Angeles González Gamio
Mantillas y rebozos

Eran las prendas con las que se cubrían las mujeres del siglo pasado, para participar en las múltiples actividades que se llevaban a cabo en la ciudad de México durante la Semana Santa.

El maravilloso cronista Antonio García Cubas, nos platica de los afanes de las personas de todas las clases sociales para estrenar ropa en esos días y lucirse en las visitas a los templos y al asistir a las procesiones, en las cuales participaban todos los personajes de la capital: las autoridades eclesiásticas, las civiles, las cofradías y los miembros más opulentos de la sociedad, y como espectador el pueblo entero.

Los atuendos ahora pueden ser vistos en una excelente exposición que presenta el Museo de la Ciudad de México, con el título ``Intimidad, moda y diseño; México entrañable''. La directora, Amparo Clausell, preparó esta muestra durante muchos meses y enfrentó múltiples problemas, entre otros conseguir maniquíes que tuvieran la figura de nuestras bisabuelas: cinturitas de 40 centímetros ¡imposible! La solución: los museógrafos tuvieron que cortarles trozos de la cintura a los existentes, ya que los corsés les proporcionaban medidas que ni las exageradamente esbeltas tienen en estos días. El precio que se pagaba por esos talles de avispa eran problemas del hígado y desmayos frecuentes, pero antes que nada estaba la moda.

La exposición nos muestra los estilos que se usaron desde 1840 hasta 1910, época en que prevaleció el gusto por lo francés en todas sus manifestaciones: la arquitectura y la comida; el vestir, los peinados, etcétera. Los vestidos, en su mayoría muy lujosos, son todos originales, algunos prestados por coleccionistas, otros son del museo y de personas que los han conservado en la familia por generaciones.

Están presentados en escenas familiares, ambientadas con magníficos muebles de la época, adornos y tapetes, recreando maravillosamente la vida decimonónica. Un acierto es la presentación de la vestimenta que usaban mujeres del pueblo, como la célebre china, esa mujer liberada, mestiza, guapa, que usaba su falda de tela roja, importada de oriente llamada ``castor'', con una franja de tela verde brillante, toda rebordada de lentejuela plateada; una blusa escotada ricamente bordada, faja de seda en la cintura; aretes, pulseras y anillos múltiples y su rebozo de bolita; todo está ahí.

El cuadro en donde aparecen las menudas damas vestidas con hermosos vestidos negros, adornados de encajes y bordados exquisitos, coronadas por mantillas finísimas, nos trae a la mente las reseñas de García Cubas, cuando las señoras de alcurnia enlutadas hacían la visita de las ``siete casas'' en los templos de postín de la ciudad, viendo y siendo vistas, entre el bochorno de estos días primaverales, que con las sedas, corsés, cubrecorsés, polizones, crinolinas y demás parafernalia que llevaban debajo del vestido debe haber sido una auténtica tortura, pero antes que nada ¡estar a la moda!

Para no perder este ambiente porfirista, un buen lugar para desayunar o comer es el recién inaugurado restaurante Mercaderes, en uno de los edificios más bellos de la avenida 5 de Mayo, en el número 57, sostenido por unos atlantes de elegante cantera plateada, mismo material del resto del edificio, en donde es fácil imaginar asomadas en los hermosos balcones a algunas de las emperifolladas damiselas que vimos en la exposición.

El sitio está muy bien decorado en colores cálidos; tiene discretamente apartada una simpática cantina. La comida es muy sabrosa y de precio razonable para el lujo del lugar. Entre las especialidades destacan las carnes importadas, cocinadas en quemadores radiantes de alta velocidad, que la dejan jugosa y con todo el sabor. Una comodidad es que le reciben el coche a la entrada y abre también los domingos.