``Mi hijo no es un monstruo'', dijo el papá del niño de 13 años que junto a otro de once mató en una escuela de Arkansas a cuatro niñas y a una profesora. ``No es algo que uno espere de su hijo o de cualquier otro niño'' (No, por cierto que no...). ``Sólo intentaban asustar a sus compañeros'', agregó Doug Golden, abuelo del más pequeño. Tienen razón: ellos ``sólo'' le enseñaban a usar armas para cazar animales. Paradójicamente, el actor Charlton Heston, presidente de la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA) dio en el clavo: ``la matanza... no tiene nada que ver con el tema de la legalidad de las armas, sino con los problemas de la sociedad''.
Exacto. ¿Quién puede asegurar que las armas, la violencia audiovisual, el maltrato, la drogadicción, la desintegración familiar y otras excretas de la sociedad gringa sean causa final de la creciente ola de asesinatos cometidos por niños? Porque en esta línea de razonamiento también valdría preguntarse qué misteriosos puentes jurídicos y conceptuales articulan la inconveniencia de que el presidente de la potencia más poderosa del mundo fije la mirada en el trasero de sus secretarias mientras analiza cómo bombardear a los niños de Bagdad.
Lavándose de culpas la NRA apela al eslogan del águila ``Eddie'', su mascota de peluche, que en los anuncios televisivos recomienda a los niños de los hogares estadunidenses: ``Si ves un revólver, sal de la habitación''. Mike Huckabee, gobernador de Arkansas, abogó por la reducción de la edad penal y el sheriff del condado de Jonesboro declaró: ``Cualquiera que planea y ejecuta un acto tan bestial como éste no pertenece a la sociedad'' (que ellos, sin duda, representan).
Ahora, en su afán por reducir el bien vida, los supersicólogos de Estados Unidos discuten en torno a la edad en que un niño que mata puede ser condenado a muerte. ¿Convendrá reducir el límite a sólo 14 años si en Cleveland, Ohio, 48 horas antes de los hechos de Arkansas un niño de cuatro años de la Guardería Shaker Boulevard fue sorprendido por segunda vez trayendo una pistola de calibre nueve milímetros y cargador de repuesto con 13 proyectiles?
En la sociedad superdesarrollada, los niños son precoces y se parecen cada vez más a los adultos. El intuitivo Jean Baudrillard lo confirmó hace más de diez años en Nueva York, cuando en su crónica ``América'' apuntó: ``...Las expresiones que se atribuían a la vejez y la muerte en las culturas arcaicas, aquí las tienen los jóvenes a los veinte, a los doce años''.
En consecuencia, si la sociedad estadunidense desea protegerse de sus vicios y de sus maldades debería sentenciar a los niños que asesinan a morir en la silla eléctrica. Así, el Estado daría un ejemplo al sector más violento de lo que es lícito hacer para obtener lo que se quiere. Pero en este caso, como sugirió la sicoanalista argentina Eva Giberti la pena de muerte no debería ser un acto privado: será más eficaz instalar una silla eléctrica en un lugar público para que las maestras de ``kínder'' pudieran llevar a los chiquitos.
Claro, habría que diseñar sillas eléctricas a medida, porque sería frustrante que al chico le colgaran las piernitas y no le llegaran al suelo en el momento de recibir la descarga. ¿Queda algo más por ver? Sí: faltan niñas que maten con granadas y fusiles automáticos. Paciencia. La cigüeña está en camino.