Ugo Pipitone
Regiones americanas

Nuestro tiempo tiene dos signos mayores: la globalización de un lado y la regionalización del otro. Hacer frente a los retos de la primera requiere consolidar la segunda. Y la reciente cumbre ecuatoriana de Guayaquil del Grupo Andino (GA) viene a confirmar la vitalidad de los procesos regionales de integración. Una idea parece haberse convertido en lugar común: los países cercanos que no quieran quedar al margen de los grandes juegos competitivos mundiales necesitan acelerar el paso de sus relaciones económicas recíprocas.

Mercosur y Tratado de Libre Comercio de América del Norte han sido hasta ahora los episodios más claros de regionalización en el hemisferio occidental. Los cinco países del grupo Andino (Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela) comienzan a posicionarse para convertirse en el tercer polo económico plurinacional del hemisferio. Los objetivos del GA quedaron expuestos en Guayaquil en forma explícita: introducción de un mercado de libre circulación de bienes para el año 2005, armonización de políticas monetarias, cambiarias, etcétera y, lo que constituye la meta más ambiciosa, la posibilidad de una moneda única entre los países miembros.

En una fase de recuperación como la que experimenta la economía latinoamericana después de 1995, el entendimiento entre los países se ensancha. Y esto es particularmente cierto entre países como los del GA, que en los últimos años han visto crecer en forma inédita sus intercambios multilaterales después de décadas de virtual desinterés comercial de los unos hacia los otros. El mayor comercio recíproco crea espacios de complementación y puentes productivos destinados a fortalecer la solidaridad regional. En medio de tanto atraso, de retrocesos sociales y tentaciones carismáticas, algo se mueve en la dirección correcta.

¿Pero cómo conservar el actual sentido de marcha y mejorar sus efectos? La primera condición es el crecimiento. Sin crecimiento los procesos de integración regional no serán viables. Los países miembros, respondiendo a las presiones internas, tendrían una tentación fuerte a buscar soluciones independientes y a reducir su disponibilidad al entendimiento regional. ¿Podemos decir actualmente que los países del Grupo Andino (u otros de América Latina) ya han construido una maquinaria confiable para el desarrollo económico de los años venideros? Las dudas son más que legítimas. Las economías al sur del río Bravo siguen caracterizándose por volatilidad y movimientos erráticos que amenazan, de persistir, con enterrar en los próximos años esquemas de integración regional que están apenas recorriendo las fases iniciales de su consolidación.

La otra condición --además del crecimiento-- es la mejora sustantiva de la calidad del mismo. Dicho en síntesis: nadie se integra hacia fuera en forma consistente si no avanza en el mismo sentido hacia adentro. La persistencia de amplias áreas de miseria y marginalidad es la amenaza mayor a la sostenibilidad en el largo plazo de los actuales procesos de integración regional. Y a este propósito es inevitable señalar que en ninguno de los tres mayores esquemas americanos de integración el tema de la calidad del desarrollo ha adquirido la centralidad que merece.

En este continente hemos aprendido en los últimos años algo importante: si cada país fuera a la globalización mundial en forma individual los riesgos podrían resultar intolerablemente elevados. El Mercosur antes y la reactivación de GA ahora, han sido formas para convertir esta conciencia en proyectos viables. Lo que todavía no entendemos es que no puede haber integración regional sin un crecimiento que fortalezca al mismo tiempo productividad e integración interna de los mercados nacionales. En la actualidad son visibles las políticas de integración regional; aquello que aún no se ve es la estrategia de integración económica al interior de cada una de las naciones. Estamos en una marcha contra el tiempo: si la integración regional no avanza pari passu con la integración nacional, con el combate exitoso contra formas antiguas y recientes de exclusión y miseria, la regionalización se convertirá en otra idea correcta frustrada por la ingenua creencia acerca de su autónoma eficacia.