Nuestro racismo es muchísimo más complejo, difuso, importante de lo que estaríamos dispuestos a aceptar. En el tema Chiapas, los argumentos más utilizados por el gobierno y por algunos analistas conservadores (ya sean sinceros o sobornados) es que los líderes verdaderos de los rebeldes indígenas son extranjeros o ``mexicanos blancos''. Como lo señala Carlos Monsiváis, tal convicción es insultante para los indígenas. Resulta que éstos no tienen capacidad para exigir cambios ni para rebelarse, que necesitan que otros (los oportunistas de fuera y de adentro) los guíen. Así se explota la convicción arraigada, irracional y convenenciera de las castas superiores de México desde el siglo XVI, de que los ``aborígenes'' no son seres enteramente pensantes.
El problema del racismo no se limita al insultante de las etnias indígenas. Hay elementos para suponer la existencia de una estructura de castas. Es fácil identificar al menos tres segmentos. El de los que viven de cultura indígena (10 por ciento), los mestizos (80 por ciento) y los criollos (10 por ciento). Estos últimos son los descendientes de los españoles, los que han mantenido cierto grado de ``pureza de raza'' o bien que están integrados culturalmente con el sector hegemónico blanco, pro occidental (y actualmente pro estadunidense).
¿Castas? ¿Discriminación en México? Es difícil de reconocer para nosotros, pero es muy fácil para los extranjeros. Ellos perciben que los criollos ocupan los puestos clave en casi todas las actividades importantes. La coloración de la piel y/o la adscripción al grupo cultural criollo son elementos importantes para la movilidad social en política, negocios, cultura.
Esto no quiere decir que muchísimos hombres y mujeres de origen mestizo no puedan ascender en la escala social. Lo hacen esforzándose, convirtiéndose en criollos culturales. Sin embargo, jamás en la proporción que representan en la población total del país. Nada ni nadie le impide a un mestizo rico alternar en el plano de negocios con sus colegas criollos. Es más, un mestizo bien vestido, si tiene muchos recursos podrá ser incluido en los clubes más exclusivos, aunque no le será fácil casarse con una mujer blanca hija de las viejas familias criollas del país. Como señaló eficazmente Inclán en El color de nuestra piel, los rasgos mestizos son obstáculo para lograr enlaces convenientes. La endogamia resulta el medio para garantizar que las castas se mantengan.
Es muy llamativo que con el paso del tiempo, lejos de disolverse la estructura de castas, reconocida y reglamentada durante la Colonia, pareciera reforzarse. El mismo Monsiváis señalaba que la política neoliberal ha detenido el proceso de movilidad social y ha acelerado la desigualdad (inventada, asumida, impuesta por criollos) no sólo entre las clases sino entre las castas. La pirámide racial se ha aguzado. Sólo los criollos del estrato más alto tendrán acceso a la cultura globalizada y a los puestos de mando en el futuro próximo.
Las castas mexicanas no operan como las castas hindúes apoyadas por la religión. La discriminación en México no se sirve de mecanismos legales. No hay ningún letrero que prohíba a gente morena entrar a recintos exclusivos, pero no entran. De modo automático, inconsciente, casi involuntario, las castas se separan en México y tienen sus propios espacios.
Hace poco leí un excelente ensayo de Enrique Krauze sobre Andrés Molina Enríquez, qien describió las castas mexicanas a principios de siglo. Sólo unos cuantos, después de él, han desafiado el dogma de la igualdad racial en México. Krauze examina con rigor los descubrimientos de Molina y llega hasta el umbral de nuestra época; parece a punto de decirnos que el sistema racista y los patrones estéticos culturales occidentales subsisten como a principios de siglo, pero no lo dice. Los signos de racismo, de diferencia de castas, de discriminación, son evidentes pero no se habla de ello. Agustín Basave propone ``volvernos conscientes de nuestra inconsciencia''. Valdría reflexionar sobre el ``cómo''. Lo haré después de una breve vacación.