La posibilidad de un cambio sustancial en la política estadunidense hacia Cuba se vislumbra hoy mayor que nunca, después de casi cuatro décadas de bloqueo y agresiones. Importantes corrientes que abogan por ese objetivo en Estados Unidos recibieron un vigoroso impulso tras la visita del papa Juan Pablo II a la isla, y recientemente con las medidas para aflojar el cerco anunciadas por la Casa Blanca.
Ha tomado fuerza la iniciativa de 136 legisladores --respaldada por un influyente lobby empresarial, por activistas y organizaciones religiosas-- a favor de autorizar la venta a Cuba de alimentos y medicinas. Señal de los tiempos, por primera vez una propuesta de esa naturaleza cuenta con el apoyo de más de 12 mil firmas de cubanoestadunidenses de Miami. De aprobarse, abriría el camino al fin del bloqueo, que esa y no la sedicente ayuda humanitaria es la única solución del problema. No cumple a los sitiados aceptar dádivas del sitiador.
La actitud de los exiliados es representativa de un latente pero sentido anhelo entre un sector creciente de esa comunidad que el pasado año envió 800 millones de dólares a sus familiares en Cuba, desafiando la prohibición legal de entonces y la consigna contraria a las remesas del resquebrajado búnker ultraderechista. Ultimamente huérfano de la cohesión y el aire de cruzada que logró imprimir Jorge Mas Canosa, se han agudizado en su interior los pleitos por el poder --y por el presupuesto-- que solía atemperar el finado.
Con una oferta basada únicamente en la revancha y la vuelta al pasado, que ni los exiliados ni mucho menos los residentes en la isla pueden, en su mayoría, hacer suya, la ultraderecha debió su hechura e implantación --su largueza de fon- dos-- a la hostilidad anticubana del país anfitrión. De ahí su apremio, hasta apelar al terrorismo, por impedir la visita papal a la isla y ahora el intento de revertir el esperanzador proceso hacia un arreglo político del diferendo Cuba-Estados Unidos que se inició con aquélla. Si se consolidara la tendencia a la convivencia pacífica, los extremistas deberán ceder el espacio a los moderados, partidarios de la reconciliación nacional y de dirimir mediante el diálogo las diferencias con las autoridades de La Habana.
En este contexto se inserta la descalificación por congresistas de origen cubano a la aseveración de que las fuerzas armadas de la isla no constituyen una amenaza para Estados Unidos, formulada en un informe del Pentágono. Sin embargo, la posición complaciente con los legisladores asumida de inmediato por el jefe de esa dependencia, William Cohen, recuerda otros momentos, cuando intentos de distensión de la parte estadunidense fueron frustrados por similares presiones de los ultraderechistas, apoyados por círculos conservadores de ese país.
Designios de revancha y cálculos electorales de candado han influido más hasta ahora en el diseño de la política hacia Cuba que un enfoque de altas miras de los propios intereses nacionales. Sin ir más lejos, es desde esta perspectiva que Bill Clinton --vísperas de los comicios presidenciales-- dio su aprobación a la ley Helms-Burton, de la que era un conocido opositor. Las fuerzas armadas cubanas --han declarado connotados jefes militares en retiro y en activo--, incluyendo hace unos días al general Charles Wilhem, actual jefe del Comando Sur de Estados Unidos, redujeron sus efectivos a la mitad y no hay ``ninguna indicación'' de que Cuba fomente inestabilidad en otros países.
Con la virtualmente unánime y reiterada condena internacional del bloqueo y la emergente coalición que se le opone en Estados Unidos, uno tiene todo el derecho a esperar que los deseos de llegar a un entendimiento con Cuba antes que concluya su mandato, atribuidos al presidente Clinton por observadores bien informados, se impongan, por fin, sobre el parroquialismo y la prepotencia.