Las transferencias de equipos militares de Estados Unidos a nuestro país -ya sea por medio de compras o de donaciones- son operaciones que suscitan, justificadamente, la polémica pública, no sólo por la falta de transparencia en que, por lo general, han tenido lugar, sino también por los variados riesgos que implican.
Hace dos semanas se dio a conocer que la Armada de México compró a la nación vecina del norte dos fragatas al parecer inservibles, transacción en la cual el país invirtió dos millones de dólares. Ayer la secretaria de Relaciones Exteriores, Rosario Green, informó que 41 de los 73 helicópteros UH-1H donados por Washington a México para el combate antidrogas están fuera de servicio; a mediados del año pasado, en Guerrero, varios oficiales murieron cuando se desplomó el UH-1H en el que viajaban. Significativamente, hace unos días el Pentágono inmovilizó un millar de aparatos de esta clase en servicio en las fuerzas armadas estadunidenses, ante indicios de que experimentan problemas mecánicos ``inexplicables''.
El hecho es que los mandos militares del país vecino tendrán sus razones para dar de baja los equipos posteriormente donados o vendidos a México, y que la puesta en operación de saldos y excedentes de este instrumental militar usado puede poner en peligro la vida de nuestros soldados, aviadores, marinos y agentes policiales.
Por otra parte, con frecuencia las transferencias mencionadas se realizan sin deslindar el destino final de los equipos, y ello da lugar a ambigüedades indeseables sobre su utilización. Es claro que las tareas policiales de combate al narcotráfico requieren de equipo aéreo, terrestre y electrónico para enfrentar a la delincuencia, pero no parece recomendable, en cambio, la adquisición de instrumentos con propósitos militares: las necesidades del país en materia de defensa y seguridad nacional no justifican la compra de material bélico sofisticado. Por el contrario, poseerlo implica la posibilidad de usarlo, y no hay a la vista ningún enemigo externo que amerite la existencia de, por ejemplo, tanques o aviones de combate.
Pero sin duda el mayor peligro que plantea esta clase de adquisiciones es para la soberanía nacional. Incluso suponiendo que Washington nos regalara o vendiera transportes y otros equipos sin ningún tipo de condicionamiento y sin segundas intenciones -suposición dudosa-, el hecho de que la operación y el mantenimiento de los instrumentos mencionados obligue a los militares mexicanos a depender de sus colegas estadunidenses en lo que se refiere a entrenamiento, refacciones y reparaciones no es en ningún sentido benéfico para la independencia, la autodeterminación y la seguridad nacionales.