Olga Harmony
Servando o el arte de la fuga

Por una serie de motivos que no vienen al caso pude ver muy tardíamente este Servando o el arte de la fuga, un medio día en fin de semana, horario al que más vale irse acostumbrando a juzgar por el lleno que está teniendo esta escenificación, poco publicitada en los medios, pero recomendada de boca a boca como suele ocurrir con los buenos espectáculos teatrales. Pido, por tanto, disculpas al grupo y al lector por esta tardanza y me gustaría compensarla con la más amplia recomendación, esta vez de letra a ojo. Jorge Gidi (quien arma el collage con Ricardo Esquerra) más conocido como actor, esta vez --creo que por primera-- dirige, si bien actúa también, como lo hace su coautor.

El collage de textos ajenos, entre los que se incluye un fragmento de Orlando de Virginia Woolf, no ilustra demasiado sobre la vida y el pensamiento de fray Servando Teresa de Mier, pero de algún modo nos acerca a su fascinante figura. Si se privilegia la narración de encierros y fugas rocambolescas, queda como trasfondo el impulso hacia la libertad, la terquedad republicana que le concitó tantas iras: más allá de su papel en los dos congresos constituyentes mexicanos en el espectador queda una imagen de congruencia ideológica, lo que bien visto es una buena y formativa imagen si, como me imagino, ese espectador es un escolar enviado por algún maestro amén del que acude en busca de buen teatro.

Por otra parte, la armazón de los muy diferentes textos responde a su propósito y nos narra lo que podría ser la vida de fray Servando; quizá sobre en su estructura las escenas de los peligros de Madrid, pero es tan graciosa que se valida el añadido.

Lo sobresaliente es la dirección de Gidi y el desempeño de actores y músicos en vivo; éstos son Angel Chacón, Carmen Mastache y Manuel Mejía. De los actores, pude reconocer al propio Jorge Gidi y a Luis Artagnan, aunque el trabajo de todos es muy bueno, en especial el Servando de Rodrigo Vázquez. La dirección es un juego casi pirotécnico de imaginativos momentos, que hace hincapié en la destreza corporal pero no olvida la actoralidad. Si acaso, existe repetición en algún movimiento como sería cabalgar un actor a hombros de otro, pero esto pasa desapercibido ante las magníficas soluciones de Gidi y la destreza de su reparto. Todo funciona con tal precisión, ligereza y humor, que no se denota el esfuerzo requerido.

Actores y actrices que son muebles, juegos de luz (debidos a Nita Pronovost) que son rejas de cárcel o entrada a una cueva. El atril que habla por Servando mientras éste utiliza la mímica, una actriz que hace de timón, mientras el timonel parla, Servando rueda en cubierta, Artagnan mima un choque con un barquito de papel y una ballena. La actriz que puede convertirse en rata o en águila que ayuda a escapar a Servando (muy en barón de Munschaussen); bruja que se transforma en hombre; el diminuto puente colgante que es pasado con esfuerzo por unos dedos, apoyados por la gestualidad de sus dueños; puente colgante que es atadura de preso y, reproducido, pelucas de juez. Toda esta imaginería culmina en el momento en que se le avisa, a un Servando desterrado, que Iturbide consumó la independencia y que se convierte en una celebración de 15 de septiembre contemporáneo, con huevo relleno de harina inclusive que, al ser estrellado en la cabeza de Servando le pintarán las canas que junto a la actoralidad de Vázquez darán la ancianidad del protagonista; mientras, el cesto del huevo será corona de Iturbide en un espléndido trono fingido por tres actores en lo que sería la última confrontación del indomable republicano con el poder.

Excelente esta incursión de Jorge Gidi como director. Aunque sea muy eficaz la recomendación de boca a boca, es de lamentarse que no tuviera una resonancia mayor en los medios porque, además de la brillantez de la propuesta, nos habla de un México que en algo podría ser el de hoy: ``Los males de Servando iguales a los de la República, de mal en peor''.