José del Val
En La Realidad / I
Puntuales a las ocho y veinte de la mañana empiezan los sobrevuelos, durante todo el día tres tipos de aviones y dos tipos de helicópteros pasan a diversas alturas y con trayectorias también diversas. Nos gastamos millones y millones de pesos en gasolina, equipos, viáticos y demás en esta absurda mascarada, eso sí: sólo en horas de oficina.
Abajo en el lodo algunas centenas de estandartes de la dignidad, tojolabales ellos no hacen más que apretar los dientes, probablemente el arma más filosa con que cuentan.
Ya no hay color para definir la alerta, hace meses que se rebasó el rojo, los niños no pueden ir a la escuela porque las familias esperan la aburridamente inminente madre de todas las invasiones y están organizados para huir del posible ``error del siglo''.
El Campamento Civil por la Paz, noble escudo internacionalista, está desolado; la solidaridad extranjera ha sido objeto del legrado xenofóbico y la sociedad civil nacional viene poco y sólo en vacaciones.
Un solo camino de lodosa terracería es el que llega y atraviesa La Realidad, veinte kilómetros antes y veinte kilómetros después sendos campamentos militares, Guadalupe Tepeyac y Río Euseba vigilan y revisan con su proverbial impunidad, impertinencia e ilegalidad a cuanto ser se atreve a circularlos.
Los lados del camino han sido arrasados de naturaleza para permitir que los cañones de las tanquetas no topen al dar la vuelta con el cerro de enfrente, si algún día disparan el fuego quemará su propios uniformes.
El despliegue militar más que impresionante es patético. Me cae que da tristeza ver lo que hacen con nuestros pueblos y nuestro ejército, ni los unos ni el otro se lo merecen.
Tal vez en la capital se crea que las iniciativas legales tienen algo que ver con estos pueblos de indios y con la paz, aquí es evidente que no. Ni las propuestas jurídicas ni los llamados al diálogo y a la paz tienen algo que ver con la condición y circunstancia de estos mexicanos.
¿Alguien tendrá el cinismo hoy de afirmar que se trabaja así por la reconciliación nacional?
Tres equipos de ineptos negociadores han pasado ya por este conflicto, todos con la misma metodología: la primera etapa consiste en enterarse que en México hay indios. La segunda etapa se cubre mediante entrevistas con los actores en el conflicto, que se dejan, reiterando su voluntad inquebrantable de paz.
Después de un largo silencio al ataque: tercera etapa; nuevos llamados al diálogo que se aderezan con mayores desplazamientos de tropa y equipo, nuevas campañas de comunicación con espots en tiempo oficial con imágenes bucólicas de beatifull indians y en los que se reitera que ahora sí hay voluntad de establecer una nueva relación entre los pueblos indios y el Estado nacional.
La cuarta etapa es la de la vergüenza, en múltiples entrevistas los negociadores exhiben impúdicamente su ignorancia sobre el complejo asunto de los pueblos indios y a continuación se apoltronan en la arrogancia que confunden con la ``razón de Estado'' y que aderezan con nuevos desplazamientos de hombres y de equipo en el teatro de los acontecimientos.
La quinta etapa es la de las tragedias, la ineficiencia, la confusión y la irresponsabilidad cobran sus víctimas. Dolor nacional...
Y vuelta de tuerca; algunas renuncias y nuevos negociadores.
Está de más decir que estamos entrando a una nueva quinta etapa.
¿Ora dónde, ora cuántos, ora cómo?
A los pueblos indios no les afecta si sube o baja el petróleo que sale de las entrañas de sus territorios, nunca les ha tocado más que charcos de Chapopote, y algo de empleo en venta de alcohol y prostitución. Ni siquiera han exigido o exigen que de los recursos obtenidos se haga justicia fiscal.
Es terrible ver hoy nuestra Lacandona: los manchones de verde que están quedando son los campamentos militares.
En alguno de los innumerables retenes el comandante en turno se ufanaba de las ventajas de su presencia; textualmente me decía: ``ahora se ven vacas en el campo...''.
¿Es éste el plan maestro: sustituir indios por vacas? ¿Estategias ganaderas como política de reconciliación y desarrollo nacional?
Mientras allá en la capital a miles de kilómetros, en la más profunda indiferencia por la realidad, se discute acaloradamente en plenos y comisiones, entre sedas, refrigerios y griteríos, desesperadas propuestas que, dicen, van a ser la solución y el camino de la paz.
¿Cuál negociación, cuál paz, cuáles reformas, cuál tolerancia, cuál reconciliación, cuál unidad nacional? Ignorancia y cinismo, deterioro y putrefacción, dolor y rabia, abusos e injusticias, fuego y muerte, oprobio y vergüenza nacional: así está hoy la pinche realidad.