La Jornada miércoles 8 de abril de 1998

ASTILLERO Ť Julio Hernández López

Los principales partidos de oposición (PAN y PRD) tienen ya muy definidos a sus principales aspirantes a la candidatura presidencial del año 2000, mientras en el PRI crece una lista difusa de precandidatos que, inclusive, podría generar enredos y hasta rupturas a la hora de operar el antes siempre controlado proceso del destape.

Comencemos por lo que antes iba al final

Plenamente superados los tiempos heroicos en los que sus campañas por la Presidencia de la República eran meros actos simbólicos, de educación cívica o de búsqueda de prosélitos, los partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática tienen, por primera vez, una oportunidad real de ganar el más alto puesto político del país.

Y es justamente en el PAN en donde hoy se tiene ya en campaña abierta, sin tapujos ni secretos, a un importante precandidato presidencial como es el gobernador de Guanajuato, Vicente Fox.

A pesar de su tempranísimo activismo (que lo expone, según las teorías tradicionales, a quemantes desgastes) y del flanco abierto para los ataques de sus adversarios que ofrece al combinar sus afanes presidenciales con sus obligaciones de gobernador, Fox Quesada se mantiene en un primer lugar de la lucha interna del partido blanquiazul, seguido de Diego Fernández de Cevallos, el fortísimo candidato de 1994 que ahora, sin embargo, ha visto bajar sus bonos a partir del episodio de Punta Diamante y de otros involucramientos profesionales en asuntos relacionados con narcotráfico y corrupción.

La baraja panista, por lo demás, es bastante corta, pues aparte de Fox y Diego sólo están Francisco Barrio Terrazas (cuya única posibilidad real depende de una alianza entre el PAN y Los Pinos para cerrar el paso al cardenismo y fabricar una alternancia del poder presidencial plenamente concertada), Carlos Medina Plascencia y Felipe Calderón Hinojosa, a quienes sus respectivos cargos de coordinador de los diputados federales, y de presidente del comité nacional no les han hecho, sin embargo, crecer lo suficiente como para aspirar con seriedad a ganar la titularidad del Poder Ejecutivo federal.

Tres nombres distintos: un solo candidato verdadero

En el partido del sol azteca tampoco hay muchos aspirantes. Los verdaderos precandidatos son tres: uno se llama Cuauhtémoc, otro se apellida Cárdenas y uno más lleva el apellido Solórzano. Sólo en un caso de extrema gravedad podrían tener oportunidad Porfirio Muñoz Ledo (que hace su lucha pero sin ganar ni fuerza estructural al interior de su partido, ni bonos meritorios suficientes para enfrentar el extraño carisma del jefe del gobierno capitalino) o Andrés Manuel López Obrador, aunque éste ha ido tejiendo declarativamente su puente de salida rumbo al río Grijalva, más con la idea de ser de nuevo candidato a gobernador y recomponer la situación del maltrecho perredismo tabasqueño.

Más los que se acumulen esta semana...

Frente a esa peculiar precisión con la que se van definiendo los candidatos de los dos partidos que sí podrían ganarle la Presidencia, el PRI aparece sumergido en la indefinición absoluta, que resulta un ideal caldo de cultivo para que abunden los precandidatos y, al mismo tiempo, se estén creando enconos y riesgos de divisiones en caso de que el Dedo Supremo de Los Pinos quiera tomar, a última hora, sin preparar políticamente el terreno, una decisión que ya le está siendo arrebatada por los tiempos sucesorios adelantados que se viven.

