El presidente Zedillo envió recientemente al Congreso una iniciativa de ley para la reforma del Banco de México (BdeM), la cual transfiere al instituto central el control absoluto de la política cambiaria. De este modo, según las autoridades monetarias, se garantizarán el combate a la inflación, el crecimiento y el desarrollo estables sin devaluaciones ni crisis financieras recurrentes y, particularmente, la congruencia entre política monetaria y política cambiaria al quedar ambas en manos de una misma institución. Si las supuestas virtudes de la acrecentada autonomía del BdeM en materia cambiaria no son una broma hermética, entonces el Ejecutivo habría encontrado la panacea para evitar los colapsos sexenales del peso debidos a desequilibrios en la balanza de pagos y a la exagerada dependencia del ahorro externo.
Más allá de que esta reforma a la política de tipo de cambio reconoce implícitamente que la causa principal de la crisis financiera de 1994-1995 fue la incongruencia entre la política monetaria del propio BdeM y la política cambiaria del régimen pasado, y no los acontecimientos políticos de 1994, según la teoría propalada por el entonces gobernador del instituto central, Miguel Mancera, cabría preguntarse lo siguiente: ¿en verdad la mayor autonomía del BdeM, combinada con el régimen de tipo de cambio flexible que rige la cotización actual del peso en el mercado, es condición suficiente para colocar a la economía mexicana en la senda del crecimiento sostenido exento de ataques especulativos contra la moneda? ¿Hasta qué punto la economía mexicana será ahora menos vulnerable a los choques externos, gracias a la reforma bancaria aludida? ¿La flotación del peso nos permite una política monetaria autónoma y es capaz de aislar a la economía respecto de los efectos de cualquier tipo de choques externos?
Sin duda que el gobierno tiene una respuesta afirmativa para cada una de las interrogantes anteriores. Bien mirada la cosa, la cuestión es menos simple y hasta es dable abrigar sospechas. Veamos.
En general, en la economía mundial actual existen choques financieros y choques de oferta y demanda. La selección del régimen tipo de cambio ``ideal'' en parte tiene que ver con la naturaleza de los choques a los que la economía nacional está expuesta, según la percepción de las autoridades monetarias. La adopción de un régimen particular implica la convicción de que así se amortiguarán mejor los efectos de esos choques.
El modelo de la economía mexicana se caracteriza por la libre movilidad de los capitales (no hay restricciones a la inversión de portafolio o directa), política monetaria restrictiva y por la vigencia de un tipo de cambio flotante. Puede decirse, en consecuencia, que el régimen cambiario que ha escogido el BdeM inmunizaría a la economía respecto de un choque en la forma de una caída de nuestras exportaciones, pues en este caso el tipo de cambio se ajustaría al alza, las importaciones se encarecerían y los bienes comerciales nacionales aumentarían su competitividad relativa; el tipo de cambio se movería (devaluación) hasta estabilizar el nivel de actividad económica, evitando así una recesión y un aumento en el desempleo.
Por otra parte, la historia sería diferente si ocurriese un choque de tasas de interés internacional (Estados Unidos). En este caso, se suscitaría un éxodo de capitales, y si la política monetaria del BdeM se mantiene restrictiva, entonces la variación en la tasa de interés interna forzará una recesión.
Finalmente, es necesario no olvidar que la desregulación financiera internacional determina en el presente que el mecanismo de transmisión de la política monetaria sea a través de alternaciones en las tasas de interés nominal con repercusiones en el tipo de cambio y en la inflación. La invulnerabilidad monetaria, en conclusión, no está garantizada.