Antonio Sánchez Ibarra
Astronomía diurna

Pensar en astronomía, para la mayoría de la gente, significa imaginar un observatorio en una montaña durante la noche en un cielo plagado de estrellas, observando los anillos de Saturno, los satélites de Júpiter, nebulosas o galaxias.

En la actualidad, la astronomía no está confinada sólo a la observación nocturna. Dependiendo de la especialidad del astrónomo y el instrumento a utilizar, se realiza la observación, incluso la estelar, durante el día.

El primer caso es la astronomía o física solar. Muchos entusiastas de ésta no tienen una atracción hacia la observación solar, aunque ésta reserva muchas sorpresas a quienes la practican.

El Sol es la única estrella que puede ser observada en detalle y el conocimiento que obtenemos de él es fundamental para las especies vivientes en el planeta Tierra. Por otra parte, se convierte en modelo para comprender el funcionamiento, fenomenología y evolución de otras estrellas.

Diariamente, decenas de cúpulas se abren en todo el mundo para observar ese disco deslumbrante que no es tan tranquilo y estable como nos lo parece, aunque afortunadamente su nivel de actividad no llega a ocasionar alteraciones importantes en nuestro planeta.

La actividad evidente del Sol se manifiesta en la aparición de manchas, cuya presencia varia en un ciclo de 11 años. Durante los tiempos cercanos al mínimo del ciclo, el disco solar aparece tan puro como lo deseaba la Santa Inquisición en los tiempos de Galileo. En las épocas del máximo pueden ser contabilizadas hasta 200 manchas individuales.

Las manchas están asociadas con una gran cantidad de fenómenos que ocurren en la atmósfera superior del Sol. Se presentan las ráfagas solares, fenómenos de reconección magnética que propician un destello de energía con un incremento de la temperatura, en regiones pequeñas, hasta de 40 millones de grados, en lo que hasta ahora son los fenómenos más energéticos que ocurren en nuestro Sistema Solar. Además, son visibles prominencias y expulsiones en la corona solar.

Otros fenómenos más sutiles como regiones efímeras de actividad, puntos brillantes visibles en rayos X y los hoyos en la corona solar, complementan una compleja dinámica magnética que se monitorea constantemente desde la Tierra y el espacio con satélites que observan en rayos X, como el Yohkoh japonés, o el SOHO de la NASA y la Agencia Europea del Espacio.

Otro caso de observación diurna: la mayoría de los observatorios modernos, como los que se encuentran a 4,200 metros sobre el nivel del mar en Mauna Kea, Hawaii, tienen la capacidad para observar durante el día en el infrarrojo, donde no afecta la luminosidad solar. Las observaciones son muy diversas hacia lo que se denominan fuentes en infrarrojo, consistentes en emisiones en esa longitud de onda que emiten muchos cuerpos, incluyendo estrellas y regiones de formación estelar.

La radioastronomía es un área también muy activa en la observación diurna. Los radiotelescopios pueden operar, en este caso observando radiofuentes, en pleno día e, incluso, durante días nublados. Claros ejemplos de ello son los radiotelescopios de Arecibo, Puerto Rico, y el Very Large Array, cercano a Socorro, Nuevo México, entre otros.

Finalmente, la observación a control remoto desde el espacio con satélites o telescopios mantiene a muchos centros en actividad en pleno día, como ocurre especialmente en el Instituto del Telescopio del Espacio, donde se controla el telescopio espacial Hubble. Cada 45 minutos el telescopio se encuentra en su órbita en la parte correspondiente a la noche y observa diversos cuerpos, además de tener posibilidad de hacerlo aun en la parte de día, guardando una distancia de seguridad del resplandor solar. Lo mismo ocurre con otros satélites dotados de telescopios para observar en ultravioleta o rayos X, ubicados en órbita de la Tierra o en órbita solar.

La astronomía, con los recursos actuales, es en gran parte una ciencia de 24 horas de observación en el presente.