La Cocopa y la Conai dependen para su trabajo del apoyo que les brinda la ley para el diálogo, pero sustancialmente de que las partes reconozcan la pertinencia de su labor. Dadas las opiniones vertidas por funcionarios de la Secretaría de Gobernación, es conveniente preguntar: ¿reconocen o no la mediación de la Conai y la acción de coadyuvancia de la Cocopa?
Al parecer, ya no. Entonces que se diga claramente y desde luego los mexicanos, sea cual sea nuestra filiación y simpatía hacia una u otra partes, esperamos con impaciencia que se nos diga cuáles son los nuevos instrumentos de la necesaria mediación ya que, suponemos, no se apuesta a la guerra abierta con el EZLN. Una vez señalados esos nuevos (y misteriosos) instrumentos de mediación habrá que ver si la contraparte los reconoce y acepta y, desde luego, si la sociedad les otorga la credibilidad que necesitarían.
Si Gobernación no tiene nuevos canales de mediación y coadyuvancia entonces estamos, todos, en problemas. Si los puentes se hunden, ¿qué queda? Si la estrategia actual sólo busca tomar la iniciativa, como dijo claramente un funcionario de esa dependencia, entonces vamos a reconocer todos que lo han logrado y, cumplido su objetivo, cabe solicitar que se elabore una estrategia que busque alcanzar la paz con justicia y dignidad.
Por lo pronto, resulta sorprendente que después de tres años de integrada la Conai se descubra súbitamente que es una instancia parcial; y que después de más de un año de entregada la propuesta de cambios constitucionales en materia de derechos y cultura indígenas elaborada por la Cocopa, ahora se descubra que los entonces integrantes de esa comisión actuamos hasta de mala fe.
El tono con el que ahora se confronta a la Conai es el mismo que el utilizado recientemente contra la Cocopa y antes contra el propio EZLN y algunas ONG. El común denominador de esas referencias es que parecen más interesadas en descalificar para ganar espacios políticos, en un escenario que sólo ve el corto plazo, que en resolver las causas últimas del conflicto.
Ni la Cocopa ni la Conai fueron las causantes del conflicto. No son el problema y descalificarlas no ayuda a la solución pacífica sino que vulnera el único puente, más bien frágil, que hoy se tiene.
Desatar una guerra verbal contra la Conai y la Cocopa no tiene sentido. Trae más confusión entre la opinión pública, debilita a los mediadores y coadyuvantes en el momento más crítico de la situación chiapaneca y distrae de lo que es realmente importante: atención a los desplazados, castigo a los responsables intelectuales y materiales de la masacre de Acteal, desarme de los paramilitares y creación de las condiciones para restablecer el diálogo.
El año pasado asistimos, una y otra vez, al silencio gubernamental como respuesta a los señalamientos de lo que sucedía en Chiapas. Ese silencio, esa inacción, ese dejar hacer fueron una de las causas de lo sucedido en Acteal. Hoy la estrategia es exactamente la contraria, es decir, se intenta ganar la iniciativa en los medios. De esta forma se saturan periódicos y noticieros con el punto de vista que priva en una de las dos partes. ¿Esto realmente ayuda a resolver el conflicto? ¿Con esto se responde efectivamente a las causas que motivaron el alzamiento? Creo que la realidad nos dice que no, que más temprano que tarde esa victoria en los medios, ese lograr la iniciativa puede desmoronarse en las manos de sus creadores.
Con las instancias de intermediación y coadyuvancia desgastadas y disminuidas, el Congreso de la Unión reducido a una oficialía de partes, el EZLN amenazante y el gobierno afectado en su credibilidad, es evidente que la situación se encuentra mucho peor que hace cuatro meses.
Es necesario que ambas partes comprendan que el proceso de paz también es de aprendizaje colectivo, nunca cómodo ni fácil, en el cual se hablan lenguajes diferentes. Un proceso de paz nunca se inicia porque las partes que en él participan tienen buena voluntad o son altruistas; se impulsa porque en un pragmático pero visionario balance de costos-beneficios se advierte que la guerra más corta es más costosa que la paz más difícil. Es necesario que ambas partes comprendan que el camino seguido en 1997 y 1998 no es el adecuado y que hay que regresar al espíritu de conciliación de febrero de 1996. En los procesos de pacificación, las partes suelen tener acompañantes incómodos e intermediarios con intereses particulares. Ni modo, así es la realidad. Lo que importa es que todos ellos estén convencidos de que abrir la puerta a la guerra es un acto sin futuro.
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