En el PRI hay cuando menos nueve nombres importantes que se están moviendo de cara al 2000. De ellos, cuatro pertenecen al gabinete presidencial básico aunque, signos de los tiempos, sólo uno cumple los requisitos priístas actuales (Francisco Labastida Ochoa); dos de ellos están a la espera de que les quiten el candado de la reja de entrada (José Angel Gurría y Guillermo Ortiz), y otro más se dice no militante del PRI, aunque hay voces superiores que lo consideran como un candidato externo o bien como un futuro afiliado de última hora al tricolor (Juan Ramón de la Fuente). Además, hay un integrante del gabinete que suele llamarse ampliado (Genaro Borrego, que dirige el Instituto Mexicano del Seguro Social) pero que bien podría ser nombrado en una cartera del gabinete básico (insisten en la Secretaría del Trabajo).

Por otra parte, hay tres aspirantes que buscarían saltar a la máxima silla desde sus asientos estatales. De ellos, dos son ya gobernadores (Roberto Madrazo y Manuel Bartlett, aunque éste dejará pronto de serlo, antes de que se postule al candidato presidencial pero todavía a tiempo de influir con fuerza en la venidera asamblea nacional priísta) y uno que aún no llega pero cuyo arribo parece segurísimo (Miguel Alemán Velasco).

Y por último, en una franja tan amplia que en ella pueden caber todos los nombres que se deseen, se habla de personajes como Jesús Silva Herzog, el ex embajador mexicano en Washington que antes fue, entre otras cosas, secretario de Hacienda, y cuyos conocimientos técnicos en materia económica no han obnubilado la sensibilidad política que se necesita para entender que junto al mantenimiento de las líneas básicas de la política económica hay que atenuar los agravios del neoliberalismo salvaje aplicado en México.

(Otro candidato plenamente perfilado es Manuel Camacho Solís, a nombre de su partido personal, el del Centro Democrático. Sin embargo, ni candidato ni partido parecen, al menos en estos momentos, tener una posibilidad real de ganar la Presidencia de la República).

La del 2000, una elección muy cerrada

Por primera vez también en esta etapa histórica dominada por el priísmo, en el partido tricolor no hay ni puede haber certeza respecto de los resultados de la elección presidencial y, por el contrario, comienza a asentarse un presagio de derrota que a la vez ha producido dos reacciones básicas: un cierto conformismo de las llamadas ``bases''' (que finalmente saben que el papel que juegan es absolutamente secundario) y, por otro lado, un peligroso temor entre las cúpulas protegidas en sus intereses por el sistema priísta y que hoy se sienten amenazadas y tentadas a defenderse de la manera que sea necesaria, por enérgica o violenta que ésta parezca.

A estas fuerzas, las del conformismo y las de los intereses amenazados, les vendrá muy bien la asamblea nacional del PRI, pues en ella podrán desahogar sus inquietudes y temores.

Pero el tiempo corre: PAN y PRD tienen ya sus caballos sobre la pista, mientras en el PRI se estorban unos con otros, sin asomarse siquiera al óvalo de la carrera, viendo cómo crece su lista de jinetes y disminuyen sus posibilidades de triunfo.

Astillas: El nombre de Fernando Zertuche ya estaba sobre la mesa de discusiones desde diciembre del año pasado, pero sólo ahora, luego de largos meses de discusiones, jaloneos y torneos de fuerza, pudo salir adelante para ser elegido como secretario ejecutivo del Instituto Federal Electoral. En un Astillero de diciembre se anotaba ya al señor Zertuche como el nombre en el que podrían coincidir la mayoría de los consejeros. Sin embargo, José Woldenberg peleó en favor de Alberto Begné, en un episodio en el que apareció el subsecretario de Gobernación, Jorge Alcocer, como presunto promotor de tal designación. A la distancia, el saldo es negativo: Woldenberg quedó evidenciado nuevamente como incapaz de mantener verdadera unidad y, además, sigue siendo un consejero presidente atrapado entre la fuerza numérica de los demás consejeros. Por lo demás, y como una muestra del desgaste interno, la designación de Zertuche no pudo conseguirse por unanimidad y, desde ahora, puede adelantarse (como lo hizo ayer José Gil Olmos en La Jornada) que el sucesor de Felipe Solís Acero será un secretario ejecutivo acotado en sus funciones...

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