Las declaraciones de Federico Mayor, director general de Unesco, sacuden a la opinión pública porque expresan lo que hoy sienten los pueblos víctimas de las explotadoras actividades del capitalismo trasnacional; desnudó en su entrevista (La Jornada, núm. 4882) las verdades que han procurado ocultar los gobiernos que sirven a las empresas multinacionales, cuyo encumbramiento alcanzó las altas cúspides luego de que el mundo fue testigo del sorpresivo y violento derrumbe del socialismo soviético, convertido hoy en los múltiples acontecimientos que van desde la anarquía balcánica hasta las repúblicas de mafias oscuras en que se han convertido Rusia y sus antiguos confederados en la URSS. Nada detiene ya la agresividad de las plutocracias que se han apoderado del planeta con un sofisticado dominio económico y político. En lo económico, incluyen en su patrimonio los recursos fundamentales de la producción y reproducción de ganancias y acumulación de riqueza, poniendo en juego un sistema financiero que asegura por igual insumos de unidades productivas, investigaciones científico-tecnológicas correlacionadas y grandes utilidades por medio de operaciones bursátiles, cambios monetarios y cuantiosos réditos, integrándose así las desmesuradas rentas que absorbe año con año el 18 por ciento de la población, dejando a enormes masas al margen de provechos compatibles con una vida digna y justa.
Por otra parte, el dominio político de las minorías supone la puesta de la funciones del Estado a las órdenes del poder económico, por la vía de gobiernos que las hacen cumplir en la sociedad, usando su aptitud coercitiva --fuerza castrense y policial-- contra cualquier resistencia a los mandamientos emanados de las altas clases. Se trata de la imposición de los menos sobre los más que tiende a perfeccionarse en un sentido totalitario bien disfrazado, por cierto, con las máscaras de lo que el mundo oficial llama democracia. Duverger la designó con el nombre de democracia sin pueblo, a fin de subrayar la presencia de instituciones liberales que no incluyen las libertades del hombre y del ciudadano. Marcuse describió cómo las élites manipulan el consciente y el subconsciente del hombre para predeterminar sus decisiones. Si por alguna circunstancia los gigantes advierten que el pueblo obstaculiza sus maniobras, entonces se desatan las operaciones depuradoras de gobiernos y militares para extinguir los gérmenes de la oposición.
En Namidia e invitado por la Unión Interparlamentaria Mundial, Federico Mayor hizo un urgente llamado a las naciones para que eviten caer en las trampas de la globalización. México no pudo hacerlo. Llevamos dos lustros de globalización y los resultados están a la vista: quiebra del capital nacional; desempleo generalizado y creciente; caídas cíclicas del poder de compra de sueldos y salarios; educación preescolar, primaria y secundaria cargada de gravísimas deficiencias; continuas y enormes migraciones de grupos que van del campo a las ciudades y de la ciudad y el campo al humillante y cada vez más peligroso bracerismo norteamericano; y en paralelo a una población que se mueve entre la pobreza, la desesperación y la miseria extrema, un círculo privilegiado goza de los muchos fueros vinculados al presidencialismo autoritario que nos rige desde hace largo tiempo.
Esa es la situación que en lo fundamental ha venido denunciando el pacifista EZLN desde el 1o de enero de 1994; con sus palabras despejó la gran mentira de nuestro ingreso al primer mundo, mostrando la verdad concreta, presente en el aquí y el ahora de la historia, y al margen de los engaños repetitivos del discurso oficial.
Entiéndase bien, ¿no es la verdad del EZLN la verdad de un México terriblemente maltratado por las acciones de un gobierno de facto que desde hace unos diez años nos introdujo en la globalización norteamericana sin contar con la voluntad nacional? Fuera de toda duda, nada es ahora gratuito, pues el desastre resulta de una lógica política extraña a los más recios valores de nuestra cultura.