La Jornada 10 de abril de 1998

Se reúnen Zapata y Villa en Xochimilco

Laura Espejel y Francisco Pineda Ť Una inmensa ola de gente envolvía al general Francisco Villa. De pronto, mientras los vítores crecían, se vio aparecer por la carretera de Cuernavaca la comitiva del general Emiliano Zapata. La guardia del Ejército Libertador, apostada a lo largo de la calle Juárez, en Xochimilco, era impotente para contener a la muchedumbre. Todos querían estar cerca de ellos y estrechar su mano. Era el viernes 4 de diciembre de 1914.

Los jefes revolucionarios fueron presentados por Alfredo Serratos y Otilio Montaño. Luego pasaron a la casa de Manuel Fuentes, en la octava calle de Hidalgo. En uno de los cuartos del segundo piso, se instalaron en una mesa de humilde aspecto. Pancho Villa, quien había asistido escoltado por 150 Dorados, Roque González Garza y pocos integrantes de su Estado Mayor, expresó el gusto que sentía de hallarse al lado de los zapatistas. Apenas dijo: ``Vamos a tratar sobre la suerte de México'', cuando fue interrumpido por Serratos: ``En las manos de ustedes está''. El general Villa continuó: ``La guerra la hacemos nosotros, los pobres, a quienes se nos debe dejar solos, para que después vengan `los de gabinete' a tomar su chocolateÉ Es una desventaja -prosiguió- que en nuestro país los elementos más conscientes sean los más corrompidos''. Luego, refiriéndose a los carrancistas, agregó: ``Son hombres que han vivido en camas blanditas. ¿Dónde van a conocer nuestros sufrimientos?''. Zapata comentó: ``Al contrario, han estado acostumbrados a ser el azote del puebloÉ Estos cabrones luego que ven tantito lugar se quieren abrir paso y se van al sol que nace. Al sol que nace, se van mucho al carajoÉ yo no los consiento. En tantito cambian. Y se van, ya con Carranza o ya con el de más allá. Todos (esos) son una punta de sinvergüenzasÉ Por eso yo se los advierto a todos los amigos que mucho cuidado, si no, les cae el machete''. Entre risas, discursos, una reunión privada y música transcurrió el histórico encuentro, hasta las cuatro y media de la tarde en que Villa volvió a su ferrocarril estacionado en Tacuba.

Es significativo que las distintas versiones coinciden en señalar el tono de advertencia empleado por Zapata y Villa. El tema de la ambición-traición dominó en todo momento. Era una preocupación que pesaba, casi tanto, como los problemas militares para derrotar a Carranza. La batalla entre revolucionarios y arribistas de última hora había comenzado tan pronto callaron las bocas de fuego en Zacatecas y Cuernavaca.

Ante la dolorosa experiencia del maderismo, que defraudó las mejores esperanzas, es oportuno y es urgente hacer constar a la faz de la República, que la Revolución de 1910, sostenida con tan grandes sacrificios en las montañas del Sur y en las vastas llanuras del Norte, lucha por nobles y levantados principios; busca primero que nada el mejoramiento económico de la gran mayoría de los mexicanos, y está muy lejos de combatir con el objeto de saciar vulgares ambiciones políticas o determinados apetitos de venganza.

La Revolución debe proclamar altamente que sus propósitos son en favor, no de un pequeño grupo de políticos ansiosos de poder, sino en beneficio de la gran masa de los oprimidos, y que por lo tanto, se opone y se opondrá siempre a la infame pretensión de reducirlo todo a un simple cambio en el personal de los gobernantes, del que ninguna ventaja sólida, ninguna mejoría positiva, ningún aumento de bienestar ha resultado ni resultará nunca a la inmensa multitud de los que sufren.

Acta de ratificación del Plan de Ayala 1

La mañana del sábado 5 de diciembre, se divisó a lo lejos una gruesa columna. Eran 18 mil rebeldes que se movilizaban desde Xochimilco. Llegaron al Palacio Municipal de San Angel donde se congregó otra multitud, mientras las campanas de los templos ``lanzaban al aire la alegre voz de su bronces''. El reloj marcaba las doce y media del día cuando el destacamento de la División del Norte, que estaba de guarnición en este pueblo, formó la valla de honor al jefe suriano. Zapata vestía traje de charro: ``chaqueta de gamuza color beige con bordados de oro viejo y un águila que abarcaba toda la espalda, pantalón ajustado negro con botonaduras de plata y sombrero galoneado, haciendo pendant con la chaquetilla''. Su trato sencillo, su llaneza al corresponder con apretones de mano el saludo de la gente hizo que muy pronto se ganara la simpatía del vecindario. Alguien lo describió alto, musculoso, enjuto; de tez morena -hecha a todas las inclemencias- y vivos, insistentes, sus ojos. Aunque, teniendo como referencia las especificaciones de su Winchester 30-30, parece que medía 1.62 m. El prefecto del lugar le ofreció un banquete en el restaurante San Angel Inn, donde fue alojado en la habitación número uno. A las ocho de la noche, en el salón de cabildos, efectuó una junta con los generales zapatistas que llegaron con él y los jefes que ya estaban en la capital.

Muy temprano, el domingo, los zapatistas comenzaron a concentrarse, confluyendo desde San Angel, Tlalpan, Coyoacán y Churubusco. Avanzaron por Mixcoac, Tacubaya y Chapultepec hasta la calzada de la Verónica, hacia el rumbo de San Cosme. Allí se reunieron con la División del Norte, a las once de la mañana, y dio inicio el desfile militar jamás presenciado en México.

