Horacio Labastida
Entretelones

La soberanía se ha visto frecuentemente suplantada por instituciones en posesión del poder público y extrañas al pueblo, situación esta que retrata en rayos X lo que viene sucediendo tanto en nuestro país como en los que de un modo u otro se han alienado a intereses ajenos. Los ejemplos saltan aquí y allá en las páginas del siglo XX. Aún se recuerda turbadamente el asesinato de Patricio Lumumba (1961), por tratar de mantener la unidad del Congo frente a las ambiciones de Bélgica y sus subordinados. Salvador Allende cayó en 1973 ante la traidora agresión militar de Pinochet, porque el entonces presidente buscó romper las dependencias que gestaban el atraso chileno. Fue grande el enojo norteamericano, y más el de empresas trasnacionales --ITT y Anaconda Copper, por ejemplo-- frente al intento liberador de una política apoyada plenamente en la voluntad de los chilenos.

Ahora un caso vivo y actual. Contra el derecho internacional y sus principios reconocidos y sancionados por los pueblos del mundo, contra acuerdos expresos de la ONU y de los supremos deberes de la moral social y personal, el gobierno de Washington, fundado en sus propios materiales y militares, decretó y acrecienta un embargo arbitrario, bárbaro, contra el pueblo de Martí, a fin de arrebatarle sus derechos de autodeterminación y ahondar la pobreza de las familias y la desesperación de los habitantes. Sin embargo, Cuba mantiene la vigencia de sus derechos y resuelve sus problemas con el enorme talento de sus gentes y el mejor uso de los recursos que están al alcance de su mano. Cuba representa, en el agobiado y trágico fin del siglo, un paradigma de cómo la dignidad humana puede domeñar los instintos brutales de la animalidad del hombre. Esperemos que en el futuro la razón agobie y purgue a la mucha sinrazón que hoy grita y amenaza por todas partes.

En una atmósfera que alcanza los grados del escándalo político, los escenarios mexicanos son a las veces tan abrumadores que sobrepasan las capaci- dades sistematizadoras del pensamiento que buscan explicarlos. Es lógico que el año 2000 y las elecciones presidenciales sean centro gravitacional que atrae con fuerza cada vez mayor las preocupaciones de cada uno de los ciudadanos. Lo sabemos muy bien unos y otros. El presidencialismo autoritario que nos gobierna al margen del Estado de derecho y del pueblo, es la causa eficiente de los múltiples problemas que sufre la nación. Muy pocas son las esperanzas de desacelerar el galopante desempleo o la caída de las masas en lo que se refiere a sus modestos niveles de vida, o bien la quiebra de la sociedad rural y del hambre campesina, o el hundimiento de la industria nacional ante la persistente aplicación de las medidas neoliberales que practica abiertamente nuestro gobierno desde hace más de dos lustros. La tan celebrada capitalización nacional se ve ahora mudada en la capitalización extranjera a cargo de los recursos nacionales.

El presidencialismo de nuestros días ya no dispone de medios para el fomento del desarrollo o las negociaciones favorables al país, pues contra la Constitución privatizó los importantes recursos que le confió la nación desde la expropiación petrolera de 1938, y tampoco tiene justificación legitimadora de sus actos porque echó al cuarto de los trastos viejos la doctrina revolucionaria y la ley suprema de 1917. Al presidencialismo únicamente le quedan dos armas: el apoyo faccioso de la Casa Blanca y los instrumentos presupuestales-policiales-militares en que apuntala sus mandamientos; esto es obvio si se intenta comprender lo que significan los miles de soldados y guardias blancas que proliferan en los altos y bajos chiapanecos, y que naturalmente absorben descomunales partidas de intendencia, uso y conservación de armas, todo con el fin de impedir, esto es lo que se dice, choques entre zapatistas y no zapatistas, punto de vista a la medida de la ironía del nobel Darío Fo.

Pero los entretelones son más negros de lo que podría suponerse. Atrás del drama de Lumumba y Allende o de la ley norteamericana contra Cuba, se esconden las grandes empresas que explotan a la población mundial; y esto no es ajeno a los entretelones mexicanos. El investigador universitario Felipe Torres Torres muestra cómo la actual crisis del pollo es una manipulación de trasnacionales para abatir a productores nacionales, y el senador Jorge Calderón denunció que la apertura ilimitada de la banca nacional al capital extranjero connota la entrega del crédito a los financieros metropolitanos.

¿No estará en el fondo de nuestros más tensos debates políticos esta lenta o acelerada entrega de México al moderno y triunfante capitalismo internacional? ¿Acaso esto es imposible?