercanía de la tragedia, crea lo fantástico y si se apoya en lo sensual de los recuerdos, crece la figura de sus ídolos Curro Romero y Rafael De Paula, los mitológicos, desmayando los brazos que se hunden en el ruedo y juegan al toro en mariposeo de colores o acaban en espantadas ridículas, como le sucedió ayer a Curro Romero, que no encontraba la manera de matar a sus enemigos.

Pinturas antiguas se confunden con las de los nuevos toreros --Enrique Ponce y Rivera Ordóñez-- y resaltan en el fondo de la plaza, con su admirable policromía y la original elegancia que adquieren los toreros en el coso maestrence cuando marcan la verónica en los tres tiempos y caminan hacia el centro para rematar sus lances distribuidos en el encanto de la modestia de los bien hecho.

Por Sevilla se esparce olor a tabaco fuerte, una fragancia extraña que proviene del río, un olor denso y misterioso y penetrante recorre toda Sevilla después de que Curro torea con la cadera al toro y lo lleva en la curva de su capote, aunque después salga por piernas que ya no parecen ayudarle mucho. Mientras, allá, a lo lejos un cante de morena voz llega a los oídos de Curro. Maravilla no importa su quehacer en el ruedo, que a su edad siga acompañando a los toros en el arranque de la Feria Sevillana el Domingo de Resurreción en que resurge la vida, el cante, la poesía, los olés, en los que se mezclan la tragedia y la muerte. Porque el toreo o es tragedia o es una farsa. Curro a su vejez enfrenta la tragedia y el ridículo al vestirse en traje de luces.

Un sobresalto de pavor acompaña a los sevillanos cada lance de Curro, sólo juego de brazos y cintura y fuertes puyazos, ante la imposibilidad de mover las piernas. Curro alucinado de sí mismo quema el lujo de la angustia y recuerda los versos de don Adriano del Valle:

``Feria de abril en Sevilla
entre el trigo y el jazmín
entre el asfalto, la vega
el olivar y el jardín
cual antesala del cielo
¡Sevilla en Feria de abril!''