La multitud entusiasmada prorrumpió en vítores al paso de las tropas y una lluvia de flores y confeti cayó sobre los aguerridos soldados. Cabalgaba el general Zapata en un rocillo oscuro, Villa en alazán tostado.

Las céntricas avenidas con sus pisos arenados para el paso de las caballerías, presentaban una animación nunca antes vista, las fachadas de sus casas engalanadas con banderas, los balcones y azoteas pletóricos. En las aceras la multitud no oía ni pensaba más que en los ejércitos revolucionarios que iban a desfilar.

La descubierta estaba formada por dos secciones de caballería del Ejército Libertador. Luego seguía un escuadrón de los Dorados e inmediatamente después Villa y Zapata. A continuación la escolta del jefe suriano, doscientos de caballería. ``El sombrero del general Zapata parecía una canastilla de flores y confeti''. Atrás iba Eufemio con su Estado Mayor. En la columna central desfiló, también en primer término, el Ejército Libertador. Eran fuerzas de las tres armas marchando la infantería a la cabeza. Brigadas divididas a su vez en batallones, formados en columna de honor, luciendo al aire sus banderas y estandartes. Después de la infantería, cinco baterías de ametralladoras, con su correspondiente equipo y en seguida las brigadas de caballería suriana. Cuando la infantería zapatista desfiló, a poco pudieron verse dos portaestandartes, un clamor intenso se escuchó: ``Ahí viene la Virgen india''. El desfile continuaba grandioso y resurgían las banderas empuñadas por generaciones sucesivas, sólo que ahora tremoladas por los olvidados. Habían transcurrido sólo tres años de la promulgación del Plan de Ayala.

¿Dónde están hoy los poderosos ejércitos, las aguerridas tropas, las falanges invencibles, erizadas de fusiles y de bayonetas, que sembraban el espanto en las poblaciones y ponían miedo en los ánimos? ¿Qué se han hecho los superhombres del porfirismo, sus orgullosos ministros, sus doctos diputados, sus conspicuos financieros, sus brillantes oradores, sus periodistas infalibles que, a manera de oráculos, lanzaban profecías y anunciaban grandezas? ¿Qué ha sido de la soberbia de las altas clases, que parapetadas detrás del ejército y protegidas con las bendiciones celestiales, que el clero nunca trató de escatimarles, robaban a toda su satisfacción a la gran masa de los oprimidos y consumían en fiestas y placeres el fruto del trabajo de los pobres? ¿Adónde han ido a parar aquellos estadistas inimitables, únicos capaces de regir y llevar por buen camino a ese hato de imbéciles que ellos veían en el pueblo mexicano? (É)

El ejército no existe ya, el tesoro público está exhausto, el crédito nacional se desplomó en la bancarrota, el gobierno está deshonrado por el asesinato y por la traición, los intelectuales del porfirismo han hecho fiasco, las clases acomodadas han puesto de relieve su corrupción y su cobardía, el clero católico ha patrocinado las peores infamias y ha hecho alarde de un impudor inaudito.

El antiguo régimen ha quedado vencido en los campos de batalla, en los campos de la idea, ante la moral, ante la civilización, ante la conciencia universal, que protesta indignada contra ese aluvión de crímenes, contra esa escandalosa ostentación de todas las desvergüenzas y todas las podredumbres. La revolución ha triunfado de hecho y por derecho.

Emiliano Zapata y 26 generales del Ejército Libertador 2

Detrás del contingente zapatista venía la División del Norte, organizada según el sistema ternario implantado por el general Felipe Angeles, que iba al mando de la columna acompañado de su Estado Mayor. Al frente de cada batallón de infantería marchaba una música. A continuación desfiló la artillería de la brigada Angeles. Los ojos atónitos vieron pasar 70 cañones empleados en las batallas de Paredón, Torreón, San Pedro de las Colonias y Zacatecas. Después, los carros fraguas y de mecánica, adherentes a la artillería y una sección del servicio sanitario. El desfile terminó antes de las seis y muchas tropas recibieron orden de suspender su marcha, por falta de tiempo.

Cuando la cabeza de la columna llegó a Palacio Nacional, desde las doce y diez, los bronces tocaron a libertad, Villa y Zapata entraron a saludar al presidente provisional. Al salir al balcón central del Palacio Nacional, ambos recibieron el saludo del gentío que llenaba la plaza de armas. Se descubrieron ante la multitud que los aclamaba, permaneciendo así hasta que la manifestación cesó. Un nuevo estallido de aplausos provocó el general Felipe Angeles cuando pasó frente a Palacio.

Por mucho tiempo se conservaría en la memoria la marcha de los cincuenta y ocho mil rebeldes que recorrieron ese día la urbe resonante.

Notas:

1 Ejército Libertador, Acta de Rectificación del Plan de Ayala. Campamento revolucionario de San Pablo, Oxtotepec, D.F., 19 de julio de 1914 en: Emiliano Zapata. Antología. Laura Espejel, Alicia Olivera y Salvador Rueda. INEHRM, México, 1988.

2 Ejército Libertador, A los habitantes de la ciudad de México, Yautepec, Morelos, 24 de junio de 1914; en Emiliano Zapata, Antología, op. cit., p. 196.