La Jornada viernes 10 de abril de 1998

CRUCIFICADOS

En el ámbito cultural cristiano, el de hoy es un día de reflexión, más allá de los credos y las prácticas religiosas. A lo largo de dos milenios, la crucifixión de Jesús ha trascendido certezas o incertidumbres históricas y se ha convertido en símbolo moral de la disposición a sacrificarse por los demás, pero también de la vocación de los verdugos.

Una y otra recorren la historia humana: para bien y para mal, tanto la capacidad de entregar el bienestar y hasta la vida para mejorar la de los otros, como la fácil aptitud para matar al prójimo, están presentes entre nosotros desde tiempos inmemoriales -desde mucho antes del episodio del Calvario- y, para bien y para mal, están tan vigentes como siempre en vísperas del nuevo milenio.

Tanto en las sociedades -la mexicana entre ellas- que tienen en el cristianismo una de sus raíces fundacionales, como en las que se fundamentan en la matriz cultural y ética de otras religiones, sobran los ejemplos, históricos, pero también cotidianos, de ambas actitudes. Casi todas las sociedades cargan, además, con el peso moral de sus víctimas.

Cada quien, con base en su propio sistema de valores, encontrará las figuras que ejemplifican la disposición al sacrificio en aras de los demás. Cada quien ha de determinar, con base en su conciencia, de qué lado se encuentran los verdugos. Pero no cabe ningún relativismo moral para identificar a los crucificados.

Por extensión del símbolo cristiano, este día nos obliga a recordar a las incontables víctimas de la crueldad humana, de la aberración jurídica, de la persecución política, étnica, sexual o religiosa, del lucro a costa de lo que sea, de la ineptitud administrativa, de la corrupción, de los fundamentalismos económicos, de la marginación social.

En el México de 1998, el signo de la crucifixión tiene una abultada representación: incluye a los indí-genas saqueados, despojados, opri- midos y, de unos años a la fecha, cercados; a los asalariados, a los que se sacrifica en cada crisis recurrente; a los miles y miles que han sido arrojados a la economía informal, es decir, a los semáforos y a las aceras; a las mujeres, discriminadas en el hogar, hostigadas en el trabajo, agredidas en la calle; a los luchadores políticos y sociales asesinados, encarcelados y perseguidos; a los ciudadanos, a quienes la violencia delictiva afecta en su integridad física, en su seguridad y en sus posesiones; a los pequeños empresarios víctimas de la usura bancaria; a los seropositivos discriminados y privados de los medicamentos que requieren; a los sin voz, a los sin casa, a los sin techo, a los sin tierra, a los sin trabajo, a los sin salud, a los sin luz, a los sin agua.

En México, en este viernes santo de 1998, los crucificados no están únicamente en las representaciones populares de La Pasión. Se encuentran en todas partes y suman millones. Ante su viacrucis, resultan ofensivos los reiterados ejercicios de lavado de manos.