Tal como ocurre en los fenómenos naturales, donde a la tormenta sigue la calma, suele igualmente suceder en los territorios de la política.
Así ha ocurrido en muchas de las confrontaciones partidistas, de manera especial en los años recientes, cuando se ha abordado el tema de la reforma política del Distrito Federal.
Y han sido tan recurrentes los desencuentros en esta materia, que más allá de las posiciones de genuino apasionamiento, constituyen ya una estrategia de acciones premeditadas, bien para presionar mayores avances cuando son de signo positivo, o por contra, para evadir y resistirse al cambio democrático.
Ahora parecen ser el PRI y el PAN quienes escenifican este tipo de roles en los actuales escenarios políticos, aun cuando argumentan motivos diferentes.
El Revolucionario Institucional aduce agresiones, descalificaciones e infamias constantes, provenientes lo mismo de funcionarios del gobierno de la ciudad que de algunos diputados locales de la fracción perredista. Sin embargo, no reconoce igualmente las agresiones ni los excesos en actitudes y conductas de algunos de sus militantes contra el gobierno de Cárdenas.
El PAN, por su parte, alega una supuesta falta de seriedad de los otros dos partidos principales y hasta propone que los trabajos de las mesas sobre la ley de participación ciudadana y la ley electoral, respectivamente, se trasladen a la Asamblea Legislativa.
Más allá de razones y sin razones, dimes y diretes, es impostergable que los partidos políticos, sin excepción, que participan en estas discusiones, generen consensos para impulsar las reformas democráticas inaplazables. Lo deben hacer con voluntad, decisión, profundidad y compromiso social, tal como lo demandó mayoritariamente la ciudadanía en las pasadas elecciones.
Por ello, a pesar del injustificado retiro priísta en este primer tiempo del diálogo, es saludable que rectifique y se reincorpore. Así también, el PAN debe mantener una postura consistente para alentar estos encuentros como se pactaron inicialmente, por vía del consenso. Y de igual forma, el PRD debe continuar unido en este gran intento conjunto que puede culminar en avances reales para que el Distrito Federal se democratice verdaderamente. Parar en todo caso a quienes se endurecen por confundir principios y convicciones con irracionalidad y falta de inteligencia política.
Hay ya primeros testimonios, aun cuando no son los únicos, que alientan a continuar y ensanchar la reflexión, como ha ocurrido en la mesa 3 Organización Política del Distrito Federal, en la que se ha preparado una agenda de trabajo que seguramente se aprobará y discutirá a fondo, además de que la constante de los trabajos ha sido hasta ahora de seriedad, respeto y responsabilidad entre todos sus protagonistas: el coordinador, el secretario técnico y los diputados o militantes que representan a los cinco partidos participantes.
Ahí va y puede ir mejor el diálogo. Los ciudadanos observan y esperan respuestas concretas. Ahí está la gran oportunidad de que avancen juntas las fuerzas políticas con generosidad y madurez política.
De no hacerse así, la ciudadanía usará su voto en la primera oportunidad que tenga y probablemente de llegar a extremos, hasta pudiera intervenir y tomar el asunto directamente como ha ocurrido en los grandes momentos de la historia de la ciudad a partir de 1968. Hay poco tiempo y poca paciencia para hacer lo que debe hacerse.