Abraham Nuncio
Partidos: principios y eficacia

En la historia de todos --o casi todos-- los partidos se puede ver que sus principios, en algún momento, se han sacrificado a los dictados del corto plazo y con diversa fortuna. A veces la apuesta al éxito inmediato fructifica y a veces no. Como sea, ese sacrificio resulta a la larga dañino para la vida de la organización.

No sé si fue debidamente racionalizada esta experiencia en el reciente congreso del Partido de la Revolución Democrática. Sus resultados, en todo caso, acentuaron la política de principios, cualquiera que haya sido la causa determinante.

Ese acento le significará, no obstante, un costo político al PRD. En Veracruz el más alto. Los perredistas no podrán disponer de una figura como la de Ignacio Morales Lechuga, que ahora participará bajo los colores del Partido del Trabajo y con el apoyo del Verde Ecologista, para contender por la gubernatura del estado. Figura cuestionable, sin duda, pero eficaz para fines electorales. Ahora bien, la hipótesis de que tal eficacia habría podido empezar a desvanecerse para el PRD como partido una vez que Morales Lechuga y su equipo se instalaran en el comité de campaña es, desde luego, admisible. El síndrome del helipuerto, que ha venido afectando a los partidos hace veinte años, suscitará en las bases perredistas, más temprano que tarde, extrañamiento y hasta bruscos deslindes.

La falta de cuadros propios, lastre que no podrán eliminar fácilmente los partidos emergentes por la incapacidad de formarlos a la velocidad que exigen los cambios políticos, seguirá siendo un problema de ardua solución.

A menudo los partidos se ven a sí mismos como claustros cuyos objetivos se agotan en sus reglas y jerarquías burocráticas. Con ello cierran sus alveolos al oxígeno social, que es el que puede evitar su natural tendencia al anquilosamiento y favorecer, por el contrario, la renovación de su vida interna y sus respuestas a las expectativas del electorado.

En el pasado Congreso del PRD, el espectro del claustro y hasta cierto chovinismo de partido estuvieron presentes. Una cosa es establecer requisitos de ingreso y participación electoral, sobre todo para un partido que requiere crecer y beneficiarse de múltiples experiencias políticas, y otra ensimismarse, volverse excluyente y pretender que la antigüedad, el activismo y el otorgamiento de puestos en base a una y otro sean, conjuntamente con un no tan soterrado sentido de cofradía, la característica fundamental del partido.

La sola pertenencia a un partido o a una Iglesia no es garantía de nada. Garantía de congruencia, al menos, es que sus miembros practiquen lo que declaran sostener. Fue bueno, en este sentido, que los perredistas le pusieran límites al oportunismo ayuno de causas. También que dejaran las puertas abiertas a la incorporación y aportes de quienes soliciten participar dentro del PRD en las luchas electorales, ya sea que provengan de otros partidos o de ninguna filiación política, siempre y cuando cumplan con ciertos requisitos.

Con esa medida, y ya dentro de la competencia con los demás partidos, los resultados del congreso perredista repercutirán en el PRI más que en ningún otro. Ahora se pretende eliminar en este partido los mal llamados candados, que no son sino requisitos demandados por las bases priístas para impedir que la tecnoburocracia se imponga sobre la experiencia, la sensibilidad social y la capacidad probada en las batallas políticas. Su eliminación, por supuesto planteada desde arriba, conducirá a conflictos internos si no es que a nuevas graves escisiones.

Para hacer que la eficacia sirva a los principios de un partido, hoy es preciso que sus militantes --bases y dirigentes-- tengan en cuenta su naturaleza: no son fines, sino medios; no sectas, sino organizaciones cuyos vasos comunicantes con la sociedad requieren estar totalmente desopilados; no estructuras rígidas, sino tectónicas flexibles que responden a una determinada concepción de la sociedad; no meras lianas políticas, sino escuelas donde sus miembros, antes que por una disciplina dada se rigen por aquella que resulta de los acuerdos tomados con base en la discusión libre y democrática.

Algunos partidos podrán ignorar tales exigencias. No así los ciudadanos que forman opinión y orientan cada vez con mayor intensidad el sentido del sufragio.